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Un hombre pasa junto a un graffiti que representa la metamorfosis de un hombre en pájaro para simbolizar la libertad, en la plaza Mohamed Bouazizi, el 27 de octubre en Sidi Bouzid (Túnez), cuna de la primavera árabe tunecina. FETHI BELAID. GETTY

Agenda Exterior: primaveras árabes

Política Exterior
 |  17 de diciembre de 2020

El 17 de diciembre de 2010, un vendedor ambulante de 26 años de la ciudad tunecina de Sidi Bouzid, Mohamed Bouazizi, dijo basta. Delante de la oficina del gobernador local, se roció con gasolina y se prendió fuego, harto de la corrupción del sistema, de las humillaciones. Su gesto llenó la calle de indignados, no solo en Túnez, sino en todo el norte de África y Oriente Próximo. Comenzaba así la primavera árabe. Diez años después, preguntamos a los expertos qué queda de aquel estallido de indignación y orgullo.

 

¿Qué queda de las primaveras árabes, 10 años después?

 

SANTIAGO ALBA RICO | Ensayista, escritor y filósofo. @SantiagoAlbaR

Por un lado, quedan los mismos problemas que ocasionaron las revueltas, en algunos casos agravados: los económicos y sociales sin duda, pero igualmente los políticos. Si exceptuamos Túnez, cuya fragilísima transición está más amenazada que nunca por la crisis social e institucional, en el resto de la región hay menos democracia aún que en 2011, y esto incluye a la Turquía de Erdogan, aunque no sea un país árabe. Puede decirse, de hecho, que la des-democratización global, hoy ya muy evidente en todo el planeta, arranca de la contrarrevolución regional, enseguida multinacional, emprendida contra estos levantamientos populares que hace diez años reclamaban, al mismo tiempo, pan, trabajo y libertades civiles y políticas. Las recidivas populares más recientes, en Sudán y Argelia, tampoco han alcanzado los objetivos deseados.

Por otro lado, queda una gran resaca geopolítica con al menos tres focos bélicos: Siria, ocupada por Rusia e Irán, despoblada y destruida; Libia, donde se enfrentan Emiratos, Egipto y Rusia con Turquía y Qatar; y Yemen, otro foco importante de la guerra fría entre Irán y Arabia Saudí. A esto hay que añadir la reactivación del yihadismo, consecuencia del fracaso de las demandas populares, y las maniobras de Israel, fuente máxima de conflicto en la zona, que ha conseguido debilitar aún más la causa palestina mediante el establecimiento de relaciones con Emiratos Árabes, Bahrein, Sudán y ahora Marruecos (que agrava, de refilón, el conflicto saharaui). Esta combinación de desesperación político-económica y “geopolítica del desastre” es la victoria paradójica, compleja y pluriconflictiva, de una contrarrevolución que llama a nuevas revoluciones.

Queda también el fatalismo de los pueblos grabado en la memoria. Pero no menos el recuerdo de un momento de liberación “juvenil”, anticolonial, antidictatorial y antiyihadista, que reaparecerá cuando hagan falta referentes para las próximas batallas.

 

HAIZAM AMIRAH FERNÁNDEZ  | Investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Internacionales en IE University. @HaizamAmirah

Fue un desacierto vivaldizar las transformaciones vividas en la región árabe a partir de 2011. Ni el término “primavera árabe” recoge la complejidad de los cambios que se han producido allí durante la última década, ni el “invierno islamista” ha sido su certificado de defunción. Las revueltas árabes que comenzaron en Túnez a finales de 2010 fueron el inicio de un proceso largo, complejo y con muchos altibajos.

A pesar de que algunos habían dado por muerta a esa “primavera árabe” pocos años después de su inicio, en 2019 millones de ciudadanos árabes volvieron a movilizarse pacíficamente en las calles y plazas de sus países pidiendo el fin de sus sistemas de gobierno antidemocráticos. En Argelia y Sudán, millones de personas se manifestaron contra unos regímenes dominados por los militares y sus compinches, mientras que en Líbano e Irak lo hicieron contra sistemas corruptos de reparto de poder por cuotas sectarias. Para estar extintas, las revueltas árabes parecían seguir muy vivas.

