POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 72

Javier Solana, secretario general de la OTAN. 1999. GETTY

La OTAN y el futuro de la seguridad europea

Como la de los años noventa, la OTAN del siglo XXI deberá estar preparada para el cambio y la adaptación, pero sin abandonar las características que la han dotado de dinamismo y fuerza a lo largo de su historia: la vocación transatlántica y sus excepcionales características militares.
Javier Solana
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La seguridad en el siglo XXI será lo que de ella hagamos. Se puede dar forma al futuro si hay comunidad de ideales y de medios, y solidaridad para hacerlo realidad. Éstas son, quizá, las lecciones más decisivas que llevo conmigo después de casi cuatro años como secretario general de la OTAN, durante los cuales la Alianza Atlántica inició su primera operación de mantenimiento de la paz en Bosnia, profundizó en las relaciones con sus países asociados, admitió a sus primeros nuevos miembros después de terminada la guerra fría, estableció una asociación estratégica con Rusia, desarrolló una personalidad europea más firme y dirigió una campaña militar para detener la limpieza étnica en Kosovo. Todos estos pasos fueron difíciles, pero cada uno de ellos nos acercó a nuestro propósito: una arquitectura de seguridad europea basada en la cooperación, donde los peligros de conflictos violentos queden reducidos al mínimo y donde los valores no sólo se prediquen, sino se mantengan.

Entre los muchos cambios producidos por el final de la confrontación Este-Oeste destaca la oportunidad de dejar atrás un planteamiento reactivo sobre seguridad y, en su lugar, volverse más previsor y pro-activo. Dicho de otra manera, más que prevenir el “peor caso”, la política de seguridad puede ahora encargarse de cómo lograr el “caso óptimo”: una Europa más amplia e integrada, dentro de una asociación transatlántica más sólida, justa y madura. Este “caso óptimo” es la visión que todas las naciones de la OTAN comparten.

Aunque los ideales nunca se hacen realidad al cien por cien, no por ello vamos a dejar de tenerlos. La enunciación de un “futuro preferido” es por sí misma un acto de creación que aclara las imágenes. De este modo, nuestro ideal, aunque siga siendo una obra en desarrollo durante decenios, confiere un marco valioso a nuestros criterios políticos, y es la norma con la que medir el éxito de esta Alianza.

Para hacer realidad este caso óptimo se requiere, lo primero de todo, un cambio de ideas acerca de la seguridad. La ecuación “integridad territorial igual a seguridad” puede haber sido válida durante la guerra fría, pero evidentemente ya no es aplicable. En los tiempos de la globalización y de la interdependencia siempre creciente, nuestras naciones se ven afectadas por lo que ocurre en otros lugares del mundo. Un conflicto regional que se sale de control, una crisis de refugiados que desestabiliza áreas más amplias o una turbulencia económica que origina crisis políticas, pueden afectar a nuestra seguridad de muchos modos, aunque en ningún momento toquen nuestra integridad territorial. Los desastres del medio ambiente tampoco se preocupan por las fronteras. En una palabra, la seguridad debe tener miras más amplias. En vez de protegernos sólo de la inestabilidad, debemos crear buenas condiciones de estabilidad.

Que los aliados de la OTAN habían entendido este sentido más amplio de la seguridad quedó demostrado con la participación de la Alianza en el conflicto de Bosnia. La OTAN no sólo contribuyó a poner fin a la guerra, respaldando la diplomacia con una adecuada presión militar; después de firmarse el acuerdo de paz, la Alianza asumió también una importante responsabilidad en su cumplimiento. Ciertamente, una de mis primeras responsabilidades fue supervisar el despliegue de la Fuerza de Implementación de la OTAN (IFOR) en Bosnia en enero de 1996. Muchos consideraron la IFOR como una prueba crucial de la congruencia de la OTAN tras la guerra fría. La OTAN superó el examen. La profesionalidad y dedicación de los soldados –de los países aliados y asociados– fueron notables. La cooperación con otras instituciones y organizaciones no gubernamentales, aunque a menudo improvisada, funcionó fluidamente. Y los habitantes de la zona, que habían sufrido tanto, tuvieron, por primera vez en años, un entorno seguro. Aunque nos hallamos aún muy lejos de una verdadera paz en Bosnia, hemos creado las condiciones para que sus pueblos trabajen en la reconstrucción y la reconciliación, si es que ellos y sus líderes políticos quieren realmente seguir ese camino.

