Políticos hay por vocación y profesionales. Estos últimos son los que viven de y para la política, según la definición coloquial de Max Weber. En las últimas dos décadas, en América Latina ha aparecido, sin embargo, una categoría adicional: los políticos empresariales. Se trata de un tipo de políticos profesionales que controlan partidos y maquinarias electorales, y que en un corto espacio de tiempo se convierten en grupos de poder que usufructúan mediante la corrupción los recursos del Estado.
Un ejemplo característico lo encontramos en Ecuador. El país retornó a la democracia en 1979 e inició una renovada época política, caracterizada por complejas etapas electorales e inestabilidad económica. La vuelta a la democracia consolidó a varias familias como grupos de poder. Una de ellas, de apellido Bucaram, se convertiría durante las décadas siguientes, sobre todo en la región Costa, en la representante más visible del populismo mesiánico. Su influencia se basaba en el control de las masas populares, en el uso simbólico de la movilización social y en el eficiente poder del voto electoral. Asaad Bucaram, conocido como “don Buca, el turco de buen corazón”, fue el patriarca clánico, quien, al no poder presentarse como candidato presidencial, auspició bajo su tutela y la de su poderoso partido, Concentración de Fuerza Populares (CFP), a un joven político desconocido, Jaime Roldós, esposo de una de sus sobrinas. Roldós ganó las elecciones, convirtiéndose en el primer presidente de la nueva era democrática.
“Roldós a la presidencia, don Buca al poder”, se leía en las calles de Guayaquil, la ciudad de donde ambos eran oriundos. Poco duró la alianza familiar. A los pocos meses, ambos se distanciaron: Roldós no aceptaba el tutelaje y empezó a gobernar con identidad propia. Esto causó la ruptura con Bucaram, entonces presidente de la Asamblea Nacional, convirtiéndose en rivales políticos. Para una gran mayoría de simpatizantes y afiliados del popular CFP, Roldós había traicionado al patriarca. No sabemos si las intenciones del joven presidente fueron por noble vocación, para construir un nuevo país o como una nueva forma de hacer política. Roldós murió en 1981 en un misterioso accidente aéreo, apenas dos años después de acceder a la presidencia.
En los años ochenta, la política no cambió mucho ni en los grupos ni en las familias que controlaban el poder. Fueron gobiernos que intentaron consolidar un modelo empresarial-neoliberal que provocó una década de movilizaciones, revueltas militares e inestabilidad política.
Tras la muerte de Roldós nace el Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE), una propuesta política que aglutinaría a la “fuerza de los pobres”, iniciando el proyecto de populismo mesiánico más importante en Ecuador, creado por otra ala de la familia Bucaram. En la década de los noventa, el roldosismo catapultará a su miembro más carismático, Abdalá Bucaram Ortiz, autoproclamado “el loco que ama”, quien en 1997 llegaría ser presidente, triunfando sobre el representante de la oligarquía nacional Jaime Nebot. Sin embargo, su gobierno no pudo desarrollar ningún tipo de política pública relevante: duró únicamente seis meses y ante graves denuncias de corrupción fue sustituido por el Congreso Nacional, aduciendo incapacidad por demencia. “El loco que ama” se autoexilió en Panamá.
Le siguieron otros gobiernos también de corte populista: Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005), quienes también vieron interrumpidos sus periodos presidenciales debido a su ineficiencia en la conducción de la nación. En los casos de Mahuad y Gutiérrez, varios de sus ministros fueron acusados de actos ilícitos, lo que ocasionó protestas y convulsión social, pretextos ideales para que las élites bancarias y empresariales del país organizasen sus respectivas salidas mediante golpes de Estado y levantamientos populares. Ese fue el contexto donde se desenvolvió la partidocracia ecuatoriana, entre líderes de reducido capital político, baja credibilidad, alta corrupción, inestabilidad y poco sostenibles en el tiempo.
Políticos emprendedores en el siglo XXI
Las dos últimas décadas no cambiaron el fondo de la estructura política del país, más bien consolidaron el modelo de políticos emprendedores. Entre el periodo 2006-2017, otro líder mesiánico, Rafael Correa, volvió a seducir a las masas con un discurso renovado, eficiente, anti-partidos políticos, planteando el denominado buen vivir como una nueva forma de hacer y construir política. Junto a la participación democrática del pueblo, Correa proponía cambiar el modelo neoliberal de economía extractiva, apostando por nuevas formas de planificación y políticas que llevarían a la reducción de las inequidades sociales.
La propuesta del Socialismo del siglo XXI logró posicionarse como una máquina electoral ganadora hasta las elecciones de 2017. Sin embargo, los escándalos de corrupción protagonizados por los grupos correístas, que volvieron a utilizar el Estado como botín, siguiendo los pasos y prácticas de sus archienemigos de la derecha, acabaron con el proyecto. Con la implosión de Alianza País, provocada por la ruptura de sus dos líderes, el movimiento de Correa y su revolución ciudadana quedaron aniquilados, desapareciendo el proyecto político más importante de la historia contemporánea del país.
Curiosamente, el apellido Bucaram vuelve a salir a la palestra, en esta ocasión en mitad de la crisis del Covid-19, protagonizando uno de los mayores escándalos de los políticos emprendedores del siglo XXI. De nuevo, el Estado como botín. La justicia ha ordenado detener a dos de los hijos de Bucaram Ortiz, Dalo y Michel, en el marco de investigaciones por presunta corrupción en hospitales públicos durante la pandemia, relacionadas con sobreprecios para la compra de insumos. El propio Bucaram Ortiz permanece en arresto domiciliario, en su caso acusado de tráfico de armas.
La historia política del Ecuador, como se ve, es un buen ejemplo para entender la categoría de político empresario o emprendedor, término muy de moda en un país que divide su accionar político entre amigos y enemigos, entre corruptos y traidores, emprendedores y burócratas.
Estos especímenes de gobiernos de derechas, son la fragilidad de los pueblos de América Latina que adolecen de una cultura eficaz y eficientes, en promover la objetividad de las democracias como principio de la ética política; que deben emanar y fortalecer a través de las políticas publicas en la metodológica como fundamento de renovación, en los criterios de cultura y formación de las sociedades,con mayor emprendimiento en lo social-político-ecónomo-financiero como espíritu de Patria, en todas las regiones, hasta las más apartadas. De ahí,si se sustenta las revoluciones de la mejor democracia que lasustente.