A pesar de los problemas y retos que también afrontan, los países escandinavos permanecerán en el imaginario colectivo como el punto de referencia hacia el que convendría avanzar, aunque no resulte posible atisbar el modo en que podría realizarse dicho acercamiento.
En los extremos del continente europeo encontramos dos países claramente alejados, no solo geográfica, sino sobre todo cultural, social y políticamente: Noruega y España. La lejanía no ha sido óbice, de hecho, para que Noruega (junto al resto de países escandinavos) haya estado a menudo presente como foco de atención y modelo a seguir en las reflexiones acerca del futuro de nuestro país y sobre las reformas que convendría adoptar para corregir los problemas que nos aquejan.
Noruega ofrece la imagen de una sociedad próspera, moderna y funcional. A todo ello se une la condición de país fuertemente igualitario, valores igualitaristas que la mayoría de los españoles comparten. Ese igualitarismo noruego se expresa de diversos modos, aunque quizá el más llamativo en España (por su histórico atraso relativo en este campo) sea el de las relaciones de género. El Estado noruego lleva décadas comprometido con la promoción de la igualdad entre hombres y mujeres a través de políticas públicas. Cuestiones clave que en España llevan escasos años en la agenda política (como los problemas de conciliación de la vida familiar, la educación infantil o la atención a la dependencia), tradicionalmente han constituido ejes centrales del desarrollo del Estado de Bienestar en Noruega.
Dos trayectorias históricas, dos modelos de bienestar
Noruega se ha caracterizado, históricamente, por haber apostado por un Estado de Bienestar ambicioso, que proporciona seguridad y calidad de vida a todos sus ciudadanos, con independencia de su situación de necesidad y de sus cotizaciones previas al sistema de Seguridad Social. Es lo que se conoce como universalismo….