Al unir a todas las potencias importantes, incluida Rusia, en una estrategia política común e incluso en una operación militar común, la OTAN rompió el círculo fatídico de las grandes potencias que se alineaban con sus Estados-clientes tradicionales en los Balcanes. Al aprobar el compromiso de reconstruir Bosnia como un Estado multiétnico viable y al apoyar la obra de otras instituciones para conseguir este fin, la OTAN demostró convincentemente que su compromiso en favor de un orden de seguridad cooperativo era genuino.

 

«Kosovo marcó un cambio en la OTAN. Coincidían nuestros valores e intereses en materia de seguridad»

 

En resumen, la participación de la OTAN en Bosnia demostró que la gestión de crisis puede influir favorablemente en la dinámica de la seguridad euro-atlántica. Bosnia-Herzegovina puede –y debe– volver a Europa como un Estado multiétnico democrático viable. Creo firmemente que nuestra participación allí nos ha acercado al cumplimiento del ideal de una Europa unificada basada en valores compartidos. Ésa es la razón de que yo haya hecho innumerables visitas a Bosnia; y ése es el motivo de que me haya comprometido tan a fondo en su futuro.

La crisis de Kosovo, coincidente con el quincuagésimo aniversario de la OTAN en la primavera de 1999, fue diferente. La deliberada y meditada política de limpieza étnica de Belgrado mostraba un grado de cinismo y desprecio a los derechos humanos fundamentales que creíamos haber superado definitivamente después de 1945. Frente a tales crímenes, no podíamos permanecer de brazos cruzados. Realmente, si Europa había de entrar en el siglo XXI como una comunidad de democracias, pluralismo y derechos humanos, no se podía tolerar la actuación de Milosevic y otros dirigentes. Por esa razón, tras agotar todos los medios diplomáticos, tomamos la decisión de actuar: no de abandonar la diplomacia, sino de crear las condiciones precisas para que funcionara de nuevo.

Algunos observadores han sugerido que la campaña de la OTAN en Kosovo ha sido la primera emprendida exclusivamente para proteger valores. Como tal –mantienen– marcó un cambio fundamental en la Alianza, en la seguridad internacional y en las relaciones internacionales en general. Pero también se hallaban en juego intereses. Lo cierto es que no tienen por qué estar separados valores e intereses. Porque la seguridad es más que la ausencia de guerra. Tiene también una dimensión humana. Prácticamente todas las crisis ocurridas en Europa tras la guerra fría han sucedido en países y regiones en los que estaban ausentes las estructuras democráticas fundamentales. La creación de condiciones para que surjan tales estructuras democráticas va, pues, en interés de nuestra seguridad a largo plazo.

En Kosovo, convergían nuestros valores y nuestros intereses de seguridad. Y la Alianza emprendió la acción. Sabíamos que ésta no sería capaz de detener en pocos días las atrocidades cometidas por el ejército de Belgrado. Conocíamos la posibilidad de causar bajas civiles. Sabíamos también que nuestra decisión incidiría sobre nuestras relaciones con Rusia, pero quedarse indiferentes habría equivalido a convertirse en cómplices de aquellos crímenes.

Para la campaña aérea fueron básicas –por encima incluso de la gran profesionalidad demostrada por las fuerzas militares aliadas– la firmeza y resolución de los gobiernos aliados frente a una oposición interna a veces considerable. Otros países demostraron la misma resolución. Testigo de ello son el coraje y la tenacidad de los países vecinos de la República Federal de Yugoslavia (RFY), la mayoría de ellos democracias nuevas y todavía frágiles en una región históricamente turbulenta. Todos sufrieron económicamente por los efectos de la política de Belgrado y por los daños causados a consecuencia de los ataques aéreos contra la RFY. Albania y la antigua república yugoslava de Macedonia se llenaron de refugiados. Bulgaria y Rumania vieron destruidas las vías comerciales y de transporte a lo largo del Danubio. Pero ninguno vaciló en su apoyo a la acción de la OTAN. Veían con claridad que el empleo de la fuerza era el único lenguaje que el presidente Milosevic podría entender y acatar.

Donde la seguridad y los intereses coincidían para los gobiernos aliados era en el efecto venenoso que Milosevic y su círculo habían tenido durante la pasada década sobre la paz y la estabilidad del sureste de Europa. Esta coincidencia de la seguridad y los intereses dieron forma a la política de la OTAN en la región. Durante la crisis de Kosovo, utilizamos las actividades ya existentes y otras nuevas de la Asociación para la Paz (APP) con el objetivo de ayudar a estabilizar los países vecinos. Coordinamos y entregamos ayuda humanitaria a Albania y Macedonia mientras absorbían una enorme afluencia de refugiados. Y en la cumbre de Washington creamos un foro consultivo sobre materias de seguridad en el sureste de Europa con siete naciones de la región. La Alianza dio protección a cierto número de países vecinos de la RFY con el fin de evitar que Belgrado agravara el conflicto.

