Cuando estalló la Primera Guerra mundial, los países árabes llevaban siglos bajo el dominio del Imperio Otomano. El imperio había perdido a principios del siglo XX la mayor parte de sus colonias europeas y con el fin de consolidar su posición en otras zonas sometidas a su poder, intentó establecer alianzas con los grupos étnicos más numerosos del territorio. En aquellos años, los árabes fueron sus mejores aliados, pese a que vivían una especie de renacimiento cultural unido a una conciencia nacional que no estaba en concordancia con la identidad otomana.
El Imperio Otomano entró en la guerra en alianza con Alemania, en contra de Gran Bretaña y sus aliados. Los británicos evitaron promover planes que tuvieran como fin la liquidación del Imperio Otomano por miedo a que partes importantes de este imperio cayeran en manos de Rusia. Lo cierto es que los británicos comenzaron a apoyar a líderes y corrientes que se oponían a las aspiraciones otomanas, tomando la ciudad de El Cairo como sede de sus actividades. Uno de sus logros más relevantes fue el establecimiento de relaciones fluidas con el jerife Hussein, príncipe de La Meca, que entonces contaba con una fuerza militar nada desdeñable y que podía desempeñar un papel dinámico en la guerra. La relación del jerife de La Meca con los otomanos era tensa debido a la política centralista que éstos seguían en sus colonias, y por el hecho de nombrar a Wahib Basha, valí de Hiyaz, concentrando en sus manos el poder civil y militar. La construcción de una vía férrea que conectaba Hiyaz con Damasco fue un motivo más de discordia. Los otomanos lo justificaron como un medio para facilitar la peregrinación. En cambio, el príncipe Hussein y los nacionalistas árabes lo vieron como una herramienta para la movilización rápida de las tropas otomanas y un medio de penetración y control imperiales.
A cambio de su colaboración con el gobierno británico, Hussein reclamó la creación de un gran Estado árabe. Emprendió una serie de contactos con organizaciones árabes en Siria e Irak para ganar su confianza. Su hijo, el príncipe Feisal, visitó Damasco en 1915, donde se puso en contacto con los líderes nacionalistas y consiguió su apoyo después de exponerles la postura de los británicos. Firmaron el Protocolo de Damasco, que solicitaba al gobierno de Gran Bretaña que reconociera la independencia de los países árabes en forma de un gran Estado árabe, anular los privilegios extranjeros, firmar un acuerdo de defensa común y otorgar a Gran Bretaña la preferencia en los asuntos económicos.
«A cambio de su colaboración con el gobierno británico, Hussein reclamó la creación de un gran Estado árabe, además de anular los privilegios extranjeros»
La correspondencia entre el jerife Hussein y Henry McMahon, el alto comisionado británico en Egipto entre junio de 1915 y marzo de 1916, demuestra el tira y afloja entre las dos partes en cuanto al futuro de la región, tratando entre otras cosas el sistema político y las fronteras del supuesto gran Estado árabe. La postura final de McMahon fue aceptar las propuestas del jerife Hussein con la condición de que éste declarara de inmediato la revolución árabe contra los otomanos.
Gran Bretaña había emprendido en secreto negociaciones con Francia y Rusia en marzo de 1915 para el reparto de la herencia del Imperio Otomano. Fruto de aquellos contactos fue el Acuerdo de Sykes-Picot, un tratado firmado entre el delegado británico Mark Sykes, experto en cuestiones del Próximo Oriente, y el francés F. Georges-Picot, ex cónsul general en Beirut. El tratado contradecía las promesas establecidas por Hussein con las representaciones nacionalistas árabes, puesto que se preveía un sistema de mandatos en vez de la independencia prometida y exigida por los árabes. Éstos conocieron el contenido del tratado cuando tras la revolución de 1917 los bolcheviques abrieron los archivos zaristas, descubriendo los extremos de ese acuerdo secreto.
Los otomanos, acusaron a Hussein de traidor y de colaboracionista con los cristianos, enemigos del islam. Pero, las verdaderas discrepancias entre los británicos y los árabes aparecieron después de la Declaración de Balfour, en noviembre de 1917, que prometía a los sionistas un hogar judío en Palestina. Aún así, el jerife de la Meca decidió continuar en su ofensiva contra los otomanos y en apoyo de los británicos. Pero realmente Oriente Próximo ya había entrado en una nueva etapa, la del colonialismo europeo y la división de la región en entidades geográficas y políticas que pocos años después tuvieron que luchar contra los colonialistas occidentales que habían sustituido al Imperio Otomano.
