Vamos al revés. Mientras el mundo está cada día más interconectado –gracias, sobre todo, al impresionante desarrollo de los sistemas de telecomunicaciones y transporte– y son bien visibles los beneficios de la interdependencia, aumenta el número de muros y vallas fronterizas que tratan infructuosamente de cerrar el paso a millones de personas.
Sabemos, con los datos que aporta la Organización Internacional para las Migraciones, que en un mundo de más de 7.800 millones de personas, tan solo 272 millones residen en un país distinto al de su nacimiento. Es decir, los migrantes internacionales apenas suponen un 3,5% del total. También es conocido, con los datos que maneja el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, que el número de personas forzadas a desplazarse de su lugar de origen volvió a batir un nuevo récord a finales de 2020, superando los 79,5 millones (29,6 refugiados, 45,7 desplazados internos y 4,2 solicitantes de asilo).
Se trata de cifras muy a menudo presentadas como señal inequívoca de una supuesta amenaza que, vista desde los privilegiados países occidentales, pondría en peligro nuestras señas de identidad y equivaldría a una invasión en toda regla. Una equivocada percepción que olvida las indudables ventajas de esa…