La OTAN apoya activamente la iniciativa de la Unión Europea (UE) de crear un Pacto de Estabilidad para el Sureste de Europa. Esta iniciativa tiene como objetivo la estabilización y reconstrucción de la región, que con el tiempo se espera que incluya una Serbia democrática.

Mi compromiso con la democracia, los derechos humanos y la estabilidad en esta región sigue siendo inamovible. Incluso al asumir mi nueva responsabilidad, después de la secretaría de la OTAN, como alto representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE y secretario general del Consejo de Ministros europeo, continuaré dedicando mis energías al mantenimiento de una paz duradera en los Balcanes y al retorno de aquella región a Europa, a la que pertenece.

 

Asociación y cooperación

El fin de la guerra fría y el hundimiento de la Unión Soviética fueron hechos extraordinarios por muchas razones. Primordial entre ellas fue la naturaleza generalmente pacífica de una enorme transformación que llevó la democra cia a sociedades que padecieron durante largo tiempo dogmas ideológicos y gobiernos autoritarios. Pocas personas habrían podido creer que el derrumbamiento de varios Estados y el nacimiento de más de una docena de otros nuevos ocurriera sin grandes convulsiones o conflictos violentos. El desmembramiento de la antigua Yugoslavia fue, desgraciadamente, una excepción. Pero, en su conjunto, las naciones recién llegadas a la democracia y a la independencia en todo el continente europeo rápidamente apreciaron lo importante que era basar su política de seguridad sobre principios de cooperación, asociación y propósitos comunes.

La OTAN ha desempeñado un papel principal en la difusión de estos valores por el continente. El Consejo de Cooperación del Atlántico Norte (CCAN), creado a finales de 1991, fue el primer intento de extenderse hacia las nuevas democracias nacientes de Europa oriental. A través de él, la OTAN podría ofrecer nuevas oportunidades para mantener consultas, además de consejos concretos, sobre la reforma y reestructuración de la defensa de estas naciones. La cooperación militar entre la OTAN y sus asociados se intensificó con el programa de la APP lanzado en 1994. El centro principal de interés para la APP, que ha atraído a veinticuatro naciones desde Suecia a Kazajstán, está en las operaciones conjuntas de respuesta a las crisis, para las que los países determinan las fuerzas y los recursos con que contribuirán a la asociación. Ello acrecienta, en gran manera, el conjunto de recursos disponibles y compatibles con la OTAN del que podrán valerse los aliados y los asociados en contingencias futuras.

Cuando llegué a la OTAN, el CCAN y la APP estaban bien encarrilados. La fácil inclusión de países asociados en la operación bosnia, facilitada por aquellos mecanismos, fue la prueba perfecta de su valor. Pero había un amplio campo para un posterior progreso. En particular, pensamos que una APP cada vez más fuerte pronto necesitaría un complemento político. El Consejo de Asociación Euro-Atlántico (EAPC), que sustituyó al CCAN en mayo de 1997, lo proporcionó y elevó a un nuevo nivel las consultas políticas entre la OTAN y los asociados. Sin embargo, el EAPC es más que un “techo” político para las asociaciones militares con la OTAN. Es un foro en el que se reúnen 44 países por lo menos una vez al mes. Su agenda va ahora desde la eliminación de minas a la ayuda en catástrofes. Más importante es, en especial para Europa suroriental y el Cáucaso, que el EAPC promoviera una nueva dinámica para la cooperación regional.

 

«Muchas naciones han resuelto sus conflictos bilaterales por el deseo de entrar en la Alianza»

 

La crisis de Kosovo demostró que el potencial de la APP está muy lejos de haberse agotado; su estructura se utilizó como mecanismo de consulta con algunos vecinos de Yugoslavia, así como para organizar maniobras en aquellos países y demostrar que la OTAN no tomaría a la ligera ningún intento de desestabilizarlos.

