A los estadounidenses les gusta repetir que las próximas elecciones son las “más importantes de nuestras vidas”. En esta ocasión, sin lugar a dudas, es verdad, y no solo para Estados Unidos, sino para el mundo.
De hecho, es difícil sobreestimar la importancia de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre en lo tocante a la lucha contra el cambio climático. “Las decisiones políticas que se tomen [en las décadas inmediatas] probablemente resultarán en cambios en el clima de la Tierra que se medirán en milenios”, apuntaron 22 científicos en un artículo de 2016 en la revista Nature. Esto se debe a que el sistema climático se arriesga a cruzar determinados puntos de inflexión tras los cuales un cambio es en esencia irreversible. Por ejemplo, cada año la gigantesca capa de hielo de Groenlandia se derrite más y más. Si de hecho ha cruzado ya el punto de inflexión, como defiende un estudio reciente, continuará perdiendo más hielo del que gana, incluso en años más fríos. Reducir las emisiones (y eventualmente las temperaturas) no devolverá el hielo perdido a su sitio.
Así que el tiempo corre, y la Unión Europea, en proceso de implementar su propio pacto verde, necesita socios para mitigar el cambio climático. En lo tocante a la cooperación climática transatlántica, la UE necesita tener –al igual que cualquier buen periódico o político a la espera de los resultados electorales– dos planes diferentes para el 4 de noviembre.
Si gana Trump
En un segundo mandato de Donald Trump, el gobierno federal de EEUU continuaría eliminando políticas destinadas a reducir las emisiones. El presidente retirará a EEUU del Acuerdo de París, un proceso que Trump empezó el año pasado cuando Washington envió la notificación oficial con su intención de retirarse, y que puede completarse el 4 de noviembre, el día después de las elecciones. En el frente nacional, Trump ha sustituido el Clean Power Plan de Barack Obama con una ley más laxa que permite a las centrales eléctricas emitir más gases de efecto invernadero. Ha propuesto eliminar las regulaciones que controlan las fugas de metano de las industrias de gas y petróleo, entre otras, y ha relajado las reglas que rigen las emisiones de los automóviles, yendo tan lejos como para denegar a EEUU el derecho de establecer estándares propios y más estrictos.
La mayoría de las políticas pro-emisiones de Trump adoptan la forma de regulaciones federales –las cuales suelen ser impugnadas en los juzgados– más que de legislación en el Congreso. (Durante la mayor parte de los mandatos de Obama, su administración legisló en materia climática de la misma manera.) Por una parte, si Joe Biden es presiente podría cambiar la manera de hacer las cosas usando la autoridad del poder ejecutivo, incluso con un Congreso bloqueado. Por otra parte, este escenario sugiere que un segundo mandato de Trump, con más tiempo para perfeccionar sus órdenes ejecutivas y nombrar jueces afines, podría causar un mayor daño al clima, incluso con un Congreso bloqueado.
Así que si Trump se mantiene en la Casa Blanca, los encargados de la política exterior europea tendrán que gastar otros cuatro años dándole cuerda a su cooperación con organismos estatales y locales estadounidenses. El Servicio Europeo de Acción Exterior está orgulloso de su trabajo en este frente, que incluye apoyar el Pacto Global de los Alcaldes por el Clima y la Energía, que la UE copreside con el exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, así como la cooperación directa con Estados de EEUU a través de la Alianza de Estados Unidos por el Clima. Esta última ha conseguido algún logro concreto, como que la UE y California acordasen compartir conocimiento en mercados de carbono, pero no es una colaboración transformadora o nada que pueda describirse como una pacto verde transatlántico.
Trump no podrá impedir toda acción climática por parte de EEUU en su segundo mandato: a pesar de los mejores esfuerzos del presidente, la industria del carbón estadounidense está en caída libre. Más aún, Estados y ciudades gobernados por demócratas redoblarán esfuerzos para reducir las emisiones en respuesta a una victoria de Trump, mientras las principales compañías de EEUU continuarán estableciendo sus propios compromisos climáticos: Google anunció en septiembre que gestionará todo su negocio mediante energía libre de carbono para 2030.
Pese a todo, la Comisión Europea y la Casa Blanca tendrían más posibilidades de acabar enfrentadas que cooperando. La sensata intención de la UE de implementar un arancel al carbono provocará tanto resentimiento por parte de Trump como los fallidos intentos europeos de imponer tasas a los gigantes tecnológicos. El alentador anuncio del presidente de China, Xi Jinping, en la Asamblea General de la ONU –Xi intentará que China alcance la neutralidad en las emisiones de dióxido de carbono para 2060– deja todavía más claro que en un segundo mandato de Trump, Europa estaría mucho más alineada con China que con su viejo aliado transatlántico en un asunto estratégico clave. Las decisiones políticas chinas son tan relevantes porque el país emite más gases de efecto invernadero que Europa y EEUU juntos.
Si gana Biden
La campaña de Biden se apoya en un plan climático serio, proponiendo gastar cerca de dos billones de dólares en una “revolución de la energía limpia”. El objetivo a largo plazo es alcanzar las cero emisiones netas de gases de efecto invernadero no más tarde de 2050, la misma fecha en que la UE espera lograr la neutralidad climática. Biden promete centrarse en la diplomacia climática en sus primeros 100 días en el cargo, mediante la convocatoria de una “cumbre mundial del clima” donde las grandes potencias deberán anunciar compromisos más ambiciosos, y con acuerdos internacionales para reducir las emisiones en los sectores del transporte y la aviación.
