Oriol Costa (Barcelona, 1978) es doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona y profesor lector en la misma universidad. Es miembro de la comisión ejecutiva de Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) como responsable de asuntos internacionales y europeos. Sus áreas de especialización son la interacción Unión Europea-instituciones internacionales y la política ambiental. (En la fotografía que acompaña este post aparece a la izquierda, con barba.)
¿Cómo percibe el momento que está atravesando la Unión Europea, atacada por una crisis que no termina de gobernarse?
Somos muy críticos tanto con lo que está sucediendo como con el comportamiento que ha tenido el gobierno español en el Consejo Europeo. Somos muy críticos con la sustancia y con la forma, con el tipo de recetas que se están impulsando desde la UE o desde algunos Estados miembros. Nosotros lo que queremos es avanzar hacia un gobierno económico de la UE, pero en serio. No lo que estamos haciendo actualmente, que es limitar la capacidad de hacer política económica de los Estados miembros sin generar capacidades nuevas en la Unión. Si reducimos la capacidad del sector público para gobernar la economía nacional, es preciso reforzarlo en el nivel de la UE. Esto implica eurobonos y, a medio-largo plazo, también fiscalidad común, capacidad para establecer y recaudar impuestos en la UE y tener un Tesoro común, con un presupuesto comunitario mayor que el de ahora que permita hacer políticas expansivas. Finalmente, reforma del Banco Central Europeo (BCE), tanto del sistema de gobernanza, para sujetarlo mejor a controles democráticos. Visto que su influencia política existe, es necesario que el BCE rinda cuentas. También es preciso cambiar su mandato para que se ocupe no solo de la estabilidad de precios sino del crecimiento y de la creación de ocupación, que es lo que está haciendo la Reserva Federal [de Estados Unidos].
En cuanto a las formas, el importantísimo papel que están teniendo Merkel y Sarkozy, que son líderes nacionales pero también de la Unión, demuestra una necesidad de autoridades en el marco de la UE. Si alguien está mandando es porque alguien debe mandar. Pero quien debería mandar es un ministro de Economía común que rinda cuentas al Parlamento Europeo, que sea democrático.
El gobierno español, antes de la crisis, jugó muy poco a ser un actor político a favor de soluciones federalistas dentro de la UE y no participó políticamente, y luego, una vez llegada la crisis, se ha limitado solo a aceptar, incluso con declaraciones contra los eurobonos o contra la posibilidad de que el sector privado participara con el coste de la gestión de la deuda griega. La necesidad de estar a buenas con Alemania ha llevado a que el gobierno español dejara de hacer política europea.
La crisis ha puesto de manifiesto un cambio en el modo de actuar alemán. ¿Cómo ha de relacionarse España con esta nueva Alemania?
Depende de qué diga Alemania. Nosotros somos federalistas en cuanto a la construcción europea. A veces vamos a coincidir y a veces no. Y en estos momentos una de las brechas dentro de la UE es entre países que se verían beneficiados netamente de un federalismo fiscal que es más necesario que nunca y países que temen ser aportadores netos en este sistema federalista. Esto va a generar conflictos. Pero no hay otra forma de hacer política que reconocer los conflictos y abordarlos. Lo peor que le puede pasar tanto a España como a la UE es que únicamente los que están por renacionalizar competencias y no avanzar en el sentido de una Unión más federalista en lo económico sean los únicos que opinan políticamente. Es lo que está pasando en el Consejo, que es un espacio de concertación entre Estados, una cámara territorial de expresión de políticas diversas que surgen de visiones y de intereses diversos. Hay que politizar la construcción europea: perder el miedo al conflicto político que existe dentro de la UE. Bruselas no puede ser la única capital del mundo democrático donde hay gobierno pero no hay oposición. Y en estos momentos que la derecha gobierna en las instituciones, lo normal es que la izquierda en el gobierno hubiera hecho de oposición. Esa búsqueda continua de falsos consensos que cada vez están más ubicados a la derecha interesa a una parte de la Unión. Aquí el PSOE erró, tanto en el Parlamento como en el Consejo.