Líder de la ‘rebelión árabe’
Thomas Edward Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia, nacido el 16 de agosto de 1888 y fallecido el 19 de mayo de 1935, es un personaje controvertido y desconcertante. Ha sido objeto de grandes estudios realizados por historiadores y políticos por tratarse de una figura singular resaltada por unos como un gran líder y censurada por otros por ser considerado un espía de Gran Bretaña. Su nombre se ha asociado a lo que se conoce como la “rebelión árabe” ocurrida durante la Primera Guerra mundial, por ser el artífice y el principal organizador de aquella revuelta contra el Imperio Otomano que dominaba entonces la mayor parte de Oriente Próximo. Lawrence influyó decisivamente tanto en el resultado militar como en el periodo posterior a esa rebelión.
Militar y agente político británico, estudió historia en la Universidad de Oxford y realizó entre 1910 y 1914 diversas excavaciones arqueológicas en Siria, Irak y Egipto. Su primer viaje a Oriente Próximo fue en junio de 1909 para estudiar los castillos de Siria y Palestina, como parte de las investigaciones necesarias para su tesis de licenciatura sobre la arquitectura militar de las Cruzadas. Regresó a su país en noviembre de ese mismo año. Durante el viaje, Lawrence descubrió una cultura distinta a la suya y comenzó el proceso de asimilación de una forma de vida que posteriormente sería parte esencial de su personalidad, de sus éxitos y fracasos. En este viaje demuestra una notable capacidad de adaptarse al estilo de vida de los árabes y vivir incluso como uno de ellos. Recorrió a pie gran número de pueblos y ciudades en Siria, Palestina y Líbano. En la escuela de la misión norteamericana en Jebail, al norte de Beirut, disfrutó de la calurosa hospitalidad de la señorita Holmes, misionera norteamericana, y conoció a Fareedah el Akle, maestra siria que más tarde sería su profesora de árabe y una buena amiga.
Su segundo viaje fue en diciembre de 1910 y duró hasta junio de 1914, interrumpido por tres viajes a Gran Bretaña que suman un total de seis meses.
Durante estos años pasó gran parte del tiempo en la región de Karkemish, en lo que ahora es el sur de la Turquía central, y en el norte de Siria, aunque los viajes le llevaron hasta zonas noroccidentales de Mesopotamia y hasta Akaba y la península del Sinaí como zonas más meridionales. Durante su estancia en esta región, Lawrence tuvo contactos con muchos pueblos, etnias, confesiones y culturas: árabes establecidos en poblaciones, nómadas, beduinos, kurdos, turcomanos, cristianos, armenios… Durante los años que pasó en Karkemish, Lawrence llegó a conocer a fondo las complejas relaciones de rivalidades y tabúes tanto tribales como familiares; intervino para resolver innumerables disputas entre los trabajadores árabes, entre los habitantes de la zona y autoridades diversas e incluso entre los propios británicos y los funcionarios árabes y turcos. Gracias a su conocimiento, Lawrence fue asumiendo crecientes responsabilidades como mediador en disputas locales, una función que iba a cumplir con habilidad durante la guerra.
Gozaba de algunas dotes personales extraordinarias que fueron claves para lanzarse a la gran aventura de liderar la rebelión árabe. Era, según sus biógrafos, un genio poco corriente, versátil y equilibrado, apasionado por la arqueología y la arquitectura militar medieval, interesado por la literatura y con una gran capacidad de entablar lazos de amistad. Antes del estallido de la Primera Guerra mundial, Lawrence ya se había incorporado al servicio militar como agente de inteligencia en el cuartel general británico de El Cairo. La sublevación del jerife de La Meca contra la autoridad otomana, en junio de 1916, brindó a Lawrence una excelente oportunidad para examinar sus talentos. Su objetivo era, por un lado, reunir a las fragmentadas tribus árabes en la zona de Hiyaz, Siria y Palestina para levantarse contra los turcos y conseguir su independencia y, por otro, ejecutar la política militar de Gran Bretaña diseñada para Oriente Próximo.
