Europa ha estado missing desde que estalló en nuestras vidas la locura sanitaria, económica y social del Covid-19. De la noche a la mañana nos vimos encerrados en casa, pendientes como nunca antes de los líderes nacionales, coronados emperadores de nuestra cotidianeidad más absoluta. ¿Despertará la Unión Europea para ofrecernos una salida eficaz y segura en nuestro retorno a la libertad?
Recuerda Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea y una de las voces más lúcidas de la élite azul estrellada, que los ciudadanos quieren que la UE resuelva sus problemas sin importar mucho el reparto de competencias.
De poco sirve ahora sorprenderse de que, ante la más grave de las amenazas contra nuestra seguridad, la UE, el más valioso instrumento para el progreso del que disponemos los europeos, no tuviera poder alguno. Una pieza del puzle post-Covid-19 es el plan económico para paliar los efectos del temporal, pero los retos superan ampliamente el ámbito macroeconómico.
Tenemos la mirada puesta estos días en las reaperturas de la vida social que han comenzado en la mayoría de países europeos. Son esperanzadoras las informaciones sobre una posible vacuna que llegan desde Oxford, pero la realidad es que tendremos que convivir con el maldito virus durante un buen tiempo. ¿Podremos recuperar nuestro modo de vida europeo, si bien adaptado a este nuevo riesgo, mientras tanto?
Millones de vidas en Europa están absolutamente entrelazadas por razones familiares, sentimentales, de amistad o por el simple deseo de moverse por otros países europeos para disfrutar de las vacaciones o una escapada de fin de semana. Urge una respuesta para recuperar esa libertad de la que disfrutábamos sin permisos ni burocracias, de una forma única en el mundo. Habrá de hacerlo, claro, con mecanismos de protección homologados a lo largo de la UE.
Está en juego la supervivencia del sector turístico, pieza clave de las economías de varios países de la Unión, incluido España. Este sector representa entorno al 10% del PIB de la UE y da trabajo a 22,6 millones de personas (el 11,2% de la fuerza laboral). Con las vacaciones de verano a la vuelta de la esquina, algunos países vecinos han comenzado a discutir planes por su cuenta para levantar las fronteras y permitir el paso para el veraneo. Es el caso de Croacia y Eslovenia. El ministro de turismo austriaco ha dicho que su país podría abrir las fronteras este verano para permitir la entrada a “alemanes y otros países que estén logrando mantener el virus bajo control”.
Esta dinámica bilateral desembocaría en una situación discriminatoria e injusta para los europeos dependiendo de su lugar de residencia. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que compagina sorprendentemente su bagaje médico con un discretísimo papel en la crisis de la pandemia, debe cumplir con su promesa hecha hace unos días: “Las vacaciones de verano serán posibles si las personas respetan la distancia social con soluciones inteligentes. […] Los controles internos de fronteras deberían levantarse de una forma coordinada”.
Los ministros de turismo se han reunido para abordar por primera vez un asunto que no es nada sencillo. ¿Cómo podrán las aerolíneas –muchas de ellas al borde de la quiebra o con respiración asistida por el dinero público– garantizar viajes sin riesgo? ¿Qué protocolos deberán cumplir los hoteles y restaurantes para que sea seguro el veraneo? ¿Qué medidas se pondrán en marcha en caso de un nuevo brote durante las vacaciones?
Más allá de los planes para el verano, la cuestión de la convivencia con el virus nos interpelará sobre la ponderación que debemos practicar entre los valores de libertad, privacidad y seguridad. Las aplicaciones con información sobre los contagiados y su entorno han sido claves para contener la pandemia en Asia. En Europa deberíamos ser capaces de servirnos de esta tecnología con unos límites muy precisos sobre el uso de los datos privados.
Sería disparatado asistir a una diferenciación a 27 sobre qué es aceptable en este delicado terreno. Por el momento, unos países apuestan por un tipo de app y otros por otro, con el riesgo de que lleguemos a una situación surrealista en que “un móvil con la aplicación española cruce datos con un dispositivo francés, pero no con uno danés u holandés”, como alerta el eurodiputado Adrián Vázquez. Merecemos la reaparición urgente de la UE para volver con nuestras vidas.