El lento tránsito de la legitimidad popular de Tahrir al Parlamento, sumado al enrocamiento de la Junta Militar, abre un periodo de incertidumbre sobre el camino que seguirá la transición.
Tras el giro violento que experimentó la Primavera Árabe al brotar en Yemen, Libia, y Siria, los dos primeros países donde triunfó la revuelta, Túnez y Egipto, fueron incluidos durante meses dentro de una misma categoría: la de las revoluciones exitosas. Sin embargo, sus transiciones democráticas avanzaron por caminos bastante diferentes. Mientras en Túnez los partidos políticos fueron capaces de pactar una hoja de ruta, y su relación con el gobierno interino fue bastante fluida, en Egipto, la Junta Militar que asumió el poder tras la caída de Hosni Mubarak se dedicó a instigar las divisiones entre laicos e islamistas y a retrasar el traspaso de poder el máximo tiempo posible.
El contraste fue evidente los primeros días de noviembre. Cuando Túnez aún conservaba en la retina la ilusión y esperanza expresadas en sus primeras elecciones libres, consideradas a nivel internacional como modélicas, la plaza Tahrir volvía a estallar. El centro de El Cairo se convertía de nuevo en una batalla campal entre jóvenes revolucionarios y fuerzas del orden. Aunque los disturbios pudieron sorprender a muchos, el malestar se había cocido a fuego lento durante muchos meses…