Preconizador del modernismo y del humanismo islámico, Arkun desarrolló una crítica de la modernidad en el pensamiento islámico y defendió un islam replanteado.
Qué quedará para la posteridad de los trabajos del profesor Mohamed Arkun? Cuesta responder. No era un autor que dejara indiferente, pero también lo rodeaban la incomprensión y la controversia, transformándolo en un caso particular en la historia del saber contemporáneo de islamología. Durante toda su vida de intelectual, en solitario, siempre deseó ser crítico. Para estar a la altura de esta exigencia, nosotros también debemos ejercer nuestra visión crítica con respecto a su legado en el campo de la investigación.
No le gustaban la injusticia, la apología ni el extremismo, con toda la razón. Entre los años cincuenta y los sesenta, consideraba que la civilización y la religión musulmanas eran referentes ineludibles. Durante su juventud, dos dimensiones cohabitaban en él: la del reformismo y la del nacionalismo. Su investigación en el exilio, tomada a la vez en el vértigo de las ciencias humanas y sociales, y enfrentada a las duras contradicciones políticas de Europa y el mundo árabe, se apoyaba en la crítica de ambas riberas, para intentar llevar a la práctica lo que llamaba una “islamología aplicada”.
En cuanto a su personalidad, el sabio que fue Arkun demostraba valentía intelectual. Sus declaraciones, intenciones y objetivos eran notorios. Plantaba cara a las posturas extremas. Como observan todos los glosadores, lamentaba el hecho de que “el mundo occidental menosprecie el acontecimiento histórico que supuso la irrupción de la palabra coránica convertida en texto…”. Asimismo, le apenaba que “los sabios religiosos judíos y los teólogos cristianos no consideren que contiene algo pertinente para su propio pensamiento”. Afirmaba rotundamente que “el fracaso más patente y adoctrinador reside en la incapacidad de la Europa cristiana y la Europa de las…