El nuevo mandato presidencial en Francia puede suponer un cambio en el estilo de liderazgo franco-alemán surgido con la crisis del euro. La pareja Berlín-París se ha reafirmado como la alianza indispensable de Europa. Ahora debe hacerse más inclusiva y legítima.
En el debate de la Unión Europea sobre sí misma, se ha llegado a aceptar como una especie de verdad establecida que Alemania es, ahora y en el futuro próximo, el líder indiscutido entre los 27 Estados miembros (lo que, como consecuencia, transforma su relación con Francia y relega París a la dolorosa categoría de socio subalterno). Al igual que tantas otras opiniones de consenso sobre Europa rápidamente formadas, esta también distorsiona una realidad mucho más compleja, hasta rayar en la falsedad. Un análisis pausado de los últimos años apunta a tres hechos simples. Sí, el poder de persuasión de Alemania y la influencia que emana de él superan con creces los de Francia en la actualidad. No, el nuevo marco para la gobernanza de la zona euro no se limita a expresar las preferencias políticas alemanas; es, en su fondo y su forma, el típico producto de un compromiso entre las nociones francesa y alemana sobre el modo de organizar Europa. No, Alemania no destaca en todos los asuntos de la política europea; hay ámbitos importantes en los que Francia tiene claramente más peso que su socio alemán (ámbitos en los que no es casualidad que no haya nada parecido a una relación especial franco-alemana que pueda dominar un Berlín investido de poder).
Empecemos por esto último. Como ha quedado ampliamente demostrado por la decisión alemana de oponerse a la misión Protector Unificado en Libia para contribuir al derrocamiento de Muamar el Gadafi usando la fuerza militar europea, la diplomacia y la guerra son dos ámbitos políticos en…