De la misma forma que el término “gestión de crisis” abarca más que los asuntos militares, los beneficios estratégicos de una política más amplia de cooperación de la OTAN superan las cuestiones de la interoperabilidad militar. Mediante la APP y el EAPC, la Alianza ha creado un marco de seguridad que permite a cada nación contribuir de acuerdo con sus intereses y capacidades y con independencia de sus afiliaciones institucionales. Sólo la OTAN, con su competencia militar ampliamente reconocida y sus dimensiones transatlánticas, podría haber creado un impulso cooperativo de tal fortaleza.

Tras la disolución del Pacto de Varsovia, la lógica de la autodeterminación condujo inevitablemente a que las naciones de Europa central y oriental solicitaran una participación equitativa en “Europa” en todas sus dimensiones, incluida la atlántica. Frustrar permanentemente estas ambiciones era demasiado arriesgado. Perpetuar la división entre un Occidente próspero, seguro y lleno de confianza en sí mismo y un Oriente inseguro y vacilante habría tenido antes o después consecuencias negativas también para Occidente. Por lo tanto, a comienzos de 1996, la ampliación de la OTAN se hallaba firmemente inscrita en la agenda de la Alianza. Lo que quedaba aún por resolver era el espinoso asunto de quiénes serían invitados a unirse a la OTAN, cuándo habrían de asumir su condición de miembros y cómo hacerlo sin que Rusia se molestara.

Algunos comentaristas pensaban que la ampliación de la OTAN crearía nuevas líneas divisorias, frustraría a las nuevas democracias no invitadas y provocaría innecesariamente a Rusia en medio de sus reformas. No resultó así. La ampliación se estructuró como un proceso en vez de como un solo acontecimiento. Lo complementamos creando vínculos conjuntos con todos los Estados no miembros interesados y teniendo en cuenta las necesidades de seguridad legítimas de Rusia. La entrada de la República Checa, Hungría y Polonia el pasado mes de marzo de 1999 se produjo, pues, como final definitivo de la división de Europa durante la guerra fría y como un beneficio neto para la seguridad europea.

La OTAN debe mantener abierta la puerta a futuros miembros. La esperanza de entrar en la OTAN y en la UE ha llevado a muchas naciones de Europa central y oriental a resolver múltiples contenciosos bilaterales y también internos. Mantener abierta la puerta para posteriores ingresos es así, probablemente, uno de los más firmes instrumentos que posee la Alianza para influir sobre el entorno estratégico de forma positiva en los años venideros.

Me sentí francamente orgulloso cuando, en 1997, anuncié en Madrid la decisión de los dirigentes aliados de invitar a los tres primeros nuevos miembros de la OTAN desde que mi propio país, España, ingresó en 1982. Y me sentí más orgulloso aún de haber presidido el CCAN cuando la República Checa, Hungría y Polonia tomaron sus asientos en dicho Consejo ya como aliados el pasado 12 de marzo.

Cómo se acomode Rusia en el naciente sistema euro-atlántico es la cuestión decisiva que determinará el carácter de la seguridad europea en el próximo siglo. Rusia sigue siendo, con mucho, la variable de seguridad más importante en el Viejo Continente. Si continúa en el camino de la reforma hacia la democracia y la economía de mercado, y opta por relacionarse constructivamente con Europa, la mayor parte de los problemas de seguridad europeos podrían resolverse de modo conjunto, bien sean estas cuestiones conflictos regionales, bien la seguridad nuclear o la no proliferación. La OTAN tiene, pues, verdadero interés en ver que este proceso se materialice y se llegue a crear una Rusia cooperativa y con confianza en sí misma.

 

«Rusia sigue siendo la variable de seguridad más importante en el Viejo Continente»

 

Rusia no ha hallado aún su lugar en la Europa actual. Sigue siendo un país de contradicciones. Por una parte, una nueva apertura, libertad de medios de comunicación, millones de rusos que viajan al extranjero, nuevos lazos políticos y económicos con Occidente, un enorme potencial humano y económico sin explotar… Por otra, subsisten muchas señales de una sociedad que se encuentra en una profunda crisis, de perturbación económica y con una sensación de frustración y pérdida que tardará mucho tiempo en superar totalmente. Dadas estas limitaciones, la OTAN no es capaz de desempeñar un papel directivo en el mantenimiento de Rusia dentro de la corriente principal europea. Con todo, la OTAN sigue dispuesta a ser más que un mero espectador de los acontecimientos rusos, ya que puede comprometer a Rusia de una forma constructiva y seria como un determinante factor de seguridad.

