El marco actual es propicio para establecer reglas democráticas, pero habrá que inyectar visiones, proyectos de sociedad, de las organizaciones y de las fuerzas vivas.
A su llegada a Marruecos el 9 de febrero de 2012, el presidente tunecino, Moncef Marzuki, expresó su deseo de que este año, posterior al de la Primavera Árabe, sea el de la Unión magrebí. Sin embargo, de momento, el Magreb es tanto una simple quimera como un imperativo insoslayable para la estabilidad y la prosperidad de los pueblos de la región. El nuevo e importantísimo factor que supone el fuerte arranque de la democracia electoral en los países magrebíes y la posición destacada alcanzada por las corrientes denominadas “islamistas” despiertan sueños o pesadillas, en función de la persona y el momento. No obstante, se diría que la religiosidad va para largo, que las fuerzas que se benefician de un anclaje religioso serán durante mucho tiempo ineludibles en la arena política. Estas fuerzas ven mermadas, sin embargo, sus aspiraciones hegemónicas por la banalización que de ellas se hace en el juego democrático. Los riesgos de empeoramiento de la situación política a raíz del terrorismo u otros factores son reales, pero se pueden gestionar, y la respuesta que exigen las expectativas de la población impondrá progresos significativos y rápidos en la construcción magrebí, más allá de la orientación de las élites en el poder y de sus cálculos más o menos belicosos…