Seguirá habiendo amplias movilizaciones sociales en Oriente Medio y el Magreb mientras los viejos regímenes que se aferran al poder por todas las vías sigan acumulando fracasos. Esos regímenes están incumpliendo los antiguos “contratos sociales” que ellos mismos impusieron hace décadas. La corrupción rampante, el rápido crecimiento demográfico, el agotamiento del modelo rentista basado en los hidrocarburos, la falta de reformas sustanciales y las sacudidas geopolíticas están provocando la creciente erosión de la seguridad económica y el deterioro de los sistemas de protección en las sociedades árabes.

La apariencia de calma durante 2020, en lo que se refiere a las movilizaciones en países árabes, es engañosa. Estas se vieron reducidas drásticamente a principios de año debido a las medidas sanitarias por la pandemia de Covid-19. Sin embargo, es previsible que esas movilizaciones retornen en un plazo no lejano, alimentadas por las devastadoras consecuencias económicas de la pandemia. Se le podrá dar la denominación que se quiera, pero millones de ciudadanos árabes seguirán luchando por tener una vida más digna y por vivir en Estados funcionales que ofrezcan seguridad, servicios sociales y oportunidades económicas.

 

BÁRBARA AZAOLA PIAZZA | Grupo de Estudios sobre las Sociedades Árabes y Musulmanas, Universidad de Castilla-La Mancha. @Bazaola

La llamada “guerra contra el terrorismo” lanzada por la administración Bush tras los atentados del 11-S de 2011 situó las cuestiones de seguridad en el centro de la agenda internacional. La colaboración de los regímenes autoritarios árabes sirvió de coartada para esquivar avances democráticos en el interior de sus países.

A finales de 2010, las sociedades árabes impulsaron unos movimientos revolucionarios contra esos regímenes autoritarios que no daban respuesta a las demandas de equidad socioeconómica y contra unas élites corruptas y enriquecidas por las políticas de liberalización económica puestas en marcha en los años noventa. Las protestas antiautoritarias derivaron en procesos de transformación política y provocaron en algunos países, como Túnez o Egipto, la caída de sus presidentes.

Diez años después del inicio de las movilizaciones, la respuesta a esas expectativas de cambio y de justicia social de las jóvenes sociedades del Sur ha sido, tanto por parte de los Estados árabes como desde la UE, la del retorno al paradigma autoritario previo a 2011. Los líderes árabes se presentan como los garantes del statu quo y la estabilidad en la región. Desde Europa son percibidos como la garantía para la preservación de los intereses de seguridad. Esa percepción, desconectada de la realidad social, llevó en 2010 a querer recompensar al Túnez de Ben Alí y al Egipto de Mubarak con la firma de un Estatuto Avanzado como el de Marruecos, por los “avances reformistas” en ambos países. Los Estados europeos parecen decididos a respaldar a ciertos líderes autoritarios en su “guerra contra el terrorismo” sin prestar atención a las demandas de la sociedad civil y al deterioro en el ámbito de los derechos humanos.

 

ITXASO DOMÍNGUEZ DE OLAZÁBAL | Coordinadora de Oriente Próximo y Norte de África en la Fundación Alternativas. @itxasdo

Los levantamientos antiautoritarios de 2010-11 fueron prueba definitiva de que desde varios lugares del mundo, con un papel destacado del norte de África y Oriente Próximo, se había empezado a articular lo que Hamid Dabashi denomina una “geografía de liberación”, en la que ciudadanos descontentos denuncian las insuficiencias del sistema, tanto doméstico como global, y cuestionan los efectos que tienen en sus vidas diversas dinámicas del poder, tanto nacionales como transnacionales. Aquellos protestaban contra la injusticia estructural, y lo hacían en Túnez, El Cairo, Adén, Hama y Manama, pero también en Madrid y Nueva York.

Las fuerzas contrarrevolucionarias se pusieron inmediatamente en marcha y en el caso del norte de África y Oriente Próximo, han impuesto un modelo aún más autoritario y represivo justificado por falsos dilemas para sus aliados occidentales, con los que prometen el mantenimiento de la estabilidad y la lucha contra enemigos reales o imaginarios como el terrorismo, el sectarismo o la amenaza iraní. En algunos casos se lanzaron y lanzan estrategias de palo y zanahoria que, sin embargo, no alcanzan a dar forma a un nuevo contrato social que asegure una cierta dignidad a sus ciudadanos (otra de las demandas claves de 2010-2011, pero también antes) y ponga progresivamente fin a la desigualdad y la corrupción generalizadas.

La insatisfacción ciudadana, por tanto, se mantiene. Y pese a las redes opacas de represión multidimensional, esta se hace sentir con cierta regularidad y convierte la situación en insostenible, aunque es difícil determinar cuál (y cuándo) será la chispa.