Esto es precisamente lo que hicimos cuando me nombraron representante principal de la Alianza para negociar con el entonces primer ministro ruso, Evgueni Primakov, una relación formal permanente entre la OTAN y Rusia. Después de tres rondas de negociaciones, en la primavera de 1997 conseguimos establecerla: el 27 de mayo, la OTAN y Rusia firmaron en París el Acta Fundacional, abriendo así el camino para la creación del Consejo Conjunto Permanente (CCP) OTAN-Rusia en septiembre de ese mismo año.

He invertido mucho tiempo y energía en conseguir esta relación. Por tal motivo, es para mí uno de los mayores logros alcanzados durante mi gestión como secretario general de la Alianza. A través del Acta Fundacional, la OTAN y Rusia se han definido mutuamente como asociados. E incluso aunque las consultas en el CCP no siempre conducen a posiciones comunes, sirven para fomentar la transparencia y minimizar los malentendidos.

Creo además que, con el tiempo, una relación política regular facilitará también una cooperación militar más estrecha. El objetivo de eliminar la desconfianza hacia la OTAN como organización militar –en especial entre los militares rusos– sólo se puede alcanzar a través de la cooperación práctica. Tal cooperación ofrecería la oportunidad de participar a la generación más joven de oficiales rusos, cuyos contactos con Occidente son todavía escasos. El demostrado deseo de la OTAN de implicar a Rusia en una relación privilegiada borraría paulatinamente el temor de este país a comprometer su condición de gran potencia al integrarse más activamente en la organización.

Soy optimista en cuanto a que la relación OTAN-Rusia superará las diferencias que mantenemos respecto a Kosovo. La Alianza ha insistido en todo momento en que nuestro interés fundamental es cooperar, consultar, resolver juntos nuestros problemas. Éste es el espíritu del Acta Fundacional. Eso es lo que perseguí durante las largas horas de negociación. Lo que conseguimos –la OTAN y Rusia– es demasiado valioso y tiene demasiadas posibilidades para tirarlo sencillamente por la borda. La perseverancia redundará en beneficio de todos.

 

Ucrania y el Mediterráneo

Ucrania significa “país fronterizo”. En el pasado, éste pudo ser un nombre adecuado para una nación situada en la zona suroriental de Europa y en el umbral de Asia. Hoy, cuando nuestras fronteras se definen por los valores compartidos más que por los límites naturales, Ucrania ha dejado de ser un país fronterizo. Y debemos intentar que una Ucrania estable, democrática e independiente se una a la corriente principal europea.

La cumbre de Madrid de julio de 1997 fue una ocasión histórica para estas jóvenes democracias así como para las naciones aliadas. Allí se firmó la Carta sobre una Relación Distinta entre la OTAN y Ucrania. Con ello se abrió una nueva dimensión en el creciente esquema de ampliaciones y asociaciones que han caracterizado los últimos años de la transformación de la Alianza.

La Comisión OTAN-Ucrania se había creado para discutir cuestiones de seguridad de interés común y para desarrollar un programa de trabajo cooperativo en la resolución común de problemas. Esta cooperación demostró ser muy valiosa en 1998, cuando la OTAN coordinó la ayuda a Ucrania para hacer frente a una enorme inundación. La Alianza está también proporcionando apoyo para ayudar a este país en la reforma de su estamento defensivo. Y ese mismo año tuve el privilegio de abrir la primera oficina de información de la OTAN en Kiev.

Otra dimensión importante es la mediterránea. En mi época como ministro de Asuntos Exteriores español dediqué mucho tiempo a elevar la conciencia de la UE en lo que se refiere al Mediterráneo. El lanzamiento del proceso de Barcelona en 1995 fue un importante logro de la presidencia española de la UE, porque hizo que se tomara mayor interés por el área mediterránea.

La OTAN y la UE son diferentes, pero lo que es cierto para cuestiones económicas lo es también para las de seguridad. La seguridad del Mediterráneo no se puede separar de la europea en general. Por esta razón, la Alianza está estrechando lazos con diversos países del Mediterráneo meridional y de Oriente Próximo: Marruecos, Túnez, Mauritania, Egipto, Israel y Jordania. El objetivo principal de nuestra política es ayudar a eliminar los malentendidos y recelos que a veces existen en ambas orillas del Mediterráneo. Evidentemente, los problemas mediterráneos son exclusivos de la zona y no podemos aplicar allí nuestro enfoque cooperativo para Europa oriental. Pero el diálogo institucionalizado de la OTAN con países mediterráneos que no pertenecen a la Alianza subraya el hecho de que creemos que es posible crear relaciones buenas, firmes y amistosas a través del Mediterráneo –igual que lo hemos hecho a través de Europa– y que esperamos establecer con el tiempo los cimientos de una sólida cooperación entre sus dos riberas.

