Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores, nos envía un artículo, «Diagnosis y política exterior», en el que se replica a otro, no publicado en estas páginas. El ministro analiza no sólo la política exterior española de los últimos cinco años, sino el esfuerzo de las anteriores tres décadas. Entramos en una polémica que nos es ajena, pero nos honra que el diplomático Moratinos, más que el ministro, nos envíe sus reflexiones. Éstas aparecerán después de las vacaciones. Recordemos, el ministro hace coincidir este artículo de julio con dos polémicas iniciativas, su viaje a Gibraltar, seguido, a los pocos días, de otro viaje a Venezuela. Dos riesgos. El que no se arriesga no pasa la mar.
Desde 1975 la democracia española ha dado ministros de Asuntos Exteriores polémicos. A la llegada de Moratinos, en 2004, algunos observadores pensaron: «menos mal, un ministro funcionario, discreto, cumplidor». No ha sido así: Moratinos ha tenido defectos, claro que sí. Pero tiene dos cualidades: su profesionalidad y su valor para enfrentarse a los problemas, su arranque al plantar cara a la realidad. España pesa crecientemente en la arena internacional desde hace 34 años.
Gibraltar. El ministro ha optado por poner un pie sobre la colonia británica. Ir a Gibraltar como titular de Asuntos Exteriores, ¿es un error? ¿Dañará la reivindicación española sobre la soberanía del Peñón? El tiempo lo dirá. Su antecesor Josep Piqué, ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno del Partido Popular, ideó en 2001 un Foro de Diálogo a tres bandas sobre Gibraltar, independiente del Proceso de Bruselas. Se trataba de que los gobiernos de España, Reino Unido y Gibraltar pudieran tratar, los tres solos, problemas urgentes, por ejemplo las administraciones de patrimonios establecidas en la Roca: un río fraudulento por el que escapa al océano una parte no menor de…