Por supuesto que queda algo de las revueltas árabes: quedan las promesas sin cumplir y la esperanza de una revolución aún por definir. También se mantiene, tristemente, la conciencia de que cualquier levantamiento futuro tendrá pocas posibilidades de contar con el apoyo de actores estatales occidentales.

 

RICARD GONZÁLEZ | Periodista freelance especializado en el mundo árabe. @RicardGonz

De las primaveras árabes queda la aspiración a una vida mejor, más libre, más digna, inscrita en la psique colectiva del mundo árabe. Es evidente que, 10 años después, las revueltas fracasaron a la hora de obtener sus demandas políticas principales. Es más, en muchos de los países donde se registraron las protestas más masivas, como Siria, Egipto, Libia o Yemen, el nivel de violencia social o represión de las autoridades es peor que el anterior a 2011. Incluso en el país que salió mejor parado, Túnez, señalado como el único ejemplo de éxito de la transición, el descontento de la población con la nueva clase política es profundo por no haber mejorado la situación económica y social de la población.

Ahora bien, los movimientos de protesta registrados en 2019 en Líbano, Sudán, Argelia e Irak muestran que el fracaso de las primaveras árabes no ha disuadido a la ciudadanía de estos países, que no protagonizaron las rebeliones populares de 2011, de salir a la calle y exigir cambios políticos que van en la misma línea. Los manifestantes de lo que algunos han llamado la “segunda ola” de las primaveras piden también libertad, justicia social y el fin de regímenes corruptos. Aún es pronto para saber hacia dónde evolucionaron estos y otros países árabes. Pero está claro que el conformismo y la resignación que reinaba en 2010 se han extinguido.

 

JOOST HILTERMANN | Director del programa de Oriente Próximo y el norte de África de Crisis Group. @JoostHiltermann

En su momento, la primavera árabe produjo colapso, represión y violencia, con Túnez como única y notable excepción. Sin embargo, vistos una década después, los levantamientos fueron simplemente la primera manifestación del rechazo popular de un mal profundo que ningún intento de reprimir podía remediar o incluso frustrar, sino solo magnificar. En retrospectiva, podríamos pensar las revoluciones como estallidos breves y dramáticos que acaban con el orden establecido en apariencia de la noche a la mañana. La realidad es que pueden pasar años antes de que reestructuren de manera radical la sociedad y las reglas que la gobiernan. En Oriente Próximo, tal cambio fundamental probablemente solo acaba de comenzar.

Una señal de ello es que los regímenes que han sobrevivido (Siria) o se han reconstituido (Egipto) se vieron obligados a recurrir a una mayor violencia represiva de la que sus predecesores autocráticos solían emplear. Esto agudiza su sentido de ilegitimidad, sobre todo a la luz de su incapacidad creciente para cubrir las necesidades básicas de su población, sean servicios esenciales como electricidad o agua corriente o una sanidad adecuada en tiempos de pandemia. La pobreza está en alza; la corrupción en las altas esferas está fuera de control; los horizontes de la juventud se achican debido a unas economías en caída libre.

Otra señal es la erupción de nuevos levantamientos, muy recientemente, en países que no los vivieron en 2011: Argelia, Irak, Sudán y Líbano. Los agravios son los mismos, así como las demandas: mejor gobierno o, en su defecto, cambio sistémico. Incapaces de dar cabida a estas demandas, los regímenes solo pueden redoblar la violencia y rezar para disponer de más tiempo, a medida que los sentimientos populares bullen y se desbordan.

 

MIGUEL HERNANDO DE LARRAMENDI | Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Castilla-La Mancha y director del Grupo de Estudios sobre las Sociedades Árabes y Musulmanas @GRESAMGRUPO. @mhlarramendi

El suicidio de Muhammad Bouazzi en el interior olvidado de Túnez, el 17 de diciembre de 2010, fue el detonante de un ciclo de protestas de larga duración reflejo del profundo malestar existente en las sociedades árabes ante sus gobiernos, incapaces de dar respuesta a las demandas de justicia social, lucha contra la corrupción y buen gobierno. El aumento de las desigualdades económicas y territoriales, del déficit de libertades, las dificultades para integrar laboralmente a la juventud y las crecientes brechas en educación y género eran problemas de fondo que venían siendo señalados desde principios de los años 2000 por el PNUD en los informes sobre el Desarrollo en el Mundo Árabe. Desde entonces, estos problemas no han hecho más que agravarse, como refleja el aumento en un 16,5% del número de protestas entre 2009 y 2019 en Oriente Medio y el Norte de África, región que según el World Inequality Lab continúa siendo la que tiene un mayor nivel de desigualdad en el mundo.

