A la espera de saber más sobre la desaparición del vuelo 370 de Malaysian Airlines, hay otro aterrizaje que inquieta a la comunidad internacional. En este caso es el de la economía china, decelerándose después de crecer durante tres décadas a un ritmo medio de dos dígitos. Ante la eventualidad de un frenazo del crecimiento, se debate si el aterrizaje será “duro” o “blando”; es decir, si el Partido Comunista de China (PCCh) será capaz de evitar que el crecimiento se detenga de manera abrupta y caótica. Aunque las autoridades chinas intentan controlarlo, el proceso tendrá repercusiones significantes a nivel nacional e internacional.
Conviene matizar lo que se entiende por un frenazo económico. El PCCh estima que el país crecerá un 7,5% en 2014, dos décimas menos que el año anterior. La última vez que España creció a un ritmo comparable fue en pleno desarrollismo franquista, cuando el país experimentaba un despegue económico sin precedentes. Pero un país con las dimensiones de China –1.300 millones de habitantes, un PIB de 8,2 billones de dólares y la tercera mayor superficie del mundo– necesita crecer a un ritmo mínimo del 6% anual para no generar desempleo.
Existe un consenso dentro y fuera del país en torno a la necesidad de priorizar la sostenibilidad por encima del crecimiento. Como observa Elizabeth Economy, cinco de las 10 ciudades más contaminadas del mundo están en China. Pero a pesar de ser líder mundial en emisiones de CO2, el país ha realizado una apuesta clara por las energías renovables. En 2011, China se consolidó como primer inversor mundial en este sector, invirtiendo un 20% del presupuesto global (52.000 millones de dólares).
También exigen reformas inmediatas los nuevos casos de corrupción entre las élites del PCCh. Pero al igual que la lucha contra la contaminación, implementarlas afectaría a las perspectivas de crecimiento. La internacionalización del yuan y la liberalización del sistema financiero son prerrequisitos para atraer un mayor grado de inversión externa y reducir los niveles de inversión nacional, que se encuentran entre el 35 y el 49% el PIB. En su reciente análisis de la economía china, Goldman Sachs estima que las reformas reducirán el crecimiento de un 7,6% a un 7,3% del PIB, pero reconoce que el balance final es positivo.
El endeudamiento del sector financiero local plantea otro reto considerable. “China nunca ha estado tan cerca de una crisis financiera como hoy”, observa Yao Yang, especialista en desarrollo por la Universidad de Pekín. Aunque el endeudamiento del sector privado aumenta deprisa, la mayor parte de las empresas chinas son pymes que necesitan un acceso constante a crédito. No se vislumbra una solución inmediata que satisfaga a todas las partes involucradas.
El telón de fondo es la necesidad de realizar un profundo cambio estructural en la economía china, alejándola de las exportaciones –un 30% del PIB– como motor de crecimiento y enfocándola hacia el consumo interno. Al igual que lo hicieron las economías de Taiwán, Japón y Corea del Sur en el pasado, China está en proceso de subir en la escala de valor añadido, fabricando componentes electrónicos –ya el 57% de sus exportaciones– e invirtiendo en productos de valor añadido (como Volvo y la división de ordenadores personales de IBM). La región de Shangai lidera la lista del informe PISA. El gasto chino en I+D ha pasado de un 0,6% del PIB en 1955 a un 2% en 2012, y se espera que alcance el 2,5% en 2020. El objetivo no es ya evitar la trampa de los ingresos medios –el estancamiento a medio camino entre una economía en vías de desarrollo y una de altos ingresos–, sino hacer de China una sociedad del conocimiento, punta de lanza global en innovación.
En un país que contiene casi una quinta parte de la población mundial, el reto es descomunal. Y el éxito de China hasta la fecha es sorprendente. La línea de trenes de alta velocidad, construida en cinco años, es ya la más rápida del mundo –desbancando a Japón– y también la más larga –desbancando a España–. Es difícil contemplar semejante desarrollo sin sentirse apabullado, como se sentirían los europeos mirando a la Unión Soviética en plena depresión de los años 30. También Estados Unidos, en palabras de Barack Obama, vuelve a pasar por un “momento Spútnik”.
Las reforma de la segunda mayor economía del mundo tendrá importantes consecuencias fuera de sus fronteras. Un informe elaborado por Sociéte Générale identifica el sureste asiático y los países exportadores en materias primas como principales damnificados. Incluso potencias como Brasil son fuertemente dependientes de la hasta ahora insaciable demanda china de recursos naturales. El descenso de dicha demanda también rebajaría los precios globales de crudo, mal que le pese a sus productores. Pero incluso aunque el crecimiento de China experimente un frenazo, el país no perderá el peso adquirido en la arena internacional durante las últimas décadas. Como señala Gideon Rachman, el auge de los BRICS no es un fenómeno pasajero. Los emergentes han venido para quedarse, y China permanecerá a su cabeza.