La crisis económica ha dejado a millones de europeos desempleados, familias en la pobreza y ha hecho caer a varios gobiernos. Se han deteriorado las relaciones entre países y entre personas, alimentando la xenofobia y la intolerancia a medida que crece la brecha entre ricos y pobres, entre Estados y dentro de los Estados.
Lo que se ha perdido durante la crisis no es solo una cuestión de PIB o de cuotas de producción. Con la crisis, los europeos hemos perdido el optimismo sobre nuestro futuro, el sentimiento de que nuestra economía se basa en la justicia, y de que el trabajo duro es recompensado. Muchos gobiernos europeos han respondido a la crisis con “sacrificios para los ciudadanos; miles de millones para los bancos”. Ahora vemos el resultado de esta política equivocada. Muchas familias han perdido su vivienda, se han quedado sin empleo, han quebrado empresas, cerrado escuelas y recortado los servicios sanitarios. La medicina de la austeridad no solo no ha surtido efecto, sino que con ella, el enfermo ha empeorado. Ha debilitado nuestra economía.
Los ricos se están haciendo más ricos y los pobres más pobres. Según los últimos datos disponibles (2010), los ingresos del 10 por cien de los españoles más ricos representan 13 veces los ingresos del 10 por cien con menos recursos, muy por encima de la media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de 9,4 veces. Veintiséis millones de europeos que quieren trabajar no encuentran trabajo. En algunos países, como España o Grecia, uno de cada dos jóvenes está desempleado. Los jóvenes están pagando las consecuencias de una crisis que no han causado, sacrificando su futuro. Y las mujeres son las más afectadas. Que ocurra esto en la Europa de hoy es un auténtico escándalo.
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