Acción exterior española en un mundo en cambio: Aitor Esteban, PNV

 |  8 de noviembre de 2011

 

Aitor Esteban (Bilbao, 1962) es diputado del PNV en el Congreso por la circunscripción de Vizcaya. Es doctor en Derecho y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Deusto. En la VIII Legislatura fue portavoz del Grupo Vasco en la Comisión Constitucional. Renovó escaño en 2008 y en esta novena legislatura ha ocupado una de las portavocías adjuntas del grupo parlamentario del PNV y continúa en la Comisión Constitucional.

 

¿Cómo percibe el momento que está atravesando la Unión Europea, atacada por una crisis que no termina de gobernarse?

Esta crisis evidencia que se ha avanzado mucho en la unión económica, pero no en la política. Ahora vemos esos desajustes. Primero, las instituciones europeas están respondiendo tarde ante problemas globales. Segundo, cada Estado está velando por sus propios intereses, lo que retrasa la toma de decisiones. La solución para que el proyecto europeo se mantenga es avanzar en la cohesión política. Eso implica un ministerio de economía. El concierto económico vasco podría incluso servir de referencia o modelo en Europa.

Unos de los protagonistas evidentes e inevitables de la crisis ha sido Alemania. Los desencuentros con España han proliferado en el último año y medio. ¿Cómo ha de relacionarse España con esta nueva Alemania más nacionalista e independiente?

No debemos olvidar que Alemania durante muchos años ha sido el motor europeo. Muchos fondos llegados a España, sobre todo para unas infraestructuras que ahora disfrutamos, han venido a costa de los sacrificios alemanes. Esto no quiere decir que defendamos la postura de la canciller alemana, Angela Merkel, que en estos momentos se muestra demasiado proteccionista; Alemania no puede mirar hacia otro lado: en el gran fracaso griego, sus bancos han sido protagonistas. Pero, como decía, no podemos ahora echarle todas las culpas de cómo está la situación. Evidentemente, los intereses son muy diferentes en el norte y sur de Europa. Pero la solución a la crisis no está en conformar bloques y ver quién se impone. Necesitamos un verdadero gobierno europeo que tome decisiones en beneficio de la Unión.

¿Ve factible que lleguemos a ese gobierno económico?

Últimamente ha habido muchos anuncios de que este podía ser el final de Europa. Sinceramente, no creo que este viaje tenga marcha atrás. A todos los actores europeos les aterra la desaparición de la Unión, la desprotección que eso supondría. Podría ser quizá un alivio a corto plazo, al permitirles manejar la política monetaria y tener unas posibilidades mayores de exportación, pero sería “pan para hoy y hambre para mañana”. Todos sienten el frío que hay fuera de la Unión Europea, no nos queda otro camino, por eso soy optimista. Antes de mitad de la década estoy seguro de que vamos a ver avances espectaculares.

 

La “primavera árabe” y Mediterráneo

Otros países de menor tamaño y más alejados de la zona de conflicto que España han prestado una mayor ayuda en la intervención en Libia, como es el caso de Noruega o Dinamarca. ¿Cree suficiente el papel desempeñado por España? ¿Cuál puede ser nuestra aportación para el futuro del país?

Creo que ha sido proporcionada. Tengamos en cuenta que el esfuerzo de presencia militar es amplio en estos momentos, dada la situación económica. Porque el esfuerzo se traduce también en esto, en dinero. España no podía no estar presente y creo que su participación ha sido suficiente. En mi partido lo tenemos bastante claro: nuestra seguridad no puede ser a costa de mantener regímenes autocráticos. De hecho, eso regímenes son el caldo de cultivo para que prospere el terrorismo internacional. Por lo tanto, primero por solidaridad con otros seres humanos que tienen las mismas aspiraciones que nosotros de libertad, y segundo por egoísmo –desde el punto de vista europeo–, la frontera sur tiene que ser una frontera democrática. A las nuevas autoridades no se les puede dar un cheque en blanco. Deberán seguir una ruta clara y respetar los derechos humanos. En el último mes sobre todo ha habido algunos sucesos oscuros por parte de las fuerzas rebeldes. Hay que asegurarse de que hayan sido hechos aislados. Su compromiso con los derechos humanos, la transparencia y la democracia deben ser claros.

¿Qué puede hacer España? España debe actuar desde Europa, ya que nuestra influencia directa puede ser muy poca. Nuestro papel es ayudar a conformar una opinión decidida, en ese sentido, en el seno de la UE. No debemos meternos en una pelea, que ya se está produciendo entre algunos países, por ver quién se hace con los contratos más lucrativos en Libia.