El ciclo de protestas iniciado en 2010 está trasformando la cultura política de unas sociedades árabes que han superado la “barrera del miedo”, poniendo en entredicho su supuesta apatía política, fatalismo y conformismo. El recuerdo de experiencias traumáticas y violentas de su historia reciente ha dejado de ser un freno para la movilización. La memoria de la guerra civil libanesa (1975-90), del enfrentamiento civil argelino (1992-97) o de la invasión de Irak en 2003 y las cicatrices de la lucha contra el Dáesh no han actuado como inhibidores para que una nueva generación de jóvenes saliera a la calle en estos países en 2019, exigiendo la caída de los respectivos regímenes.

Aunque la crisis sanitaria del Covid-19 ha provocado un repliegue de las movilizaciones, el ciclo de protestas previsiblemente continuará si no se dan respuesta a las expectativas de bienestar y justicia social de sus ciudadanos renovando los contratos políticos y  sociales.

 

BERNARDINO LEÓN GROSS | Fue representante de la UE para el Mediterráneo Sur entre 2011 y 2014 y representante especial del secretario general de la ONU para Libia y jefe de la Misión de Apoyo de la ONU en Libia (UNSMIL) entre 2014 y 2015.

Como ocurre con frecuencia en las relaciones internacionales, queda un retrato lleno de claroscuros. Para el mundo árabe, una constatación histórica, un fracaso, dos conflictos destructivos y varios olvidos importantes. Para Europa, la sensación de que tienen que cambiar profundamente muchas cosas en su proyección regional.

El principal éxito de las primaveras árabes ha sido demostrar que la democracia no es incompatible con los países árabes, pues Túnez sigue avanzando a pesar de los enormes desafíos a los que se ha enfrentado y continúa enfrentándose el país. El fracaso en Egipto requiere reflexiones profundas y no trazo grueso. La breve y turbulenta experiencia democrática no se paralizó únicamente por el golpe, la incapacidad de la comunidad internacional para contribuir a otra salida y las propias condiciones socioeconómicas del país en un momento de profunda polarización pintan un retablo mucho más complejo. Habrá que seguir trabajando a medio y largo plazo, por desalentadoras que parezcan las cosas en estos momentos, sin dejar de reclamar atención a los derechos humanos, ignorados hoy en el país.

Las guerras de Siria y Libia dejan un saldo de muerte y destrucción sin que se vislumbren soluciones. El caos lleva a muchos, dentro y fuera de estos países, a pensar que hay que volver de nuevo a las viejas fórmulas de los hombres fuertes, pero no parece que sus fragmentadas sociedades estén dispuestas a ello. La comunidad internacional está profundamente dividida y también comparte responsabilidades en este fracaso… Mientras, nos olvidamos de países como Líbano, que requieren mayor atención internacional, o de Palestina.

La Unión Europea aspira a ser una gran potencia, y su alto representante intenta con su equipo hacer lo posible por estar presente. Sin embargo, los líderes europeos mantienen una visión introspectiva y parecen encontrar grandes dificultades para ver más allá de nuestras fronteras, salvo para las cuestiones de emigración y terrorismo. Necesitamos reconstruir nuestra estrategia porque los factores determinantes de las primaveras árabes siguen estando muy presente y la región necesita del compromiso europeo para salir del caos, la guerra y la inestabilidad.

 

LEILA NACHAWATI | Escritora y profesora de comunicación en la Universidad Carlos III de Madrid. @leila_na

Queda la posibilidad. El saber que lo que parecía impensable –que la gente perdiese el miedo y se alzase contra dictaduras enquistadas en la región– es posible. Queda un florecimiento artístico y creativo que refleja el ansia de libertad de poblaciones reprimidas durante décadas.

Queda la certeza de la fragilidad de estructuras de poder que tuvieron que invocar a potencias extranjeras para reprimir a sus poblaciones. La fragilidad de gobiernos autoritarios que, ante la falta de legitimidad popular, sólo cuentan con fuerza militar.

Quedan cientos de miles de presos y presas en países como Egipto, Siria o Bahréin por haberse atrevido a alzar la voz, y quedan campañas por su liberación que es más importante que nunca apoyar, en un contexto de indiferencia internacional ante las violaciones de derechos humanos.

