Podemos sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado juntos en apenas un año. En este tiempo se ha puesto a prueba a Estados Unidos, a sus amigos y a sus aliados. Hemos aceptado ese reto, pero aún queda mucho por hacer. Tras el primer aniversario de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 la perspectiva para analizar lo que hemos conseguido, los riesgos que quedan por afrontar y, lo más importante, las oportunidades que hemos de aprovechar para construir un mundo mejor y más seguro.
Este año el presidente George W. Bush ha conseguido unir y liderar una coalición internacional que ha liberado a Afganistán del yugo de Al Qaeda y de los talibanes. Por primera vez en más de un decenio podemos ver en la televisión que las jóvenes afganas van a la escuela, los jóvenes juegan al fútbol y se oye música en la calle.
Ahora que los talibanes se han marchado, Afganistán tiene un nuevo gobierno interino presidido por Hamid Karzai. La coalición internacional trabaja con el presidente Karzai para satisfacer las necesidades humanitarias del pueblo afgano y comenzar la difícil tarea de recuperación y reconstrucción, recreación de una sociedad y de una infraestructura. Por ejemplo, Estados Unidos dedica ochenta millones de dólares a un proyecto de mejora del sistema principal de carreteras en Afganistán, junto con Arabia Saudí y Japón. Una simple carretera asfaltada que permitirá conectar este país de nuevo y que no sólo unirá lugares, sino también a las personas, de manera que el comercio fluya y el gobierno central pueda llegar a todos. Estamos comprometidos con Afganistán a largo plazo. El pueblo afgano sabe que EE UU y la comunidad internacional estarán allí por ellos el tiempo que sea necesario.
La coalición internacional contra el terrorismo trabaja mucho y no pasa una semana sin noticias sobre el desmantelamiento de una célula terrorista o la interceptación de dinero negro. Más de noventa naciones en todo el mundo, como parte de esta coalición, han detenido a más de 2.400 presuntos terroristas y sus cómplices. Más de 160 países han congelado bienes por valor superior a cien millones de dólares, que ya no están disponibles para intrigar, conspirar o adquirir material que podría utilizarse para realizar actividades terroristas.
Frentes de la guerra al terrorismo
Podemos acabar con Al Qaeda en Afganistán, pero no podemos destruirla sólo con bombas y balas. Para vencer a los terroristas tenemos que hacer la guerra en muchos frentes diferentes y en todos al mismo tiempo. Hemos de llevar a cabo una lucha diplomática para convencer a otras naciones para que trabajen con nosotros y eliminen cualquier vivero de actividad terrorista que pueda existir en su país. Hemos de librar una batalla política para animar a sus dirigentes a dar pasos difíciles en sus países, golpear a los terroristas allí para que no puedan formar redes en otros países. Hemos de hacer una guerra de la inteligencia y de la aplicación de la ley para descubrir y destruir las células antes de que puedan cometer nuevos asesinatos. Hemos de hacer la guerra a la financiación para negar a los terroristas el dinero que alimenta sus tramas. Y hemos de librar una guerra informativa pública para asegurar que el mundo entero comprende nuestro mensaje de democracia, mercado libre y dignidad humana.
El 11-S nos dejó sin ilusiones. Los terroristas no se detendrán ante nada mientras no los paremos. No aceptan ninguna ley, ninguna moralidad. Sus ambiciones violentas no tienen límite.
En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 12 de septiembre, el presidente Bush habló de un peligro grave y colectivo para la comunidad mundial, el peligro de que un régimen fuera de la ley pueda proporcionar terroristas con tecnologías para matar a una escala aún mayor que la que vimos en Nueva York hace poco más de un año. El presidente instó a las naciones del mundo a mantenerse unidas y hacer frente a Irak. El tirano que gobierna este país, Sadam Husein, ha formado una terrible alianza con los terroristas. Durante un decenio ha desafiado a EE UU, a la comunidad internacional, al Consejo de Seguridad y a las resoluciones de las Naciones Unidas, la organización multilateral que durante diez años ha hablado en nombre del mundo civilizado contra sus actividades.
Sadam ha demostrado una y otra vez su intención agresiva. Se puede discutir en cuanto al desarrollo de sus actividades. Se puede discutir sobre cuáles son sus arsenales. Se puede discutir en cuanto al ritmo de desarrollo de estas terribles armas dentro de Irak, pero lo que es indiscutible es su intención; nunca ha dejado de tener ni de desarrollar este tipo de armas. Por eso ha violado las resoluciones del Consejo de Seguridad.
Suponer que el régimen iraquí actúa de buena fe significa arriesgar la vida de millones de personas y la paz mundial. Y, como dijo Bush a los delegados de la Asamblea General, éste es un riesgo que no debemos correr. Hemos de reaccionar. El presidente hizo un claro llamamiento a las Naciones Unidas: es hora de actuar.
