“No volverán los viejos tiempos, si es que alguna vez existieron: también Joe Biden y los Demócratas tendrán claras expectativas, sobre todo por lo que respecta a Alemania”. Declaraciones del presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Bundestag, Norbert Röttgen, en un podcast sobre política nacional del Frankfurter Allgemeine Zeitung el 13 de agosto. Como corresponde al cargo, el lenguaje es diplomático, y el impacto de cada palabra, cuidadosamente calibrado. Pero el mensaje es claro: Alemania desconfía de las élites estadounidenses, independientemente de quién gane las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre.
Las palabras de Röttgen –que se perdieron, como acostumbra a suceder, en el bosque informativo– merecen una mayor atención. No solo porque constituyen un ejemplo de la cautela demostrada estos últimos meses por los políticos europeos a la hora de favorecer públicamente a uno u otro candidato –teniendo en cuenta la victoria de Donald Trump hace cuatro años, en contra de lo que se reflejaba entonces en las encuestas y la prensa–, sino porque sirven como recordatorio de que la extrema personalización de la política contemporánea que transmiten los medios de comunicación relega a un segundo plano la exposición de procesos más profundos y complejos.
La consolidación de la Unión Europea como bloque comercial es vista con suspicacia desde Estados Unidos. Los ataques de Trump a Alemania por los desequilibrios en la balanza comercial o su contribución a la OTAN han sido en ocasiones brutales (“¡Angela, me debes un billón de dólares!”). Pero conviene recordar que, incluso ante el eventual escenario de una victoria de Biden, los últimos cuatro años de Trump no solo han cambiado a EEUU, sino que el mundo ha cambiado con él, en ocasiones a causa de EEUU y en otras debido a factores completamente ajenos. A pesar de los intentos de la campaña de Biden por tranquilizar a los escépticos, como cuando su asesor Tony Blinken prometió a finales de septiembre que con una victoria del Partido Demócrata se pondría fin a “la guerra comercial artificial” que Washington libra contra la UE, las dudas siguen ahí.
Biden como pantalla de proyección
Es obvio que con una presidencia de Biden cambiarían muchas de las políticas de EEUU y las relaciones transatlánticas abandonarían su estado actual, pero algunos comentaristas, tanto en Alemania como Francia, llevan semanas advirtiendo contra el excesivo optimismo hacia una eventual victoria de Biden. El 29 de septiembre, en un artículo titulado ‘Joe Biden y las ilusiones comerciales europeas’, el corresponsal de Le Monde, Arnauld Leparmentier, enumeraba algunas de las decepciones que ese escenario podría causar. “Apenas nos atrevemos a susurrarlo a los europeos: prepárense para ser decepcionados en caso de que Joe Biden entre en la Casa Blanca”, disparaba. El autor señalaba que pese a la promesa de Blinken, éste agregó de inmediato que existe “un problema objetivo”: el “persistente y creciente desequilibrio comercial en los productos agrícolas, que nos impide vender mercancías en las que seríamos muy competitivos.”
Leparmentier mencionaba otros casus belli entre Europa y EEUU. Uno de ellos sería la disputa en curso entre Airbus y Boeing. El pasado mes de diciembre la Organización Mundial del Comercio (OMC) falló en contra de Airbus al declarar que cuatro de sus miembros –Francia, Alemania, España y Reino Unido– continúan sin cumplir los requerimientos de la organización al conceder ayudas a Airbus, que Boeing considera “subsidios ilegales”. La decisión de la OMC llegó dos meses después de que autorizase a EEUU la aplicación de contramedidas en este mismo conflicto comercial contra la UE por valor de 7.500 millones de dólares. Además de éste, Francia mantiene abierto otro conflicto con EEUU por la llamada tasa GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) a las multinacionales cuyos ingresos superen los 750 millones de euros a nivel mundial, que afecta particularmente a los gigantes de Internet. París se arriesga a que EEUU, en respuesta, incremente a un 25% los aranceles a sus productos de lujo a partir de enero de 2021. “¿Podría salvarla una presidencia de Biden? No es nada seguro”, valoraba Leparmentier: “la administración Obama-Biden no se apartó ni un ápice en esta cuestión” cuando se la compara con la de Trump, y “combatió ferozmente los impuestos a Apple en Irlanda establecidos por la Comisión Europea”.
