El delicado entramado de la política de EE UU desde Marruecos a Afganistán está saltando en pedazos. Obama tiene ahora la ocasión de apoyar con hechos el cambio político que defendía de palabra.
Este inmenso país, por lo demás tan aislado geográfica e históricamente, ensimismado en sus problemas domésticos, no se ha percatado aún de las dimensiones históricas de la revolución que sacude al mundo árabe, y aún más allá, al mundo islámico. El gobierno, en cambio, no puede ocultar su preocupación. Está saltando en pedazos, día a día, todo el complejo y delicado entramado de su política en esa región, desde Marruecos hasta Afganistán. El flujo del petróleo y la seguridad de Israel destacan a primera vista; pero la inestabilidad de una extensión geopolítica tan grande supone una peligrosa incertidumbre que pone en juego el futuro de una gran parte de la política exterior de Estados Unidos.
En su discurso sobre el estado de la Unión, el 20 de enero, el presidente Barack Obama no hizo más referencia a las relaciones internacionales que un recuerdo, algo contrito, de la esperanza que tiene EE UU de ir retirando tropas de Irak y Afganistán a lo largo de este año, y el anuncio de su próximo viaje a varios países iberoamericanos. Ahora tiene sus manos llenas. Muchos le acusan de no haber tenido una reacción más coherente respecto a la insurrección popular en Túnez y Egipto; pero ¿cómo equilibrar la estabilidad política de esos gobiernos, que naturalmente necesita Washington para la protección de sus intereses de toda índole en la región, con el espíritu revolucionario que los mismos EE UU han estado invocando tanto con su palabra como con su ejemplo?…

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