Tenemos una alternativa determinante respecto a Irak, y en política exterior hay muchas realidades que dan que pensar. Pero siempre me aseguro de que, preocupándonos por estos retos, por estas crisis, no dejamos de ver las grandes oportunidades que nos brinda el nuevo siglo. Bush ve estas oportunidades y las está aprovechando. Él y su administración tratan de construir un mundo mejor y más seguro, un mundo que beneficie al pueblo estadounidense y traiga libertad y esperanza a los hombres y mujeres de todos los continentes. El desarrollo de las libertades democráticas y económicas, combinado con los avances tecnológicos, brindan oportunidades sin precedentes para lograr una vida sin miseria y sin pobreza para millones y millones de personas en todo el mundo, y estamos decididos a aprovechar estas oportunidades.
El terrorismo es muy importante. Sin embargo, no estamos tan centrados en él como para olvidar cuáles son estas oportunidades y nuestras obligaciones. Ciertamente, el proceso mismo de aunar al mundo civilizado en la campaña mundial contra el terrorismo nos ha abierto la puerta para reforzar las relaciones internacionales y explorar nuevas áreas de cooperación.
«La relación con Rusia, hace diez años basada en el equilibrio del terror, tiene hoy un interés común»
La reacción del presidente ruso, Vladimir Putin, ante el 11-S marcó un profundo cambio en las relaciones bilaterales con Rusia, sólo hace diez años basadas en el equilibrio del terror y ahora unidas por el interés mutuo. El 11-S desbarató de una vez por todas, y espero que para siempre, el tablero de la guerra fría. Por ejemplo, acordamos discrepar con los rusos sobre nuestra retirada del tratado de Misiles Antibalísticos. Todos estaban preocupados: los estadounidenses están siendo unilateralistas, esto va a originar una carrera armamentística, va a crear una crisis en las relaciones con Rusia y con otras naciones.
Fue todo lo contrario. Seis meses después, en el Kremlin, Bush y Putin firmaron el tratado de Moscú, un tratado histórico de reducción de armamento estratégico. Unos días más tarde, en Roma, el presidente se unió a nuestros aliados y a Putin para formar un nuevo consejo OTAN-Rusia que acercará este país a la comunidad euroatlántica y Occidente a Rusia.
Nuestra relación con China también ha recorrido un largo camino. Todos los días pienso en China y Rusia, dos países importantes, antiguos adversarios, que se están acercando cada vez más a nosotros. Por primera vez hoy hablamos con Pekín de retos mundiales compartidos, desde el terrorismo hasta el sida. Hemos entablado un diálogo sobre el terrorismo y estamos trabajando juntos para fomentar la estabilidad en el sur de Asia.
Hoy más que nunca trabajamos con China porque nuestra agenda de cooperación es más rica y más profunda que nunca. Tenemos muchas diferencias. No hemos retrocedido en nuestros principios. Estamos en desacuerdo en cuestiones como los derechos humanos, proliferación armamentística y otros asuntos como la naturaleza misma de su sistema político. Y planteamos esos desacuerdos. Pero no lo hacemos como dos enemigos enfrentados.
El 11-S también nos recordó que, aunque progresamos con estos dos antiguos adversarios, todavía existen asuntos críticos que hemos de afrontar. India y Pakistán estuvieron al borde del conflicto armado. Hemos dejado claro, tanto al primer ministro indio, Atal Behari Vajpayee, como al presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, que ya no vemos nuestra relación con cada uno de ellos desde el prisma de su propio desacuerdo. Queremos una relación fuerte e intensa con ambos países. Y el resultado no es igual a cero; lo que hagamos por India no es contra Pakistán ni viceversa. Y porque estamos consiguiendo convencerles y demostrar la validez de este punto de vista, podemos ayudarles a resolver su enfrentamiento. Bush ha dejado claro que reforzar nuestra relación con India y Pakistán, individual o bilateralmente, es una de nuestras prioridades.
EEUU y Oriente Próximo
El entorno en el que trabajamos y vivimos es nuevo y complejo, con nuevos amigos y acuerdos que habrían sido impensables hace sólo diez años. Trabajamos no sólo para aprovechar estas oportunidades, sino para tratar los asuntos más delicados. Ninguno es más difícil que el conflicto palestino-israelí. El presidente ha reafirmado su visión de dos Estados que convivan juntos en paz y seguridad. El 24 de junio manifestó con firmeza lo que quiere que haga el lado palestino respecto a su propia reforma, convirtiéndose en un socio más responsable en el proceso de paz. Pero también impuso obligaciones a Israel: la necesidad de poner fin a la ocupación y a los asentamientos, de que haga más para aliviar la crisis humanitaria del pueblo palestino; y de que ambas partes asuman los riesgos necesarios para avanzar en el camino de la paz. Por muy difícil que sea el proceso de pacificación en Oriente Próximo no abandonaremos nuestra búsqueda de la paz.
