El domingo 1 de marzo, José Mujica terminaba cinco años de mandato como presidente de Uruguay. El rey Juan Carlos ha sido uno de los antiguos jefes de Estado que han acudido a despedirle. Además de otros presidentes, en su mayoría, claro, americanos. Nadie busque imágenes fáciles: Mujica llegando a la ceremonia, en Montevideo, donde su pequeño y no nuevo Volkswagen azul claro causó admiración. Venía de su granja, en las afueras de la ciudad: no precisamente una granja modélica por su orden, sí por la cohabitación de perros, conejos, gallinas, gatos en desordenado entendimiento (o casi).
Mujica había formado parte de Tupamaros –Movimiento de Liberación Nacional–. Nadie había podido probar su participación en delitos de sangre. La dictadura militar le distinguió encerrándole en una celda de tres por tres metros durante siete de los 14 años que permaneció en prisión. Sin un solo libro. Repetimos, sin lectura muchos presos viven especialmente mal. Mujica explicaba cómo había aprendido a dominar la memorización. “Esos años de soledad fueron probablemente los que más me enseñaron: tuve que repensarlo todo, aprender a galopar hacia adentro, por momentos, para no volverme loco”.
En su quinquenio Mujica se ha decidido a poner en manos del Estado la producción, venta, distribución y consumo de marihuana, frente a una mayoría de uruguayos en contra. “Hay que frenar el avance del narcotráfico y regular un mercado que existe en la sombra y está en manos de delincuentes”. Se han fijado límites al cultivo de la hierba además de regularse la compra y establecido registros de consumidores y clubes de fumadores. Las relaciones Argentina-Uruguay se mantienen tensas, agravadas por la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner.
Uruguay, por otra parte, ha sido el segundo país latinoamericano en reconocer las uniones entre personas del mismo sexo. ¿Quién fue el primero en América del Sur? Argentina… Pero esta es una polémica de segundo orden. La muerte del fiscal Alberto Nisman ha sido por contra un terremoto nacido a algunos kilómetros de profundidad. La popularidad del, hasta el domingo, presidente Mujica superaba los 65 puntos porcentuales; los de Cristina Fernández apenas llegan a 18.
La despenalización del aborto ha hecho frente, según los defensores de Mujica, a la figura de la mujer sola. Es uno de los argumentos que han pesado en la conciencia de los uruguayos. Los defensores de Mujica han insistido en “el empuje y decisión del presidente, que ha colocado a Uruguay en el mundo”, según escribía el diario bonaerense Clarín.
El último rey español, antes de abdicar, prometió a Mujica que acudiría a Montevideo a despedirle. Mujica, 79 años, Juan Carlos I, 77. Y efectivamente se encontraron, como prometido. Un detalle que no parecía importar demasiado a los dos exjefes de Estado era la abdicación del rey español en su hijo Felipe VI. “Cuando fui a España me alojé en un palacio; ahora el rey quiere venir a mi chacra” (nombre común de una pequeña propiedad agraria en la costa).
Seguiremos con Mujica. Pero no sin recordar la delicadeza, el tacto, con que el recién jubilado presidente se refería a su colega argentina: “La vieja es peor que el tuerto. El tuerto era más político, la vieja es más terca”. Mientras Mujica recuerda su sangre, “Soy un poco vasco: terco, duro, seguidor, constante”.
Por Darío Valcárcel, Consejero-Delegado de Estudios de Política Exterior.