Los senadores demócratas han sacado a la palestra su propio plan. Este también reconoce que EEUU no puede resolver el problema por sí solo y llama a “integrar el cambio climático… en la política exterior” y “reforzar los programas de ayuda estadounidenses” para la lucha climática. Los autores del plan citan varias veces, con aprobación, la política sobre el clima de la UE, inquietos porque EEUU está “quedándose atrás respecto a sus principales competidores económicos”.
Estos documentos, como la resolución del Congreso sobre el Green New Deal de 2019, proporcionan una buena base para la cooperación entre EEUU y la UE en materia climática durante el mandato de Biden. A nivel práctico, trabajar de manera conjunta podría implicar revivir instituciones como el Consejo de Energía EEUU-UE, lanzado en 2009. A nivel general y estratégico, la UE y EEUU podrían hacer sentir su peso conjunto en la conferencia de la ONU sobre cambio climático de noviembre de 2021 (COP26), cuando los firmantes del Acuerdo de París discutirán sus últimos objetivos de reducción de emisiones. Las dos potencias transatlánticas podrían acabar formando el núcleo de lo que el economista William Nordhaus llama “el club climático”, cuyos miembros no solo acuerdan llevar a cabo reducciones armonizadas de emisiones, sino también, y esto es crucial, castigar a los gorrones.
Asqueado y cansado de ganar
Que Biden y los demócratas sean capaces de llevar a cabo sus planes climáticos es otro cantar. El compromiso de Biden de lograr la neutralidad de carbono para 2050 se enfrenta a más obstáculos para convertirse en la política oficial del país que el anuncio de Xi respecto a China.
Un obstáculo es el riesgo real de un resultado cuestionado en las elecciones, con un Tribunal Supremo peligrosamente politizado como único árbitro. La muerte de la jueza del Supremo Ruth Bader Ginsburg ha elevado las apuestas en unas elecciones que ambos partidos ya califican como un combate a vida o muerte. Trump espera nombrar a su candidata para reemplazar a Ginsberg, la jueza conservadora Amy Coney Barrett, antes de que el próximo presidente jure el cargo. Si lo logra, el Tribunal Supremo será más receptivo a las quejas acerca de una sobre-regulación climática y estará más dispuesto a bloquear las políticas climáticas del poder ejecutivo, como ya hizo en 2016 cuando aceptó la petición por parte de 27 Estados de detener la implementación de las regulaciones de la administración Obama sobre las emisiones de las centrales eléctricas, alegando que así evitaban daños a sus economías.
Hacer política legislando en el Congreso es una ruta más segura para lidiar con el cambio climático, pero un nuevo presidente demócrata podría no contar con el apoyo del Capitolio a la hora de pasar algún tipo de Green New Deal. Según las últimas predicciones de FiveThiryEight, los demócratas tienen un 60% de probabilidades de obtener una mayoría el Senado, a pesar de la ventaja estructural de los republicanos en la Cámara. Cada Estado nombra dos senadores con independencia de su tamaño, sin importar que la mitad de la población del país viva en solo nueve Estados. Y los republicanos suelen lograr mayorías en los Estados más pequeños.
Además, una mayoría simple no te lleva muy lejos en el anti-mayoritario sistema estadounidense. De los 100 senadores, 41 podrían bloquear leyes importantes mediante el “filibusterismo”, explotando por ejemplo la regla del Senado que requiere 60 senadores para dar por cerrado un debate antes de proceder con el voto. Esta minoría de bloqueo no necesita representar a una parte importante del país: mientras que la UE establece que una minoría de bloqueo debe representar más del 35 de la población, EEUU no tiene una regla parecida. Es técnicamente posible que Estados que representan solo el 12% de la población envíen 42 senadores a Washington y obstruyan leyes clave.
Pero mientras el campo de batalla del Senado no está todavía decidido, la amenaza por parte de varios actores legislativos con capacidad de vetar políticas climáticas populares es muy real. En el Estado de Oregón, los republicanos abandonaron el Congreso estatal en febrero porque sabían que los demócratas, que tenían mayoría, iban a pasar una ley que crearía un mercado de emisiones si tenían quórum suficiente.
De ahí que la candidata a vicepresidenta del Partido Demócrata, Kamala Harris, dijese durante la campaña que estaba “preparada para deshacerse del filibusterismo para pasar un Green New Deal”. El líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer, ha dicho más recientemente que eliminarlo no estaba “descartado”.
Eliminar el filibusterismo allanaría el camino para los demócratas a la hora de promover una gran ley climática, pero podría propiciar una reacción feroz de los republicanos. De hecho, con independencia de la forma que adopte, cualquier Green New Deal es probable que reciba tantos ataques como el Obamacare, con abogados y legisladores de todo tipo apuntando a cualquier cosa que pueda interpretarse como inconstitucional.
No eres tú, soy yo
La cuestión es que la cooperación entre EEUU y la UE en materia climática es más que probable que sea complicada incluso si gana Biden. Obviamente, hay una gran diferencia entre tener a un presidente que ignora la amenaza del cambio climático y otro con un plan real para mitigarlo. Aunque solo sea por esto, el inquilino de la Casa Blanca tendrá un poder significativo acerca de algunos aspectos internacionales de la política climática, como volver a sumarse al Acuerdo de París o cooperar más con la UE, como Biden quiere hacer. Pero la cooperación por debajo del nivel federal y otras formas de multilateralismo, incluyendo también a las empresas privadas, seguirán siendo demasiado relevantes durante el próximo mandato presidencial, no importa quién gane.
Este artículo fue publicado originalmente, en inglés, en Internationale Politik Quarterly.