Conflicto, infancia y salud mental en los Territorios Palestinos Ocupados.
Décadas y décadas de conflicto y ocupación van imprimiendo huellas imborrables en las niñas y los niños palestinos. Los efectos menos visibles pueden ser, en algunos casos, inmediatos y agudos, pero también pueden tener consecuencias a medio o largo plazo, deteriorando la salud mental y el bienestar psicosocial de los pequeños y sus familias.
Las situaciones de violencia a las que están expuestos también los más pequeños en los Territorios Palestinos Ocupados, como palizas, asaltos, insultos, amenazas, pérdida de seres queridos, tortura, detenciones y esperas en algunos casos eternas en los checkpoints, sumados a la constante arbitrariedad del contexto, dejan su huella.
Toda la población sufre, pero vale la pena detenernos por un momento y poner el foco en los efectos en los más pequeños. Niños y niñas van creciendo y aprendiendo una determinada cultura, una forma de comportarse, de pensar, de sentir y de relacionarse. A los niños y niñas palestinos les sucede igual, y lo que acontece a su alrededor no forma parte, en muchos casos, del mejor modelo posible. La violencia, así como la presión y las consecuencias de la ocupación, no les deja indiferentes.
Las reacciones que las niñas y los niños presentan dependen de su desarrollo, de la edad y, en gran medida, de las situaciones anteriormente vividas. Aquellos que se ven expuestos a una única experiencia, posiblemente traumática, suelen recuperarse y no desarrollan problemas graves de salud mental. Sin embargo, cuando las reacciones se mantienen durante mucho tiempo, o si ya existen problemas graves, el desarrollo del niño puede quedar estancado o incluso retroceder; por ejemplo, muchos niños palestinos vuelven a mojar la cama.
Además, las reacciones en la familia suelen ser contagiosas. Las experiencias posiblemente traumáticas de uno pueden resultar espantosas para todos. Los padres pueden reaccionar mostrándose sobreprotectores, mientras que el niño o la niña puede desarrollar ansiedad al separarse de sus progenitores.
Marian tenía ocho años cuando fue asaltada, junto con otras personas de su familia, por un grupo de colonos en el camino al colegio en un pueblo al sur de Hebrón. Empezaron a correr y Marian recibió un golpe en la cabeza. Solo un mes después, Marian sufrió otra agresión: fue agarrada por el pelo y cayó al suelo, de donde la recogió uno de los soldados que les acompañaban. La niña tenía el miedo grabado en la cara, ya no era la misma, jugaba menos y estaba triste, se negaba a ir al colegio a pesar de que siempre le gustó y era buena estudiante. Marian tenía miedo, pesadillas, dificultades para dormir y se sentía amenazada, intranquila e insegura. No era capaz de asimilar la violencia.
Una de las psicólogas de Médicos Sin Fronteras (MSF) trabajó con ella y con su familia, reforzando sobre todo el papel protector y de seguridad de los padres. Marian poco a poco volvió a ser ella misma, y aunque esas huellas internas siguen grabadas, ya se siente capaz de ir al colegio, jugar y compartir con su familia y amigos.
Amin ha sido siempre un niño muy maduro aunque solo tiene seis años y es el más pequeño de la familia. Vive en un campo de refugiados en Cisjordania, frente a la torre de vigilancia del ejército israelí. Amin come, duerme y juega a 50 metros del escenario de violentos enfrentamientos diarios entre jóvenes palestinos y soldados israelíes. Cuando se lanzan gases lacrimógenos, para evitar que entren en su casa, Amin se encarga de cerrar todas las ventanas. Es él quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle y se convierte en espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos.
El equipo de MSF conoció a Amin unas semanas después de una violenta incursión en su casa en plena noche. Los soldados israelíes querían utilizar el apartamento para vigilar los enfrentamientos que se sucedían abajo, en la calle. Su madre y hermana explicaron que los soldados entraron por la fuerza, encerraron bajo llave a la familia en una habitación y ocuparon su sala de estar durante horas. Tras esa noche, Amin empezó a tener pesadillas en las que aparecían soldados, se orinaba en la cama, y se sobresaltaba con el más leve roce. El eczema que le cubre el cuerpo desde los dos meses de edad empeoró.
La psicóloga consiguió interactuar con él mediante juegos y el propio Amin le pidió que, cuando volviese a visitarle, le trajese un “balón de fútbol negro”. La psicóloga consideró que el color del balón estaba asociado al incidente traumático que sufrió al ver a soldados con máscaras negras irrumpiendo en su casa. A Amin le asaltaban pensamientos e imágenes intrusivas de ese incidente. Quizá intentaba controlar esos recuerdos pegando patadas y golpeando la pelota. Desde entonces ha utilizado dibujos para expresar sus miedos sobre lo ocurrido y lo que podría suceder en el futuro. Amin parece tener ganas de jugar a cosas que impliquen imaginación y magia, y con el tiempo esto le ha ayudado a sentirse más seguro.
Las niñas y los niños no son solamente vulnerables y sufren. En ocasiones, muestran resiliencia, es decir, tienen la capacidad para establecer un nuevo equilibrio, asumir situaciones límite y sobreponerse a ellas. Pese a la situación en la que viven, encuentran recursos y aprenden a sobrellevar la situación con el juego, el afecto, compartiendo, apoyándose, y en ocasiones muestran la necesidad de ayuda psicológica. El colegio y la familia son entornos fundamentales para el apoyo de los menores, pero no nos olvidemos que los adultos también sufren y flaquean en ocasiones en esa capacidad para mantener protegidos y sanos a los niños.
Por Carmen Martínez, especialista en salud mental en Médicos Sin Fronteras.