La Revolución del Jazmín cambia el ritmo de la política mediterránea de la Unión Europea. Sin una verdadera apertura hacia el sur, los europeos están condenados al declive económico y demográfico.
Túnez acaba de hacer su revolución a mano descubierta, sin ayuda ni injerencia externa. Ha elegido el bando de la libertad, de la democracia, de los derechos humanos y de la buena gobernanza. El 17 de diciembre, Mohamed Bouazizi, un vendedor de frutas y legumbres, veía como le prohibían ese comercio improvisado, con la excusa de un formalismo administrativo. Una representante de la autoridad regional le abofeteó, un gesto de humillación que llevó al joven a inmolarse con fuego.
Bouazizi era un titulado superior, a quien –como a toda una generación de jóvenes tunecinos– el poder les dijo: estudia, el ascensor social funcionará, tendrás un empleo y unos ingresos decentes. Pero el ascensor social no funcionó y muchos jóvenes soñaron con cruzar el Mediterráneo. Según un estudio nunca publicado del oficial Observatorio Nacional de la Juventud, Europa es el sueño de dos tercios de los jóvenes tunecinos. Otros, menos audaces o menos afortunados, se refugiaron en el islamismo. Muchos tuvieron que contentarse con trabajos humildes, muy por debajo de su cualificación. Los recientes acontecimientos han permitido levantar el velo de la mentira y la omisión de las estadísticas oficiales…