Es un momento fascinante para ser secretario de Estado. Todas las normas con las cuales trabajaron mis últimos diez predecesores han desaparecido. Rusia, China y EE UU trabajan juntos para mantener la paz. Estamos decididos a que esto no sea sólo una pausa en las hostilidades entre grandes potencias, sino que realmente sea un nuevo futuro.
Lo que vemos en los frentes político y económico nos da aún más motivos para el optimismo. La democracia y el mercado libre se extienden y la gente comprende que la combinación de ambos es el sistema acertado. En casi todas las reuniones con funcionarios extranjeros dedicamos tiempo a asuntos políticos y geoestratégicos, pero la mayoría lo dedicamos a asuntos económicos y al comercio. En consecuencia, el mensaje que se transmite es que el libre mercado funciona, pero sólo con un sistema político libre, donde no haya corrupción y exista el Estado de derecho, donde se respete el capital, donde se puedan obtener beneficios, donde esta palabra suene bien y no mal, donde se invierta la riqueza en infraestructuras sociales, especialmente en educar a los jóvenes para que participen en la economía del siglo XXI. Y por eso Bush está decidido a avanzar en su agenda de libre comercio, tras haber recibido la aprobación del Congreso para promocionarlo. Y utilizaremos esa autoridad para crear cada vez más acuerdos en todo el mundo con naciones comprometidas con la democracia y el sistema de libre empresa.
«El objetivo del ataque del 11-S no fue sólo EE UU, sino el futuro que compartimos con el resto del mundo»
En la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Johanesburgo (24 de agosto-4 de septiembre de 2002) reafirmé el compromiso del presidente de incluir a los pobres del mundo en un círculo de desarrollo cada vez mayor y hablé del papel esencial de las asociaciones públicas-privadas. La mayoría del dinero para el desarrollo sostenible procederá del sector privado, que tiene un importante papel que desempeñar en paliar la pobreza en el mundo.
Johanesburgo fue una conferencia fructífera, en la que naciones de todo el mundo, doscientas delegaciones se reunieron y comprometieron con el desarrollo sostenible, la creación de asociaciones públicas-privadas, la sanidad, la educación, el agua limpia, la higiene, necesidades básicas que damos por supuestas, pero que no lo son en todas partes.
Esa conferencia ha sido la última parada, pero no la definitiva en un largo camino hacia un futuro más prometedor. En noviembre del pasado año, en Doha, los grandes esfuerzos de EE UU contribuyeron a lograr el lanzamiento de una nueva ronda de conversaciones sobre el comercio mundial, las primeras que se centrarán en el desarrollo sostenible. Y me alegro de que en esta administración estemos dando muestras del liderazgo necesario para avanzar en las conversaciones sobre comercio.
En marzo pasado en Monterrey, en la conferencia de las Naciones Unidas sobre la Financiación al Desarrollo, Bush anunció la iniciativa del Reto del Milenio, que supondrá un incremento del cincuenta por cien en tres años de la cantidad que damos en ayudas a las naciones que la requieren. Se concederán 5.000 millones de dólares más cada año para ayudar a las naciones comprometidas con la democracia y el buen gobierno, los países en desarrollo que necesitan ese tipo de ayuda, pero sólo se destinarán a aquéllos que hayan demostrado que pueden utilizar estos recursos de manera eficaz.
Los pobres del mundo no necesitan más retórica ampulosa. Necesitan planes de acción viables. Y eso es lo que representan Doha, Monterrey y Johanesburgo. Pero todas estas magníficas oportunidades pueden ser socavadas por algunas de las amenazas existentes. Y una de ellas se llama sida.
Bush está también ahí para desempeñar un papel de líder, junto con el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, para establecer el fondo mundial para la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria. Seguimos siendo los que más contribuimos a este fondo, con más de quinientos millones de dólares, entre otros miles de millones que estamos dedicando a la campaña contra el sida.
En junio pasado, Bush anunció otra nueva iniciativa: quinientos millones de dólares para la prevención a nivel internacional del sida en mujeres y niños. Al igual que la campaña global contra el terrorismo, los esfuerzos mundiales para combatir el virus deben realizarse a largo plazo, deben ser globales e incesantes.
Cuando los terroristas atacaron el 11-S, su objetivo no era simplemente EE UU. Su objetivo eran también los ciudadanos de los otros noventa países que se vieron afectados, su objetivo era la visión que tenemos del futuro, un futuro que compartimos con gente de todo el mundo, un futuro de más libertad, Estado de Derecho, gobiernos responsables, mercados abiertos y comercio que genere crecimiento; un futuro de estabilidad y paz. En resumen, un futuro en el que ningún terrorista pueda sobrevivir.
EE UU continuará con una agenda internacional completa, por nosotros y por el mundo. Como ha dicho el presidente Bush: “Un mal dará origen a un bien”. Vemos las oportunidades que hay para lograr un mundo mejor para las generaciones venideras. Y las vamos a aprovechar.