 

«Debemos intentar que una Ucrania estable, democrática e independiente se una a la corriente principal europea»

 

Una responsabilidad fundamental para el secretario general de la OTAN es mantener en marcha el motor transatlántico. Pero hoy, diez años después de terminada la guerra fría ¿qué significa este vínculo? Creo que está asumiendo el poder a ambos lados del Atlántico una nueva generación que ya no contempla la OTAN a través del prisma de la experiencia personal o de la adhesión emotiva. Esto podría hacer que el vínculo de seguridad transatlántico fuera más vulnerable a las repercusiones de desacuerdos en otras áreas; de las disputas comerciales transatlánticas, por ejemplo, o de puntos de vista contrapuestos sobre el proceso de paz en Oriente Próximo. La equidad de las relaciones transatlánticas se pondrá en duda con más frecuencia. Para mí, estos cambios ponen de manifiesto que si la OTAN quiere seguir siendo el foro central para la cooperación en materia de seguridad transatlántica en un nuevo entorno debe ir más allá de lo rutinario.

Esto significa, en primer lugar, reconocer que en nuestro complejo entorno de seguridad puede haber situaciones de peligro donde los intereses de las dos orillas del Atlántico quizá ya no sean coincidentes. Por supuesto, los valores comunes siguen siendo el aglutinante de esta Alianza, de la misma forma que el realismo siempre ordenará una estrecha cooperación entre Estados Unidos y Europa. Pero ¿y si ocurre una crisis en Europa en la que Estados Unidos prefiera en vez de tomar el mando, esperar a que los aliados europeos actúen? ¿Debemos insistir en el liderazgo de EE UU y por consiguiente condenarnos a la inacción? ¿O no sería más productivo crear la posibilidad de que Europa se coloque a la cabeza, desempeñando así el papel que Estados Unidos le ha instado siempre que ejerza en el mantenimiento de la estabilidad en el continente? La respuesta de los aliados ha sido la siguiente: construir una Europa más coherente es la clave tanto de una distribución más equitativa de las responsabilidades a través del Atlántico como de una Europa que evolucione de acuerdo con sus objetivos integracionistas. En una palabra, convertir Europa en un agente estratégico es una contribución importante para que las relaciones transatlánticas sean sólidas.

 

Una identidad europea de seguridad y defensa

La unidad europea, aunque comenzó como proyecto económico, siempre ha tenido implicaciones de seguridad. Ha sido un marco pacificador para reconciliar a las mayores potencias europeas después de la devastadora experiencia de dos guerras mundiales.

La OTAN ha desempeñado un papel decisivo en el proceso de integración europea. Durante cuarenta años, la OTAN proporcionó una capa protectora a la Europa occidental, que avanzaba hacia la unión económica y, con el tiempo, política. Sin embargo, durante esos años, las relaciones entre la OTAN y el proceso de integración europeo fueron pasivas. La Alianza ofrecía seguridad a una Europa que –por buenas razones– se concentraba en áreas de integración más prometedoras. Esa división del trabajo tenía sentido mientras duró el conflicto entre el Este y el Oeste, pero desde entonces ha perdido gran parte de su razón de ser.

Los tratados de Maastricht (1991) y Amsterdam (1997) lo han cambiado todo. En la actualidad, la UE está desarrollando una política exterior y de seguridad común. En consecuencia, el papel de la OTAN ya no es resolver difíciles cuestiones de seguridad en beneficio de Europa. Lo que se necesita es un nuevo enfoque político que haga derivar más responsabilidades hacia los aliados europeos y facilite así un reequilibrio de los papeles de Estados Unidos y Europa.

Siempre he creído que la OTAN puede permitirse un papel europeo más firme. Bosnia y Kosovo han demostrado, sin duda alguna, que la OTAN es la institución militar dominante de Europa y que seguirá siéndolo en un futuro previsible. Por consiguiente, el objetivo no debe ser poner esto en duda. Más bien deberíamos avanzar para favorecer la vocación europea de identidad propia en seguridad y defensa dando a la OTAN una naturaleza más europea. El acuerdo de todos los aliados de crear una identidad de seguridad y defensa europea en la OTAN, y no fuera de ella, reconcilia las ambiciones europeas y las peticiones norteamericanas de que asuma un papel más activo en la defensa, efectuando el proceso dentro del sólido marco de la Alianza.

