Uno de los principales problemas que se plantean al abordar cualquier asunto relacionado con China es su tamaño. Sus enormes magnitudes geográficas, demográficas, históricas, políticas y económicas hacen que cuestiones aparentemente no demasiado complicadas se nos escapen de las manos a los occidentales cuando queremos analizarlas.
Lo que hoy llamamos China, es decir, la República Popular China, es un vasto territorio de 9.561.000 kilómetros cuadrados compuesto por muchas regiones muy diversas unificadas desde 1949 bajo un mismo gobierno. Tan amplia superficie convierte a China en el tercer país más grande del mundo, después de la Unión Soviética y Canadá. Dicho de otro modo, el territorio chino equivale a un quinceavo de la superficie continental de la Tierra.
Con tanta extensión es fácil imaginar que, en este perímetro situado entre el Asia Central y el Pacífico, entre Siberia e Indochina, se dan las circunstancias físicas más diversas. Las costas continentales de China superan los 18.000 kilómetros; en sus aguas territoriales se contabilizan más de 5.000 islas; en una de sus regiones autónomas (Tíbet) se eleva la montaña más alta del mundo, el Qomolangma o Everest, con sus, 8.848,13 metros; entre sus numerosos ríos, cuyo caudal llega en muchas ocasiones a un volumen de 2,6 billones de metros cúbicos anuales, es decir, cantidad semejante a la de todos los ríos de Europa, destacan el Changjiang (río Azul o Yangtsé), de 6.300 kilómetros, que le convierten en el tercer río del planeta, y el Huanghe (río Amarillo), de 5.464 kilómetros; los desiertos (Gobi, Taklimakan, Gurbantunggut, etcétera) suponen una superficie de 1.095.000 kilómetros cuadrados, es decir, un 11,4 por 100 del territorio nacional, mientras que la superficie cultivable del país es el 10,1 por 100, los bosques suponen el 12,5 por 100 y los pastizales el 33,3 por 100.
Con tan amplio y diverso…