Un caso que presenta ciertos paralelismos con el caso libio es el de Siria. Se ha visto que Bachar el Asad no va a abandonar el poder de ni por activa ni por pasiva. La UE ha aumentado las sanciones, pero a corto plazo no parece que vayan a resultar decisivas. ¿Cómo debe reaccionar España, dentro de la UE, ante una crisis que ya no tiene marcha atrás?

Es un caso complicado. Pero desde luego no podemos poner en una balanza los derechos de los ciudadanos sirios por debajo de los de otros países, léase Libia, Túnez o Egipto. Mi última intervención en el Pleno del Congreso de los Diputados fue una interpelación sobre Siria, demandando un compromiso más firme del gobierno español en cuanto a sus declaraciones y en cuanto a su posicionamiento respecto a los representantes diplomáticos, ya que en esos momentos la oposición exiliada siria en España estaba siendo acosada por elementos de la propia embajada. El gobierno respondió por fin con una nota denunciando esto. También habría que replantearse seriamente la presencia o no de nuestro embajador en Siria.

¿El PNV aboga por una retirada de embajadores?

Hay una graduación bastante clara. Cuando yo comentaba esto se me decía que era importante tener un punto de observación y apoyo –si es necesario para la oposición–; yo con eso estoy de acuerdo. Lo que también creo es que la presencia diplomática puede ser graduada: puedes tener un embajador, puedes tener una representación inferior, incluso coordinar con el resto de países europeos la manera de mantener la representación a través de una o dos embajadas –el resto reduciría su presencia considerablemente– y así conseguir un efecto de imagen importante. Evidentemente, una acción directa es muy complicada en Siria, pero desde luego Bachar el Asad ha provocado ya más de 3.000 muertes –estamos hablando de 8.000 en el conflicto libio– en un corto espacio de tiempo. Necesitamos ser muy contundentes en cuanto al lenguaje a utilizar; segundo, hay que apoyar a la oposición, que ya ha empezado a organizarse, y en cuanto a la fractura del ejército sirio, no veo con malos ojos la posición turca, con tropas en la frontera. Hay que acabar con un régimen  opresor. A los únicos que les interesa el mantenimiento del régimen –que no sería desestabilizador que desapareciera– es a los que quieren mantener el status quo. No hay que tenerle miedo a un régimen democrático.

Ha mencionado el papel de Turquía, que se ha revelado como un actor estratégico en la “primavera árabe”. España siempre ha defendido la adhesión de Turquía a la Unión, pero sin resultados visibles, y el proceso está casi paralizado. ¿Debe España alzar la voz en esta cuestión?

Habría que esperar un poco. Me da la sensación de que en los últimos años fuimos muy rápido en la expansión europea. Evidentemente, por una clara voluntad de acabar con una situación anterior e  integrar a los países que estuvieron bajo el telón de acero. Pero eso ha traído una serie de ajustes complicados. Si eso fue difícil, el ingreso turco –con una mentalidad y una historia bastante diferentes– todavía más. No lo descarto, pero creo que es prematuro hablar de eso. Turquía tiene que dar aún pasos muy importantes en el ámbito democrático. Los ha dado recientemente, pero todavía el respeto escrupuloso de los derechos humanos, la total ausencia de una tutela militar, el respeto a las minorías… no se da. Evidentemente, Turquía es una referencia para todos estos nuevos regímenes, especialmente en el caso de los partidos islámicos. Pero en relación a la UE, Turquía todavía tiene que avanzar mucho.

El rey de Marruecos, Mohamed VI, ha iniciado la senda de la reforma presionado por la “primavera árabe”. ¿Cómo percibe los últimos movimientos reformistas en el país vecino?

Lo ha expresado muy bien al preguntar: esos cambios han venido un tanto a remolque de la situación. Y los movimientos que vienen a remolque no acaban casi nunca de satisfacer a la gente. De hecho, ha habido críticas manifiestas hacia las limitadas modificaciones que se han producido. De un país tan próximo a Europa debemos esperar más. Y para eso hay que acabar con determinados privilegios. Sabiendo cuál es la amenaza terrorista –la tenemos ahí, lo hemos visto con los cooperantes secuestrados–, el antídoto clave para acabar con ella es fomentar la democracia. Sigo sin entender que no se admita la presencia libre, para reunirse con quien quieran, de representantes del Estado español dentro de Marruecos.

¿Cómo podría España desempeñar un papel activo y acompañar una posible transición marroquí?

Sacudiéndonos cierto temor. España tiene el fantasma del descontrol absoluto del tema migratorio en las costas marroquíes; del auge del terrorismo, o de los propios intereses económicos. Ahí hay que jugar con tiento, pero también hay que ser firmes, y algunos asuntos manifestarlos tal y como se piensan. No se puede hacer un paréntesis con Marruecos y España lo está haciendo. Para empezar con el pueblo saharaui.