El camino seguido para conseguir esta reconciliación –reformar la estructura de mando de la OTAN para permitir operaciones de respuesta a las crisis dirigidas por europeos– responde a ciertas realidades fundamentales: que la proyección de la potencia militar es claramente demasiado costosa para una Europa ocupada aún en gran parte en los aspectos no militares de la integración; que en un futuro previsible el poderío militar europeo seguirá dependiendo del apoyo militar de Estados Unidos; y que los otros miembros estratégicos no comunitarios, como Canadá, Turquía y los tres nuevos miembros de la OTAN, no deben ser marginados.

 

«Estoy convencido de que la coherencia entre la OTAN y la UE tendrá un efecto sinérgico en prácticamente todas las áreas de la gestión de seguridad»

 

Al permitir que la Unión Europea Occidental (UEO) se apoye en los dispositivos “separables pero no separados” de la OTAN, la Alianza cumple su promesa de robustecer su pilar europeo, promesa hecha en 1996 en las reuniones de Berlín y Bruselas de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de la organización. Sin embargo, la UEO es un marco demasiado estrecho para reflejar la amplitud de las relaciones transatlánticas o soportar el pleno alcance de una política amplia de gestión de crisis. Para ello se necesita una relación plenamente desarrollada entre las dos fuerzas impulsoras más importantes que dan forma a la evolución política y de seguridad europea: la OTAN y la UE, que tienen intereses estratégicos comunes en la formación de un entorno de seguridad propicio basado en los valores atlánticos de democracia, libertad individual e imperio de la ley. Por consiguiente, la OTAN y la UE, aunque formalmente separadas y autónomas, tienen un interés mutuo en sus respectivas políticas. A fin de potenciar al máximo su influencia, reducir al mínimo la duplicación y evitar la emisión de señales contradictorias en una crisis, es necesario para ambas instituciones lograr la congruencia de sus orientaciones.

En la reconstrucción de Europa suroriental tras la crisis de Kosovo, la interdependencia estratégica de la OTAN y la UE ha sido siempre evidente. Pero estoy convencido de que la coherencia entre la OTAN y la UE tendrá un efecto sinérgico en prácticamente todas las áreas de la gestión de seguridad. Al trabajar juntas hacia los mismos fines estratégicos, las dos instituciones podrían tener un efecto decisivo sobre la evolución de un Mediterráneo pacífico y económicamente dinámico, una Europa central y oriental segura y próspera y, finalmente, una Rusia que mire hacia el exterior, democrática y estable.

La identidad europea de seguridad y defensa será la más importante contribución a una favorable relación transatlántica. Pero hay más. Por ejemplo, el progreso tecnológico influirá también sobre las relaciones políticas de manera totalmente nueva. El desarrollo de las posibilidades de de- fensa ofrece un ejemplo significativo. Los aliados que no puedan actuar juntos en lo militar tendrán dificultades para cooperar en lo político. Debemos evitar una división del trabajo basada en la tecnología, en la que Europa proporcionaría los soldados para la gestión de crisis, mientras Estados Unidos contribuiría con su potencial aéreo y sus satélites. Necesitamos, por tanto, un foro para tratar asuntos relacionados con el más amplio diálogo industrial de defensa y cooperación a través del Atlántico. Por ello he insistido en la creación de tal foro. Ha llegado el momento.

La proliferación de armas de destrucción masiva es otro desafío para la comunidad transatlántica. Aunque las armas nucleares siguen siendo difíciles de obtener, no ocurre lo mismo con las biológicas y las químicas. A pesar de que con frecuencia se pone en duda su valor militar, ciertos regímenes delincuentes han demostrado su voluntad de usarlas. Además, su fácil adquisición aumentará también el daño potencial causado por agentes no estatales, como los grupos terroristas. La contención de la difusión de armas nucleares, biológicas y químicas y de los misiles capaces de transportarlas será uno de los principales desafíos para la seguridad en el siglo próximo. En la cumbre de Washington, los dirigentes aliados incluyeron la cuestión de la proliferación en la agenda de la OTAN. Igualmente, las actividades de cooperación de la Alianza con Europa central y oriental en general, y con Rusia en particular, y sus vínculos con otras instituciones pueden resultar determinantes en la búsqueda de una respuesta al problema de la proliferación.

