Por qué la austeridad mata
Brotes de malaria. Epidemias de sida, extendidas por vía intravenosa a medida que se dispara el consumo de heroína. Aumentos de suicidios; ONG desbordadas ante la oleada de miseria. No se trata de Sierra Leona, sino de Grecia tras la crisis de 2008. ¿Qué ha causado esta situación? En Por qué la austeridad mata, David Stuckler y Sanjay Basu dan una respuesta clara y contundente: la austeridad. Los recortes de gasto público son los responsables del inmenso deterioro de la salud de la población en los países en que se aplica.
Los autores, expertos en salud pública en las universidades de Ofxord y Stanford, presentan un libro híbrido. Es evidente que versa sobre economía política, pero Stuckler y Basu no estudian fluctuaciones en primas de riesgo o índices de crecimiento del PIB, sino el coste humano de determinadas políticas económicas. Documentan exhaustivamente casos como el de la Rusia post-soviética, en la que la implosión del Estado generó una epidemia de alcoholismo y drogadicción que ha causado millones de muertes. O el de Malasia tras la crisis de 1997, que al ignorar las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional evitó la epidemia de sida que sacudió a su vecina Tailandia tras recortar más de la mitad de su presupuesto sanitario. O de nuevo Grecia, cuya estela siguen a cierta distancia varios miembros de la zona euro, entre ellos España.
En todos estos casos, los recortes marcan para miles de personas el umbral entre la vida y la muerte. La afirmación puede sonar simplista o incluso demagógica, pero en realidad es de sentido común: durante una crisis económica aumenta el paro, y con él la precariedad económica. En consecuencia se dispara la ansiedad, y con ella la propensidad a caer en el alcoholismo y la drogadicción o, incluso, de suicidarse. El Estado del bienestar existe, entre otras cosas, para frenar dinámicas como esta. Pero si a su desborde por la crisis se le añade una ronda tras otra de recortes, el deterioro de la salud colectiva del país será inevitable. En palabras del editor de la prestigiosa revista médica The Lancet, “la gente morirá”.
Pero hay alternativas. De los contraejemplos que proporcionan Stuckler y Basu, el más emblemático es el de Islandia. La isla se enfrentó a una debacle financiera sin precedentes aumentando el gasto social. No solo ha evitado una debacle sanitaria como la griega, sino que ha logrado generar crecimiento económico y se mantiene a la cabeza en los índices de felicidad mundiales. En vista de lo cual las crisis constituyen, como dijo Milton Friedman, una oportunidad única, pero no para liquidar el Estado del bienestar, sino para construir una sociedad más justa y equitativa.
El punto de partida que Stuckler y Basu proponen es juzgar las políticas económicas atendiendo a criterios sanitarios. Significaría el fin inmediato de los recortes, y una mayor inversión en sanidad y educación como motores de crecimiento. Los autores observan que la base de cualquier economía nacional es la población que la compone, e invertir en estos campos es invertir en su futuro. Tienen cifras que lo demuestran, tales como el elevado número del multiplicador fiscal en educación y sanidad, de entorno a tres, frente a menos de uno en áreas como defensa y rescates financieros. También proponen medidas que no forman parte obligada del programa socialdemócrata, entre ellas aumentar los impuestos sobre bebidas alcohólicas como medida disuasoria.
Para el economista acostumbrado a lidiar con cifras y balances, Por qué la austeridad mata puede resultar desconcertante. Pero es precisamente eso lo que el libro pretende: poner de manifiesto que existe un vínculo directo entra las políticas que aprueba Olli Rehn en Bruselas y el sufrimiento que padecen las víctimas de la crisis. Entre la ministra de Sanidad que niega la tarjeta sanitaria a inmigrantes y el senegalés que muere de tuberculosis en Mallorca. Ignorar este vínculo constituye una enorme irresponsabilidad. Cuestionarlo supone, como observan Stuckler y Basu, replantearse profundamente en qué tipo de sociedad queremos vivir.
Por qué la austeridad mata resulta en ocasiones ingenuo. La defensa encarecida de la gestión de Barack Obama puede entenderse en vista del fanatismo de sus rivales, pero obvia el hecho de que durante su mandato se han producido recortes al exiguo Estado del bienestar americano. Stuckler y Basu tampoco entran a considerar que EE UU o la Unión Europea carezcan de las cuotas de solidaridad necesarias para emular a Reykjavik, pues gran parte del éxito de Islandia se debe al alto grado de capital social entre sus habitantes. Aún sin ser el alegato contra la austeridad más poderoso en el terreno económico –de esto se han encargado autores como Mark Blyth–, Por qué la austeridad mata está imbuido de una poderosa carga moral, y plantea un debate a la vez urgente e importante.