EE UU y América Latina se alejan. Sin los recursos ni la autoridad para dar forma a una agenda hemisférica, Washington se ve incapaz de poner en valor la proximidad. La relación sigue atascada en las cuestiones de siempre: Cuba, inmigración y política antidrogas.
La Cumbre de las Américas celebrada el pasado abril en Cartagena (Colombia) ha sido una clara imagen del estado de las relaciones interamericanas. La reunión de 31 de los jefes de Estado del hemisferio que asistieron a la cita, subrayó la debilitada relación entre Estados Unidos y América Latina. Puso también de manifiesto la visión limitada tanto de Washington como de los gobiernos latinoamericanos respecto al futuro de su relación.
Se esperaba que los admirables logros de América Latina en los últimos años –su sólido rendimiento económico, los avances sociales, una clase media en plena expansión y la estabilidad de políticas democráticas en la mayoría de los países– hicieran de la región un aliado más fuerte y un socio para EE UU. Sin embargo, los logros han ido acompañados de una separación cada vez mayor entre ellos. El distanciamiento ha sido, en parte, consecuencia de los recientes reveses económicos estadounidenses, así como de las inflexibles y a menudo conflictivas políticas de Washington. La situación también refleja los éxitos latinoamericanos, que han dado una mayor independencia y firmeza a la región, aumentando la diversidad de sus relaciones internacionales…