 

Hacia la OTAN del siglo XXI

En mis cuatro años como secretario general, he sido testigo de primera fila de que lo único constante en la OTAN es la transformación permanente. El entorno de seguridad sigue en estado de flujo, y nuestros instrumentos y estrategias deben continuar adaptándose a los problemas. A veces pueden ser difíciles y penosos los cambios y la adaptación. Sin embargo, retrospectivamente, parece claro que la OTAN apostó por las opciones correctas. En el transcurso de los años noventa, las decisiones e iniciativas de la OTAN dieron lugar al nacimiento de nuevas relaciones de seguridad que han modificado definitivamente el rostro de Europa.

En el centro de la agenda de la OTAN sigue estando el propósito de llevar adelante esta dinámica positiva. Así, pues, la Alianza debe continuar evolucionando y, más allá del nuevo siglo, “OTAN 2000” estará incluso mejor dotada para hacer frente a los problemas que se avecinan:

– La OTAN posterior al 2000 será mayor. El proceso de ampliación no terminará con la inclusión de la República Checa, Hungría y Polonia. Otras naciones continuarán presentando sus argumentos en favor de la admisión, señalando el éxito de sus reformas políticas y militares, sus progresos en el establecimiento de buenas relaciones con sus vecinos y su dedicación a los valores atlánticos.

– La “OTAN 2000” será más abierta. Los elementos de asociación, como el Consejo Conjunto Permanente con Rusia, la Comisión OTAN-Ucrania, la APP, el EAPC y el diálogo mediterráneo se habrán convertido en características firmemente ensambladas en la estructura de la OTAN. Las consultas con Rusia y con los asociados al EAPC serán una constante en la vida de la Alianza.

– La APP, programa bandera de cooperación de la OTAN, ampliará más aún su alcance para cubrir el abanico completo de operaciones en apoyo de la paz. El EAPC adquirirá unas dimensiones regionales más firmes para la cooperación de seguridad, y quizá incluso servirá como órgano de dirección para la ayuda paneuropea en casos de desastre. Un diálogo transatlántico institucionalizado podría contribuir al mantenimiento de una sólida base industrial de defensa transatlántica.

– La estructura militar y la actitud de fuerza de la OTAN reflejarán también esta nueva flexibilidad y apertura: con una actitud de fuerza crecientemente encaminada hacia la gestión de crisis, con una dimensión europea más visible y con una creciente participación de los asociados. En resumen, la OTAN aumentará cada vez más sus funciones centrales de defensa colectiva con nuevas misiones en el ámbito de las operaciones de apoyo a la paz. Este último papel puede verse más robustecido mediante el establecimiento de lazos más firmes con las Naciones Unidas y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

– La “OTAN 2000” será también más europea. Las nuevas disposiciones para apoyar operaciones dirigidas por Europa crearán nuevas opciones políticas y militares, pero garantizarán el que sigan siendo plenamente compatibles con la estructura transatlántica. Y unos vínculos formales OTAN-UE conducirán, con el transcurso del tiempo, a una mayor sinergia en la política de ambas organizaciones.

Ésta es la OTAN que espero cobre forma en los años venideros. Como la de los años noventa, será una Alianza dedicada al cambio y a la adaptación. Ninguno de esos cambios, sin embargo, significará que abandonemos esas características fundamentales de la Alianza que le dan su dinamismo y su fuerza, particularmente su vocación transatlántica y sus excepcionales características militares.

Hoy, en el umbral de un nuevo siglo, la globalización y la integración se han convertido en los factores decisivos que dan forma a nuestras vidas y que determinan nuestra prosperidad. Como eficaz demostración, 1999 no sólo marcó el quincuagésimo aniversario de la OTAN, sino también la entrada en vigor del tratado de Amsterdam y el lanzamiento de la moneda común europea. En un mundo como éste, es evidente que no podemos simplemente mantenernos a un lado con la esperanza de protegernos a nosotros mismos de todas las consecuencias indeseables. Los aliados, incluida España, deben continuar siendo colaboradores activos para la formación de un entorno más seguro y pacífico que permita una existencia más justa y próspera a todos los pueblos.

El activo papel de España en la OTAN –desde su participación en Bosnia y Kosovo hasta la decisión de unirse a la nueva estructura de mando– demuestra que se ha convertido en un protagonista bienvenido y respetado en la gestión de la seguridad y estabilidad internacionales. España junto con sus aliados tienen la potencia suficiente para dar forma a la historia de acuerdo con sus valores e intereses. Ésta es la razón de que, en un mundo de múltiples riesgos y limitados medios nacionales, la OTAN siga siendo nuestra mejor esperanza para un futuro pacífico.