Se dice que lo que sucede localmente tiene un impacto global. Y es cierto. No sería la primera vez que un conflicto dormido despierta y hace saltar todas las alarmas. Es más: si ese conflicto involucra a dos potencias nucleares en un contexto de pandemia global, la cosa se complica sobremanera, especialmente cuando otros actores globales intentan aprovechar la situación para realizar movimientos geopolíticos singulares.
Esto es exactamente lo que sucede en la frontera sino-india. Un conflicto congelado se reactiva en un momento de alta tensión geoestratégica entre China y Estados Unidos, que pugnan por el control del eje Asia-Pacífico y del dominio tecnológico del mundo.
La tensión entre las dos grandes potencias asiáticas se remonta a la guerra fría. En 1962, mientras la crisis de los misiles de Cuba hacia contener el aliento al mundo, militares chinos tomaban una pequeña franja de territorio en la conflictiva región de Cachemira, en el valle del Galwan. El origen de la disputa se sitúa en el proceso de descolonización del imperio británico y el rechazo de China a reconocer las fronteras marcadas por la metrópoli. Este desencuentro llevaría a un conflicto bélico entre China e India, en el que la segunda fue derrotada. Posteriormente, a pesar del establecimiento de la Línea de Control Actual (LAC), China e India han intentado ponerse de acuerdo en diversas rondas de diálogo en 1996 y 2005. Aunque no se alcanzó un acuerdo definitivo sobre el territorio, se acordó la prohibición del uso de armas de fuego en los enfrentamientos en torno a la LAC. Así que India continúa reclamando 38.000 kilómetros cuadrados y China denomina a la región de Arunachal Pradesh “Tíbet del Sur”.
Mientras el mundo mira hacia el impacto que está provocando el Covid-19, desde el mes de abril se suceden los incidentes. Ha habido enfrentamientos entre patrullas de uno y otro lado y se ha producido un despliegue de tropas y efectivos en la zona. Los combates se han efectuado a puñetazos y pedradas. Hubo 20 soldados indios y 16 chinos muertos.
El origen de esta escalada tiene que ver con las distintas obras de infraestructuras llevadas a cabo por los dos contendientes con el fin de tener un mejor control del territorio. Para ambos se trata de una zona muy relevante geopolíticamente. China quiere conectar a la región de Xinjuiang con el occidente del Tibet, y los enclaves estratégicos en altura para India son esenciales en una región tan sensible como la de Cachemira.
Carreteras, pero también gestos políticos han llevado a que dos líderes con fuertes personalidades, Narendra Modi y Xi Jinping, vean con mucho recelo al contrario. Está en juego no solo la hegemonía regional, sino también el modelo de gobernanza que ambos persiguen. La competencia se libra, por tanto, a varios niveles. El primero, el local. A China no le gustan las excelentes relaciones de Modi con el Dalai Lama, a India le parece una afrenta que Pekín ayude a la modernización del ejército pakistaní.
El segundo nivel es el regional. China e India son, respectivamente el segundo y quinto inversor mundial en defensa; tercero y cuarto en el Global Firepower Index que establece el ranking global en capacidades militares. India no lleva nada bien ir por detrás de China en muchos terrenos que incluyen las nuevas tecnologías o las capacidades militares de su rival. La estrategia seguida por ambos ha sido dispar hasta ahora. Mientras China conseguía transitar de una dinámica de importación de suministros a una de exportación, India todavía es dependiente del exterior. Además, esta última no tiene la capacidad inversora de su rival, debido a los múltiples frentes abiertos en materia de seguridad, como el conflicto con Pakistán. A pesar de ello, con Modi a los mandos, India ha comenzado lenta, pero inexorablemente, el proceso modernizador de su ejército. Para ello, cuenta con ayuda y suministros norteamericanos. Este refuerzo, junto con una mayor experiencia sobre el terreno debido, precisamente, a los conflictos territoriales a los que se enfrenta, hace que todavía haya partido entre ambos. China no ha vuelto a participar en un conflicto de manera activa desde su guerra inconclusa con Vietnam en 1979.
Más allá de esta frontera, también existen intereses cruzados en el Índico, en el Estrecho de Malaca, vía de comunicación esencial entre India y el Pacífico. China es consciente de la importancia geopolítica de este punto geográfico y, por eso, está desplegando bases navales en puntos estratégicos como Yibuti o Pakistán, a lo que también hay que sumar el control que tiene del puerto de Hambantota, en Sri Lanka. La ventaja de India en este caso es la proximidad del teatro de operaciones a su territorio, una situación similar a la que vive China en relación con el Mar de China Oriental.
Por fin, el tercer escenario de competición es el global. China se encuentra en plena expansión mundial y rivaliza de manera evidente con EEUU. India, por su lado, apuesta por una multilateralidad reforzada en la que, a buen seguro, jugaría un papel esencial. Las otras dos grandes potencias, Rusia y EEUU, miran de reojo a estos dos mastodontes. Rusia quiere ser más que una mera potencia regional en Eurasia, pero se da cuenta de que es excesivamente dependiente del apoyo chino para poder desarrollar sus estrategias. EEUU, con Donald Trump, intenta meter el dedo en el ojo chino, realizando maniobras de aproximación a Modi con la intención de evitar el acceso al Pacífico de China a través del Índico.
La Unión Europea ni está, ni se la espera. El desplazamiento de la relevancia del eje Atlántico hacia el Pacífico deja a Bruselas muy alejada del teatro de operaciones global. La pandemia, además, ha hecho que Bruselas y los Estados miembros perciban su enorme dependencia exterior y la necesidad de un plan reindustrializador que no le haga perder su identidad particular. La cumbre UE-China de junio quizás haya sido un punto de inflexión en este cambio de orientación pero todavía es pronto para afirmarlo rotundamente.
Un conflicto abierto entre India y China tendría consecuencias importantes en el orden global, donde todos los actores procederían a alinearse de manera que polarizase aún más el actual contexto internacional. Estén atentos a sus pantallas.
Es una visión que pasa por alto el intento de imposición de la línea Mac-Mahon definida por la Convención Simla de 1914 y que China nunca ha reconocido. Inglaterra eterna..