El 15 de septiembre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, en una ceremonia apadrinada por el presidente estadounidense Donald Trump, formalizaron la normalización de sus relaciones. La firma de este acuerdo supone que cuatro Estados árabes ya han aceptado el derecho de Israel a existir, lo que debe ser entendido como un auténtico éxito diplomático. Poco a poco se va cumpliendo la estrategia de Israel: pasar del Telón de Acero de 1949 a la normalización de sus relaciones con los Estados árabes.
La elección de Emiratos y Bahréin no es casual. Ninguno ha participado en una guerra directa contra Israel, ya que cuando obtuvieron su independencia (1971) el grueso de las guerras árabe-israelíes ya había transcurrido. Si bien es cierto que esta característica se puede aplicar a ambos Estados, la relación de Bahréin con Israel ha sido mucho más fluida que la de Emiratos Árabes Unidos. La explicación la debemos buscar en la histórica comunidad judía asentada en Al-Qatif y su integración, que se ha traducido en una participación plena y activa en la vida política de Bahréin. Quizás por ello, las relaciones entre Manama y Jerusalén han sido menos conflictivas de lo que se podría esperar. Un buen ejemplo de este fenómeno es el abandono de la posición común árabe de boicotear comercialmente a Israel. El propio rey de Bahréin ha participado en ceremonias religiosas judías e incluso invitó al Gran Rabino Sefardí de Jerusalén a Bahréin.
Las relaciones entre Emiratos e Israel, sin ser tan malas como las mantenidas con Siria o Egipto, no han sido tan fluidas. El fundador de los Emiratos Árabes Unidos no dudó en calificar a Israel de enemigo de los pueblos árabes. A pesar de no haber tenido un enfrentamiento armado directo, hasta 2010 las relaciones entre ambos Estados han sido más bien conflictivas, aunque desde los acuerdos de Oslo se ha mantenido un canal secreto siempre abierto. La relación atravesó su peor momento en 2010, cuando un importante líder de Hamás, Mahmoud al-Mabhouh apareció muerto en el Hotel dubaití Rotana Al Bustan. Las autoridades emiratíes acusaron a los servicios secretos israelíes, pidiendo el arresto del director del Mossad, Meir Dagan. También amenazaron con detener a cualquier ciudadano israelí que pisara suelo emiratí aunque lo hiciera con otro pasaporte.
Israelíes y emiratíes han sabido encontrar puntos de confluencia en la amenaza que para ambos supone el programa nuclear iraní. De hecho, ya en la investidura de Barack Obama, ante las promesas de un pacto nuclear con Irán, los embajadores de ambos países coincidieron en pedir al nuevo presidente más firmeza con las ambiciones de Teherán. Este primer acercamiento sirvió para que al filtrarse el primer borrador de acuerdo nuclear, en 2015, los embajadores celebraran una reunión en la que acordaron mantener una postura común. El canal secreto establecido en 1994 se había reactivado, en parte por la amenaza iraní, y en parte también porque una vez fracasado el Plan Kerry (2014), Netanyahu optó por la vía saudí-emiratí para solucionar el conflicto con los palestinos.
Por esta razón, los contactos diplomáticos pasaron al nivel político. En 2006 Benjamín Netanyahu se reunió en Chipre con un líder emiratí cuyo nombre no ha trascendido. Esta reunión, que ha salido a la luz gracias a la inteligencia norteamericana, sirvió para sellar la alianza. Poco a poco la cooperación se fue haciendo más estrecha y en marzo de 2018 el propio Netanyahu cenó en Washington con los embajadores de Israel y Emiratos. A la cena asistió otro invitado, Abdullah bin Rashid, el embajador de Bahréin en Washington, cuya presencia supuso el punto de partida del Acuerdo de Abraham.
Otro hecho que ha facilitado la naciente coordinación entre Israel y Emiratos Árabes Unidos ha sido la pandemia del Covid-19. Israel ha encontrado un socio fiable para la compra de material sanitario y la cooperación científica en la lucha contra la pandemia. Junto a esta cooperación, Israel ha permitido que Emiratos usara el Aeropuerto David Ben Gurión para distribuir material médico a la Autoridad Nacional Palestina.
Las consecuencias del Acuerdo de Abraham
El acuerdo se anunció el 13 de agosto y su firma se pospuso hasta el 15 de septiembre, utilizándose para la puesta en escena la Casa Blanca. La elección de Abraham para dar nombre al acuerdo no es casual, ya que de este patriarca nacen las líneas dinásticas del judaísmo (de Issac) y del islam (de Ismael o Ibrahim, como le conocen los musulmanes). Además, la piedra sobre la que Abraham se dispuso a sacrificar a su primogénito es el lugar donde se erige la Cúpula de la Roca, uno de los lugares que generan más enfrentamiento entre israelíes y palestinos.
Si bien los acuerdos en sí son solo un reconocimiento internacional mutuo y una manifestación de la voluntad de iniciar una relación bilateral por la vía diplomática, sus consecuencias pueden cambiar la configuración regional de Oriente Próximo. En primer lugar, el acuerdo culmina la creación de una alianza regional contra Irán y abre la puerta a que Israel y Arabia Saudí establezcan un marco de cooperación a tal efecto. De hecho, es impensable que este acuerdo se haya gestado sin el respaldo Riad, ya que Emiratos es su principal aliado en la zona y Bahréin depende en todos los campos del Reino. No es disparatado pensar que, en un plazo de 24 meses, Arabia Saudí e Israel formalicen un acuerdo de normalización, lo que provocaría un efecto dominó en el mundo árabe deseado por Israel.
En segundo lugar, es un éxito de la diplomacia israelí. Con Bahréin y Emiratos, son ya cuatro los Estados árabes con los que se han normalizado las relaciones. La diplomacia pública israelí –la Hasbara– ha jugado un papel crucial, ya que la diplomacia digital ha podido llegar a aquellos sitios donde el boicot árabe no se lo permitía.
Además, el acuerdo abre la puerta al comercio e inversiones. El desarrollo tecnológico israelí puede encontrar un mercado muy favorable en el Golfo Pérsico, una región que se presenta como destino turístico atractivo para los israelíes. En este punto no podemos olvidar la transferencia militar (aviones F-35) que Emiratos podría recibir como contraprestación, lo que le permitiría estar en una mejor posición para frenar a Irán.
En cuarto lugar, otorga a Netanyahu y Trump un respiro interno. Los dos mandatarios están recibiendo duras críticas por su mandato y en el caso de Bibi estas críticas se han convertido en movilizaciones por su gestión del Covid-19 y por sus escándalos de corrupción. A Trump le permite presentarse en la campaña electoral con un logro importante no solo para la comunidad judía, sino también para su base electoral evangélica.
Los grandes perdedores de esta historia son los palestinos. No solo no obtienen nada del acuerdo, sino que además pierden el apoyo que habían tenido de las monarquías del Golfo, con la excepción de Qatar.
En la foto donde aparecen los ministros, debajo debería decir » De derecha a Izquierda», pues son la derecha e izquierda del lector hispano.