Las trayectorias de los autores de los ataques se originan en determinadas patologías sociales, pero también en reacciones identitarias y dinámicas transnacionales.
Entre el 7 y el 9 de enero, Francia vivió una vez más al ritmo del terrorismo. Los hermanos Saïd y Cherif Kouachi, al atacar a los miembros de la publicación satírica Charlie Hebdo y a los policías encargados de protegerlos, así como Amedy Coulybaly, que atentó contra quienes se encontraban, entre ellos cuatro judíos, en un establecimiento kosher de Vincennes, pusieron de manifiesto la realidad del hecho yihadista en Francia. Desde la década de los noventa, el país debe hacer frente a una amenaza a su seguridad basada en el repertorio del islam radical que tiene como objetivo a los actores (Estados, gobiernos, poblaciones…) presuntamente hostiles a los musulmanes.
Si los debates posteriores a los ataques perpetrados contra Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 engendraron, en el seno de determinados círculos, una reflexión sobre la ontología del “islam”, y en particular, sobre la posible unción procedente de las escrituras de cierta violencia, da la impresión de que los acontecimientos recientes en Francia, tal como hemos comprobado en algunas declaraciones de responsables políticos (el primer ministro francés, Manuel Valls, aludiendo en concreto a la existencia de un “apartheid social”), se orientan hacia un interrogante de naturaleza sobre todo sociológica.
Ahora bien, ¿qué nos revela el análisis de las trayectorias, continuidades e inflexiones características de los perfiles de los actores que hoy adoptan las tesis yihadistas? Tanto si lo que interesa son los recorridos microsociológicos de quienes se identifican con esta lucha religiosa como el significado histórico del yihadismo en nuestra época, pueden constatarse rupturas evidentes relacionadas con esta forma de compromiso y andadura contestataria, pero también hay ciertas similitudes con actos de violencia política del pasado….