«Primavera árabe» y Mediterráneo
España ha participado en la intervención en Libia con una fragata, cuatro cazabombarderos y otras fuerzas de apoyo. Otros países de menor tamaño y más alejados de la zona de conflicto han prestado una mayor ayuda, como es el caso de Noruega o Dinamarca. ¿Cree suficiente el papel desempeñado por España? ¿Cuál puede ser nuestra aportación para el futuro del país?
Mientras que en mi partido, ICV, estuvimos a favor de la resolución 1973 de las Naciones Unidas y, por tanto, de la intervención en sus inicios, nuestros socios de Izquierda Unida estuvieron en contra de las dos cosas. En cuanto a ICV, estábamos a favor de una intervención como la diseñada en la resolución 1973, legitimada por la Responsabilidad de Proteger: zona de exclusión aérea y protección de la población civil, sin presencia de tropas sobre el terreno. Sin embargo, la intervención ha ido mucho más allá. Habrá quien pueda justificar que era necesario ir más allá, pero ha pasado de ser una intervención para proteger a la población civil a ser una intervención de apoyo a uno de los bandos de la guerra y de cambio de régimen. Esto nos ha llevado a tener más dudas sobre la legitimidad de la intervención. Por ello, si ahora tuviéramos que participar en un balance de gestión, votaríamos en contra. La intervención española no me parece mal, excepto que ha formado parte de un todo en el que nos sentimos mucho más incómodos, fueran cuales fueran las tareas españolas en la misión.
Bachar el Assad no va a abandonar el poder de manera voluntaria y, según lo visto, seguirá reprimiendo las protestas a sangre y fuego. ¿Cómo debe reaccionar España y la Unión Europea ante una crisis que ya no tiene marcha atrás?
Somos partidarios de suspender la aplicación del Acuerdo de 1977 de la UE con Siria y de retirar al embajador y, además, nos parecen sorprendentes las declaraciones de la ministra de Asuntos Exteriores [Trinidad Jiménez] acerca de Siria, sobre el empeño reformista del régimen de Siria, a días de la fase más dura de la represión. Entiendo que el gobierno español ha querido jugar la baza de ser un interlocutor privilegiado, porque en algún momento habrá que establecer contacto con el régimen. Tengo entendido que ha habido peticiones por parte de algunos actores internacionales para que así sea, para que España mantenga canales abiertos. Pero España no puede querer convertirse en el mejor amigo de Siria. Creo que el régimen del Assad está dando señales de descomposición interna, otra cosa es que creamos conveniente que continúe formando parte del futuro del país. Hay líneas que uno no puede traspasar y menos si tiene pretensiones de jugar un papel en el Mediterráneo en el futuro. Hay países con mucha capacidad de maniobra, para reubicarse en su posición rápidamente, incluso después de haber apostado por los actores equivocados. Pero España, por su posición en el Mediterráneo, tiene menos capacidad que otros actores. Continuar apostando por la llamada “estabilidad” es un error.
El proceso de adhesión de Turquía a la UE parece no avanzar. La Turquía de Erdogan, mientras tanto, ha seguido su camino, convirtiéndose en un actor clave en Oriente Próximo. España ha defendido la adhesión de Turquía a la Unión, pero sin resultados visibles. ¿Debe alzar su voz en una UE donde Turquía no parece ser una prioridad? ¿España podría liderar en este campo junto a otros socios?
Desde siempre hemos sido favorables a la entrada de Turquía en la UE. Pese a los retos que supondría, la entrada turca no puede más que reportar cosas positivas en el balance neto para todos. El coste de no dar una perspectiva creíble a Turquía en la Unión es que ellos han desarrollado su propia agenda de política exterior, que no necesariamente va a coincidir con los intereses de la UE o de algunos de los miembros. Por tanto, la Unión debe escoger. Tener fuera a Turquía supone tener fuera a un actor muy fuerte, jugando además un papel en el Mediterráneo. España tiene, aparentemente, un debate más relajado sobre Turquía. A diferencia de los alemanes, no lo asociamos con la llegada masiva de personas, y tenemos además ciertos paralelismos culturales y relacionados con nuestra posición en el Mediterráneo. Creo que España debería jugar ese papel, incluso es en interés español construirse un papel en el Mediterráneo que sea autónomo al de otros países de la UE y que subraye el apoyo a los países democráticos del área.
