Además de las milicias armadas, las autoridades se enfrentan a las reivindicaciones federalistas, a una economía aún dependiente de los hidrocarburos y a una parálisis institucional.
El hecho de que el primer ministro libio, Ali Zeidan, mencionase el domingo 10 de noviembre de 2013 una amenaza de intervención extranjera si los disturbios y la violencia persistían en su país refleja, no la angustia, pero sí al menos los desafíos a los que se enfrentan las autoridades interinas desde la caída del régimen de Muamar Gadafi. Al realizar un llamamiento a la población para que salga pacíficamente a la calle y se manifieste contra las milicias a fin de apoyar “la reconstrucción” del ejército y de la policía, pone de manifiesto, en el mismo discurso, la debilidad del Estado y su impotencia frente a unos actores que obstaculizan el proceso de transición. Esta debilidad se ve acentuada por el aumento de las reivindicaciones federalistas, por una economía a la que le cuesta deshacerse de su dependencia de los hidrocarburos y por una parálisis institucional que favorece los intereses de los actores paraestatales y exaspera a la población…