Queda la memoria reciente de la región, acuciante en este contexto en que parecen diluirse las raíces, los motivos, los orígenes de la situación actual que ha llevado a millones de personas a huir de sus hogares.

Queda un umbral de la impunidad que no deja de crecer, una distinción entre civiles y combatientes que se diluye, una ausencia de rendición de cuentas. Quedan procesos de justicia transicional por iniciar, tribunales en los que se juzgue a responsables de crímenes contra la humanidad, quedan personas que lo han perdido todo y que merecen justicia.

 

JESÚS A. NÚÑEZ VILLAVERDE | Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (Iecah). @SusoNunez

Diez años después de lo que algunos optaron por denominar prematuramente “primavera árabe”, aumenta el número de los que se empeñan en hablar de un “invierno árabe”. En principio, los hechos parecen dar la razón a estos últimos, si se atiende a que solo Túnez permite albergar alguna esperanza de que la caída del dictador de turno haya sido algo más que un cambio de cara. Mientras tanto, Yemen y Libia son dos Estados completamente fallidos, el régimen golpista de Al Sisi ha metido a Egipto en un callejón sin salida, El Asad respira un poco más aliviado en Siria y tampoco los cambios en Sudán y Argelia, con una excesiva presencia de los militares, apuntan a un cambio estructural a corto plazo.

Sin embargo, conviene recordar que ninguna democracia se consolida de una sola tacada y que, como también indican los casos de movilización popular en Líbano e Irak, el hartazgo de la ciudadanía con unos regímenes cada vez más deslegitimados no se frena ni siquiera con la represión más brutal. A estas alturas, parece claro que el actual statu quo es insostenible. De ahí que el empeño contrarrevolucionario liderado por regímenes como el de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Egipto esté condenado al fracaso ante una población mayoritariamente joven que demanda libertad, dignidad y trabajo. Modificar las bases fundamentales de ese modelo costará todavía mucho sufrimiento, porque ninguno de esos fracasados gobernantes cederá fácilmente sus privilegios. Queda por ver si las potencias occidentales siguen apostando por alinearse al lado de quienes les han servido hasta ahora para garantizar sus intereses geopolíticos y geoeconómicos o si se convencen de la necesidad de colocarse a la altura de sus propios valores y principios.

 

EDUARD SOLER I LECHA | Investigador sénior en Cidob. @solerlecha

Si tuviéramos que escribir la entrada en un diccionario político sobre la primavera árabe podríamos empezar diciendo que fue un episodio de protestas y de expresión de malestar que se extendió por casi todos los países árabes entre diciembre de 2010 y marzo de 2011. Fue un fenómeno con un impacto duradero, capaz de sacudir los equilibrios dentro de cada una de las sociedades y de la región en su conjunto. Tras las protestas había un malestar compartido (corrupción, impunidad, desigualdad, falta de oportunidades) y también un espacio de comunicación compartido que permitía comparar, emular, aprender y reaccionar.

Los episodios de protestas se materializaron de forma distinta en cada uno de los países. En 2011 me di cuenta de que la metáfora que mejor lo describía era la de un episodio sísmico: dos terremotos casi simultáneos, en Túnez y Egipto, seguido de réplicas y de una especie de tsunami social, esa primera ola de protestas que llegaba a todos lados. En algunos sitios, la ola rompía y retrocedía; en otros era absorbida y se retiraba dejando pequeños cambios en el paisaje; en otros, hacía que las construcciones políticas y sociales se tambalearan y en algunos casos colapsaran. ¿De qué dependía? De la magnitud de los agravios, de la naturaleza y representatividad de los movimientos de protesta, de la cohesión, medios y apoyos de los regímenes políticos.

En 2019 hubo segunda ola. De Argel a Beirut, de Jartum a Bagdad. Una ola con un fuerte componente político, con una potente voluntad de persistencia y que había sacado lecciones de los errores del pasado y que quizás por eso se resistía a auto-denominarse como una “segunda primavera”. Todo esto quedó confinado por la pandemia. Pero las causas del malestar persisten e incluso se han agravado. Precisamente porque hace diez años de la primera, y porque la segunda se cerró en falso, es inevitable preguntarnos cuándo, dónde y con qué virulencia se producirá una tercera ola.

1 comentario en “Agenda Exterior: primaveras árabes

  1. Que excelentes comentarios. Felicitaciones.

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