El rey de Marruecos, Mohamed VI, ha iniciado la senda de la reforma presionado por la “primavera árabe”. Esta reforma no conllevará cambios estructurales a corto plazo, pero podría abrir las puertas a una transición tutelada y gradual. ¿Cómo percibe los últimos movimientos reformistas en Marruecos? ¿Cuál debe ser la posición de España?
En los últimos años ha ganado muchísimo peso el ministerio del Interior en lo que se refiere a las relaciones entre España y Marruecos. Esto obedece a las preocupaciones inmigratorias, respecto al papel de Marruecos en el tránsito de personas desde África Subsahariana a España. Esto ha reducido el margen del gobierno de España ante Marruecos, que ha llegado a la conclusión que esa preocupación estaba por encima de otras en la agenda hispano-marroquí. A esto se ha unido la voluntad de aparecer, sobre todo en la primera legislatura, como un gobierno que hacía una política exterior distinta, incluso opuesta, a la del anterior gobierno español, lo que ha llevado a una cierta rigidez de la posición de España, a una incapacidad para apartarse de la voluntad de tener buenas relaciones con Marruecos. Por tanto, ni creemos que las reformas sean suficientes ni nos parece bien que el gobierno haya dicho que las reformas avanzan adecuadamente. Tampoco nos parece bien la política de España hacia el Sahara. Creo que habría que recuperar el antiguo concepto de una política global hacia el Magreb y hacia el Mediterráneo, que buscaba reequilibrar las relaciones con los países de la región. Naturalmente, Marruecos tiene un grado de libertad interna mayor que otros de sus vecinos, pero eso no nos exime de poder opinar más libremente sobre los límites que aún existen, que son muy importantes. Por otra parte, los saharauis han hecho una cosa muy inteligente; trasladar el foco de conflicto desde los campos hacia el Aaiún, trasladando el foco de conflicto desde la autodeterminación y la independencia hacia los derechos humanos y sociales. Eso debería haber modificado la posición del gobierno español. Nosotros queremos una relación con Marruecos menos entregada. España debe ponerse estrictamente del lado de las resoluciones de la ONU, y eso incluye el referéndum y la elaboración de un censo justo, no manipulado. No somos un actor cualquiera, somos la antigua potencia colonial. Además, si algún aspecto de política exterior cuenta con una sociedad civil movilizada es, junto con Palestina, el Sahara, y el gobierno no puede hacer otra cosa que entender la sensibilidad de la sociedad civil.
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha solicitado ante la ONU el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho. España ha apoyado dicha reivindicación. ¿Cree que son necesarios pasos como este para desatascar un proceso de paz enquistado desde hace décadas?
Estamos satisfechos con la posición del gobierno español, con los votos en la Asamblea General de la ONU y en la Unesco. La dirección apropiada es la que les queda a los palestinos, debido a que la correlación de fuerzas es la que es y las opciones que les están dejando son las que son. Por ello, el intento de apartarse de la vía bilateral con apoyos externos y entrar en la vía internacional es la carta adecuada, aunque no tiene ninguna garantía de éxito. La UE tiene en esto un papel muy complicado. Si en algún asunto entiendo que la UE no tenga una posición común es en el proceso de paz palestino-israelí. Es muy difícil construir consensos en la Unión cuando hay países que por historia no pueden sostener más posición que la que sostienen. Sería un error que la UE construyera una posición común basada en poco más que generalidades. No convendría a nadie. La diversidad interna nos puede dar la flexibilidad para tener interlocuciones múltiples en la región. Además, España cuenta con diplomáticos que saben hacerlo, con reputación internacional. Centrarse en el Mediterráneo en general debe ser una prioridad para el próximo gobierno. España ha estado más preocupada por el contenedor que por el contenido en cuanto a la política Euromediterránea; es decir, por asegurar el liderazgo español en esta política. Y es el momento de preocuparse de verdad por los contenidos.