Entre diciembre de 1914 y octubre de 1916, Lawrence estuvo en El Cairo asumiendo un papel más activo en la revuelta árabe y desempeñando funciones varias en el servicio de inteligencia. Buscaba potenciar la campaña bélica británica capitalizando los diferentes movimientos independentistas árabes en distintas zonas del Imperio Otomano. En octubre de 1916, Lawrence hace su primer viaje a Arabia, el cual marca el inicio de su implicación en las campañas del desierto. Para ganar la confianza de los árabes, Lawrence usa ropa nativa y aprende a montar en camello.
Acompañado por Lawrence y su comitiva, Feisal, hijo del jerife Hussein, lanzó la ofensiva que terminó en Damasco. Con la asesoría de Lawrence, desarrolló una estrategia adecuada para el terreno y la capacidad de lucha de sus hombres. Subiendo por la península Arábiga, los rebeldes libraron una guerra de guerrillas que aterrorizó a sus enemigos y ganó reclutas de otras tribus.
Esquivaron los fuertes turcos y dinamitaron el ferrocarril de Hiyaz, descarrilando trenes e inutilizando locomotoras. En enero de 1917 tomaron el puerto Wejh, en el mar Rojo, y con la rendición de Akaba en julio, la campaña de Hiyaz terminó en una aplastante victoria para los árabes.
En 1917, Lawrence hizo dos peligrosas incursiones tras las líneas enemigas para enardecer a los árabes sirios. En la aldea Dera’a, en noviembre, fue detenido brevemente por los turcos, que tal vez no supieron quién era. Aún está en discusión lo que ocurrió allí. Según sus memorias de la posguerra, Lawrence fue torturado y vejado por sus captores. Sin embargo, tres semanas después de volver de Dera’a, Lawrence ya estaba repuesto para marchar a Jerusalén con el general británico Edmund Allenby. Durante el invierno siguiente, Lawrence y los árabes mantuvieron las acciones de apoyo del flanco derecho del ejército de Allenby en Palestina hasta que, el 1 de octubre de 1918, entraron con el general británico en Damasco. Poco después, comprobó que su idea de crear una federación árabe ligada a Gran Bretaña había quedado abortada dos años antes, merced al tratado Sykes-Picot, por el cual su país cedía a Francia un mandato sobre Siria, reparto que se confirmó en el Tratado de Versalles de 1919.
Aunque profundamente decepcionado, en 1921 aceptó un cargo en el departamento de Oriente Próximo como consejero de Winston Churchill, a quien asesoró en asuntos árabes y acompañó a Egipto y Palestina. En este cometido, medió entre árabes y judíos y, al mismo tiempo, contribuyó a consolidar políticamente a Abdullah, hermano de su amigo Feisal, como rey de Transjordania. Poco después decidió retirarse y, rechazando las condecoraciones que quiso concederle Jorge V, se alistó en la RAF bajo el nombre de John Hume Ross. Descubierta su nueva identidad, en 1923 se enroló, también con nombre falso, en una unidad acorazada. Durante dos años sirvió como soldado raso en India, antes de reingresar en la RAF como mecánico. El 19 de mayo de 1935 falleció en un accidente de motocicleta al intentar esquivar a dos ciclistas. Sólo Churchill y unas pocas personas más, aparte de sus parientes próximos, supieron que el Thomas Shaw que había muerto en el hospital militar de Wool era el legendario Lawrence de Arabia.
Los Siete Pilares de la Sabiduría
T. E. Lawrence
Barcelona: Ediciones B
2017, 944 págs.
Los Siete Pilares de la Sabiduría es la obra maestra de Lawrence, donde relata su experiencia humana y militar durante los años de la rebelión árabe contra el Imperio Otomano y el apoyo de los británicos. Fue publicado por primera vez en 1922 en una edición particular del autor, pero en los años siguientes el libro fue reescrito hasta su aparición en su forma actual a mediados de los años treinta. El título proviene de La Biblia, concretamente del capítulo noveno del libro de los Proverbios que dice: “La sabiduría ha edificado una casa, ha labrado sus siete columnas”.
Aparte de ser una fiel biografía de su autor, Los Siete Pilares de la Sabiduría es considerado el libro de la historia de Oriente Próximo durante la Primera Guerra mundial y los años posteriores. Es visto así por la mayoría de los estudiosos de su vida y obra, pese a sus palabras de la introducción: “La historia recogida en esta páginas no es la del movimiento árabe, sino la de mí mismo dentro de él”.
