Ucrania es la piedra de toque de la política de la Unión Europea hacia los Estados nacidos de la disolución de la Unión Soviética y un factor determinante de su política hacia Rusia. Ucrania representa también el escenario estratégico donde se dirime la contradicción básica entre lo que la UE dice esperar de estos países y lo que «de momento» se muestra dispuesta a hacer para que ello ocurra. Esta contradicción se resume así: la UE declara su voluntad de apoyar los procesos democráticos internos de esa región pero no quiere comprometerse a ofrecerles la posibilidad, siquiera lejana, de su ingreso en la Unión.
Ahora bien, la importancia de Ucrania en este contexto no se deriva sólo del calado de su opción europeísta que, como veremos, ni empieza formalmente con el desunido equipo llevado al poder por la «revolución naranja» ni desaparecerá con los vencederos de las elecciones presidenciales de febrero de 2010. Si Ucrania pasa aún casi desapercibida para algunos Estados miembros de la UE, como España por ejemplo, Rusia está aquí para recordarnos que Ucrania importa, y mucho, y no sólo por su condición de país de tránsito para el gas que alimenta a gran parte de Europa.