América Latina
América Latina es hoy una región transformada política y económicamente. Esta nueva realidad ofrece para España nuevas oportunidades de relación, pero también supone dificultades, retos, a la hora de defender nuestros intereses. Ante esta transformación, y ante la evidente pérdida de relevancia del sistema de Cumbres Iberoamericanas, ¿cómo deberíamos reorientar la política hacia la región para seguir defendiendo los intereses y nuestra posición?
Con América Latina parecía que habíamos dado con la solución, incluso en la UE. La última cumbre UE-América Latina y Caribe fue uno de los éxitos de la presidencia española de la Unión en 2010. Parece que hemos tenido algún éxito en este proceso que siempre ha interesado a España (aunque no tanto a otros socios comunitarios) de europeizar la agenda latinoamericana. Pero desde un punto de vista realista, hay una redistribución de poder a nivel internacional y esto está pasando factura. Brasil, Argentina y tantos otros no necesitan de España como puente a ninguna parte para tener interlocución directa con aquellos que les interesan. O España es capaz de superar la vieja teoría del liderazgo en la zona –que naturalmente se ha ido modificando a lo largo de las décadas y con la extensión de la democracia en Latinoamérica– o vamos a interesarles muy poco. Creo que en las Cumbres Iberoamericanas debe haber un proceso de empoderamiento de socios latinoamericanos. Ya hubo un cambio importantísimo entre Aznar y Zapatero, y la agenda de las cumbres dejó de ser tan coincidente con los intereses españoles. Hoy las cumbres tienen muy poco futuro y el primer paso es que los latinoamericanos se apropien de las cumbres. Reflexionar sobre qué tipo de cumbres les interesan. No obstante, una vez y otra vamos a chocar con intereses internos dentro de España y dentro de la UE. Hay que entender que el precio de mantener unas buenas relaciones con América Latina y que funcionen bien las cumbres tiene que ser alguna concesión real hacia sus intereses, y aquí aparece el nudo agrícola. Las relaciones tienen que entenderse con mucho realismo: qué les interesa a ellos y cuánto estamos nosotros dispuestos a ceder. La correlación de fuerzas ha cambiado y debe haber más horizontalidad en las relaciones.
Cuba está inmersa en un tímido proceso de reformas económicas y políticas, cuyos resultados aún no son visibles. En las últimas dos legislaturas, España ha abogado sin descanso por eliminar la posición común sobre Cuba de la Unión Europea. ¿Cree que se cumplen las condiciones para dar ese paso?
Hemos sido favorables al proceso de aproximación de España y de la UE hacia la isla que ha impulsado el gobierno de Zapatero. Responde mucho más a la realidad de los hechos y de las relaciones que otros Estados de la Unión mantienen hacia Cuba, que nunca fueron las que pretendía el gobierno de Aznar. Es pronto para ver el alcance de las reformas económicas del régimen cubano, sobre todo porque nosotros en lo que estamos interesados es en las reformas políticas. La clave no son los derechos de propiedad o del papel del Estado en la economía. Antes de la caída del muro de Berlín, los países occidentales mantenían relación con los países del bloque del Este, de modo que conocían qué sucedía dentro. A veces incluso daban su apoyo, político y material, a diversos movimientos internos dentro de esos países, y esto no impedía mantener al mismo tiempo relaciones con los regímenes. Lo que nos ha sucedido con las “primaveras árabes” es que nos relacionábamos con los regímenes pero no íbamos más allá, no sabíamos lo que sucedía dentro, de modo que no sabíamos a quién había que apoyar. Con Cuba hay que encontrar –y creo que se está encontrando– la capacidad para relacionarse políticamente con el régimen (que se percibe a sí mismo en crisis y con necesidad de reformas) y con la oposición interna. Hay que poner la agenda de la reforma política a la cabeza.
Estados Unidos y misiones internacionales
Las relaciones entre España y Estados Unidos han sufrido notables altibajos en la última década. De socio privilegiado pasamos a socio distante y, tras la llegada de Obama, asistimos a un reencuentro quizá más frío de lo esperado, aunque muy cooperativo. ¿Es razonable tener unas relaciones tan cambiantes con la principal potencia global? ¿Un cambio en 2012 llevaría a una reelaboración de prioridades?