Casi un mes después de las declaraciones de Röttgen, el semanario Der Spiegel se hacía eco de la preocupación generada en Alemania tras la publicación de una fotografía del candidato del Partido Demócrata junto al lema Buy American, que remitía al “nacionalismo económico” de Trump. Der Spiegel precisaba que no se trata únicamente de un eslogan de campaña: Biden ha propuesto un impuesto para penalizar a las empresas estadounidenses que produzcan en el extranjero, así como ventajas fiscales para las que inviertan en EEUU. El medio recogía unas declaraciones del político demócrata de mayo en las que aseguraba que utilizaría “los aranceles cuando sean necesarios” y que la diferencia entre Trump y él era que este último contaba con “una estrategia para ganar con estos aranceles y no solo simular fortaleza”.
El enfriamiento de las relaciones transatlánticas no solo preocupa en instancias políticas- Carlo Masala, profesor de relaciones internacionales de la Universidad del Bundeswehr en Múnich, mantenía en el portal de defensa Defense news el 8 de septiembre que “la dinámica de Washington de mantener la presión sobre Alemania para obtener un mayor compromiso financiero, político o incluso militar seguiría siendo la misma con Biden.” Según este portal, “los alemanes contarán con mucho tiempo para debatir su proyecto transatlántico en el año electoral de 2021, cuando la era de la canciller Angela Merkel llegue a su fin” y, “aunque en Berlín todo el mundo espera que las relaciones vayan de mal a peor si Trump sigue siendo presidente”, de ganar Biden los estadounidenses podría encontrarse con “un gobierno en Berlín tan convencido de la expectativa de una retirada [militar] estadounidense que cualquier posibilidad de imaginar otro curso de los acontecimientos quedaría desplazada.”
Ya en el mes de julio el experto en EEUU del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores (DGAP), Josef Braml, intentaba atemperar el entusiasmo hacia una eventual victoria de Biden en una entrevista con la agencia Reuters. De acuerdo con Braml, no cabría esperar un regreso a la mesa de negociación para revivir la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP). Refiriéndose a las demandas a los aliados europeos de que contribuyan más a la OTAN, afirmó que “tampoco cambiaría nada con Biden”. La propia agencia se encargaba de recordar cómo la asesora del candidato del Partido Demócrata Julianne Smith había anunciado con anterioridad que Biden “estudiaría” las implicaciones de la participación china en puertos europeos así como la instalación de las redes 5G de Huawei en Europa.
Arreglar lo que Trump ha roto
“¿Puede Biden arreglar lo que Trump ha roto?”, se preguntaba en una columna para The New York Times la redactora jefe de Le Monde, Sylvie Kauffmann. Para Kauffmann, una de las consecuencias de la política de Trump ha sido que “los europeos están ahora aprendiendo a navegar solos en un mundo aún más peligroso para ellos, mientras gestionan una relación extraña con EEUU”. “Contra todo pronóstico”, concluía, “la crisis del Covid-19 ha hecho a los europeos más conscientes de la necesidad de tomar las riendas de su propio futuro” y movido la “soberanía europea” a un lugar destacado en la agenda de París y Berlín. Sus promotores, en opinión de Kaufmann, “piensan que hará a la UE menos dependiente de China y mejor equipada para un posible segundo mandato de Trump”, y que, en el caso de una victoria de Biden, éste “podría elegir tratar a una Europa unida como un socio real en la promoción de valores comunes.”
Sin embargo, a la luz de lo visto nada impide reformular la pregunta de Kauffmann: ¿Quiere Biden arreglar lo que Trump ha roto? Como escribían recientemente Doug Palmer y Sara Seligman en Politico, “la eliminación de Trump como elemento irritante expondría el hecho de que ciertas diferencias transatlánticas de opinión van más allá del actual inquilino de la Oficina Oval”: “Alemania, por ejemplo, ha sido reacia a sumarse a la confrontación con China, que se ha convertido en un importante socio comercial” y “muchos países europeos dependen asimismo de Rusia para su suministro de energía, por lo que gestionan sus acuerdos con Moscú cuidadosamente.” Palmer y Seligman también aventuraban la posibilidad de que Biden no dé marcha atrás a algunas de las decisiones tomadas por Trump, sino que las utilice para promover una reforma que beneficie a los intereses estadounidenses, en particular en organismos internacionales como la OMC, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.