El libro comienza con “Los fundamentos de la Rebelión” que contiene siete capítulos, donde el autor describe a las poblaciones árabes en sus diferentes regiones, sus orígenes, su lengua y sus condiciones de vida. Analiza además la coyuntura política y social de Oriente Próximo bajo el dominio de los otomanos y la política seguida por éstos para someter a los distintos pueblos árabes. Pone de relieve la mala situación política y organizativa de los turcos y narra con precisión los preparativos de la rebelión en Arabia, Siria, Irak, Palestina… y sus primeros contactos con el jerife de La Meca y sus hijos. La idea principal era que Gran Bretaña, en su apoyo a una rebelión de los árabes contra los turcos sin dejar de luchar contra Alemania, pudiera derrocar a su aliada, Turquía.
Divide Lawrence el resto de la obra en 10 partes que llama libros. El Libro I, “El encuentro con Feisal”, relata las peripecias en su largo viaje por el interior de Arabia con el fin de encontrarse con Feisal que, a diferencia de sus hermanos (Abdulla, Ali y Zeid), era un carismático líder, responsable y razonable, cuyas ideas y planes coincidían en gran medida con los de Lawrence. En el Libro II, “Inicio de la ofensiva árabe”, cuenta las primeras operaciones militares contra las fuerzas turcas en compañía de Feisal y su ejército. Las fuerzas árabes sufren un desfalco en sus posiciones de Yebel Subh y son obligadas a retirarse a una nueva sede en Yenbo, donde intentan reunirse de nuevo para la próxima ofensiva. Los efectivos ingleses enseñaban a los árabes cómo utilizar la dinamita para volar trenes, tumbar postes de telégrafos y mantener en orden los almacenes militares.
El Libro III, “Maniobras ferroviarias de distracción”, aborda la toma de Weyh por el ejército árabe, acción que obliga a los turcos a abandonar su intención de avanzar sobre La Meca y optar por una defensa pasiva de Medina y su vía férrea. Lawrence procura convencer a los líderes árabes aliados de anteponer la propaganda a la lucha. Los turcos habían establecido una red de trincheras en torno a Medina para hacer imposible que los árabes la alcanzaran con su artillería y habían distribuido sus restantes tropas a lo largo de la vía férrea. Aun así, el ejército árabe consigue asestarles más de un golpe y logra minar y atacar más de un tren.
“La conquista de Akaba” es el título del Libro IV que trata la toma del puerto jordano, operación de gran importancia para el ejército árabe. Con esta acción, Lawrence asume cada vez más protagonismo en la rebelión en detrimento de Feisal. Así se suceden las partes de Los Siete Pilares de la Sabiduría: “Compás de espera”, “El ataque a los puentes”, “La Campaña del Mar Muerto”, “La Ruina de una gran esperanza”, “Preparándose para el esfuerzo final” y “La casa se culmina”. A lo largo de ellos, el autor recuerda con detalle cada uno de los movimientos del ejército árabe en colaboración de las fuerzas británicas y describe los golpes a las tropas otomanas, que se iban retirando de sus posiciones ante el acoso y la presión militar.
Tras la toma del puerto de Akaba, comienzan los preparativos de la conquista de Amman, Jerusalén y Siria. Al caer Damasco, la guerra en Oriente para Lawrence había llegado a su término. Lawrence soñaba y posiblemente creía que la formación del gran Estado árabe ya había comenzado. Pero los años posteriores le quitaron la razón y quizá esto le hizo sentir una gran decepción hasta el final de su vida.
El valor de Los Siete Pilares de la Sabiduría no se limita a su contenido biográfico e histórico. Se trata de una obra exhaustiva en sus datos de carácter social, cultural y antropológico. Penetra en la vida de las tribus y los individuos árabes y habla de sus relaciones, sus costumbres, sus creencias, su comida y, en definitiva, su naturaleza y su modo de vivir.
Está, además, considerado por algunos como un manual para los grupos insurgentes, y es lectura recomendada para las tropas de Estados Unidos desplegadas en Irak. En definitiva, un documento histórico, con una visión precisa sobre la coyuntura política y social de Oriente Próximo durante la Primera Guerra mundial y los años posteriores, cuyas consecuencias han marcado el curso de los acontecimientos políticos hasta la actualidad.