Las relaciones con EE UU han sido de una cierta austeridad al principio y, después, de compensación a esa austeridad: hemos estado ocho años compensando la retirada de las tropas de Irak. Creo que el acuerdo sobre la base de Rota es un giro que viene a probar la lógica del gobierno Aznar de acercarse a EE UU para ganar autonomía frente a Francia. La legislatura se cierra habiendo hecho un círculo.
¿Cómo valora la década de intervenciones en Irak y Afganistán?
Hemos estado de acuerdo con la participación de tropas españolas en misiones como la de Líbano, y hemos estado en contra de las otras dos. La de Irak por razones evidentes y la de Afganistán por ser una misión que, teniendo el aval de la ONU, viene a legitimar a posteriori la intervención norteamericana, la coalition of the willing the EE UU. No somos aislacionistas ni tenemos una visión neutralista. A diferencia de otros partidos de la izquierda europea, no tenemos ningún reparo en enviar tropas al exterior. Incluso el límite que existía, de 3.000 soldados, no tenía ningún sentido y nos obligaba a hacer unos ajustes que afectaban a la credibilidad de España.
Cooperación al desarrollo
España se situó en 2008 a la cabeza de los países donantes, escalando hasta el sexto puesto al año siguiente. Los Presupuestos Generales para 2011 han reducido la ayuda al desarrollo en más de 918 millones, lo que sitúa a la cooperación española en cifras inferiores a las de 2007. ¿Habrá que seguir reduciendo las partidas para la cooperación? ¿Cómo seguir haciendo más con menos?
La evolución ha sido positiva pero lenta y estamos viendo una involución que no solo es mala para la cooperación española, sino para la sociedad. La cooperación tiene un retorno en términos de tejido ciudadano con capacidad de pensar críticamente sobre el mundo. Y esto está en peligro. No me refiero solamente en términos internacionales, en cuanto a la visibilidad de España, sino desde un punto de vista de la salud del cuerpo social español. Por otra parte, defendemos desde ya el 0,7% del PIB a ayuda al desarrollo.
Asuntos pendientes
Kosovo ha sido reconocido como Estado independiente por una gran mayoría de países de la comunidad internacional y goza de un estatus de Estado observador en la ONU. ¿Debe España reconocer a Kosovo?
España debería haber reconocido desde el minuto uno a Kosovo, con la mayor parte de los Estados de la UE. Además, si España lo hubiera reconocido, otros también lo habrían hecho, facilitando la emergencia de una posición más común. Personalmente no creo en la obsesión del one voice, no creo que la UE tenga que ir siempre buscando una sola voz. En cualquier caso, España ha hecho cosas que no han hecho ni los serbios, en una negación total de la realidad. España no puede ser el último país en reconocer a Kosovo.
Servicio Exterior
La ampliación de los intereses exteriores de España reclama desde hace años una reforma del servicio exterior, que dote al ministerio de Asuntos Exteriores de mayores recursos humanos y materiales. También se precisa una redefinición y ajuste de objetivos. ¿Para cuándo esta reforma? ¿Cuáles son sus propuestas?
La reforma del servicio implica dos cosas, aparte de mayores recursos humanos. En primer lugar, abrirlo socialmente, que es algo que ya ha empezado a hacerse, pero hace falta un cambio profundo del sistema de selección para que no se reproduzcan los problemas actuales. También hay que entender que España es un Estado compuesto y hay comunidades que tienen competencias en acción exterior. Por tanto, debe haber una vía autonómica de entrada al servicio exterior, que debe también servir a las necesidades de las comunidades autónomas. En segundo lugar, España tiene intereses globales y debe saber defenderlos mejor, pero en un mundo cambiante en la correlación de fuerzas debería ser capaz de hacer lo que han hecho algunos países con poco poder pero con mucho prestigio internacional. El concepto de potencia media tiene que ver con la capacidad para liderar negociaciones concretas, como hacen por ejemplo los países escandinavos. Es preciso ser capaz de liderar dossieres que no son de “alta política”, que no requieren grandes recursos de poder pero que pueden proporcionar a España un perfil internacional más relevante.
Entrevista realizada por Pablo Colomer y Áurea Moltó.