Esa es una cuestión que distorsiona las relaciones bilaterales. En estos momentos, Marruecos está inmerso en un proceso de “regionalización avanzada”, diseñada en un principio para incorporar el Sahara occidental a Marruecos. El tiempo corre en contra de los saharauis. ¿Cómo debe España gestionar esta cuestión?

Desde luego no como lo ha hecho el gobierno actual. Hace poco hubo una visita de la ministra de Exteriores [Trinidad Jiménez] y directa o indirectamente ha dado su plácet a la política marroquí con respecto al Sahara. España tiene una responsabilidad especial por su historia; la sociedad española no entendería que se le diera la espalda al pueblo saharaui. Por otra parte, España habla una y otra vez de la legalidad internacional y ésta dice lo que dice. No deberíamos salirnos del discurso que dice que es la población saharaui la que debe decidir sobre su futuro. El Frente Polisario tiene también que flexibilizar sus políticas, pero lo más importante –lo decimos muy claro en nuestro programa electoral– es cumplir con el Derecho Internacional. La voluntad del Estado español no debe flaquear en busca de una componenda en lugar de una solución.

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha solicitado ante la ONU el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho. España ha apoyado dicha reivindicación. ¿Cree que son necesarios pasos como este para desatascar un proceso de paz enquistado desde hace décadas?

Algo habrá que hacer. Israel en estos momentos está en una encrucijada. El tablero geoestratégico está cambiando a su alrededor e Israel debe moverse, no puede pretender que todo siga igual. A veces tengo la inquietud de que se quiera reforzar las posiciones de Hamas con determinados gestos, en detrimento de las más moderadas que pueda adoptar Abbas. Todos los gestos desde el ámbito internacional que ayuden a desbloquear la situación –como puede ser el reconocimiento de la independencia palestina– son positivos.

 

América Latina

América Latina es hoy una región transformada política y económicamente. Esta nueva realidad ofrece para España nuevas oportunidades de relación, pero también supone dificultades a la hora de defender nuestros intereses. Ante esta transformación, ¿cómo deberíamos reorientar la política hacia la región para seguir defendiendo los intereses españoles?

Efectivamente, esta crisis económica no ha tenido el impacto que estamos viviendo en otros lugares, como América Latina, que se ha reubicado, creando su propia dinámica interna con algunos países que hacen de locomotora. La relación de España con América Latina nunca se perdió; pero si es cierto que antes ésta miraba hacia Estados Unidos y Europa, con España haciendo de mediador en algunas iniciativas, y ahora siente que no tiene ninguna necesidad de esa mediación. Siempre ha sido parte importante de la política española el ámbito suramericano y lo va a seguir siendo.

¿Cómo reubicarnos? Con los grandes como Brasil hay que hacerlo desde el ámbito europeo. Y con el resto de países hay que intensificar no tanto las relaciones diplomáticas sino las comerciales. Debería haber un vuelco de la acción diplomática en el ámbito económico.

En 2012 vamos a tener una oportunidad de relanzar, al celebrarse aquí en España (Cádiz), las Cumbres Iberoamericanas. ¿Cómo podemos adaptar una herramienta que ha perdido relevancia?

Creo que no depende solo de España. El instrumento ha tenido altibajos, dependiendo de la coyuntura política. Todo dependerá de que seamos capaces de crear un interés real por encima de los discursos. La base principal de ese interés es la económica, y la segunda, la cultural.

Cuba ha iniciado tímido proceso de reformas económicas y políticas, cuyos resultados aún no son visibles. En las últimas dos legislaturas, España ha abogado sin descanso por eliminar la posición común sobre Cuba de la Unión Europea. ¿Cree que se cumplen las condiciones para dar ese paso?

En este momento es difícil de saber, no puedo ejercer de adivino, pero creo que la posición común debería ser revisada, aunque no eliminada, volviendo a lo anterior. Sería conveniente emitir señales positivas. El régimen cubano ha intentado crear las condiciones para perpetuarse en el futuro, una vez que fallezca Fidel, pero está por ver si será así, porque es evidente que su desaparición tendrá un “antes y un después”. En ese sentido, yo abogaría por una situación intermedia.

 

Misiones internacionales

¿Cómo valora la década de intervenciones en Irak y Afganistán desde que estalló el siglo XXI el 11 de septiembre?

Nos hemos visto abocados al conflicto de una manera un poco alocada. En principio por decisiones unilaterales estadounidenses; no fueron decisiones tomadas ni de forma global ni de forma europea. Pero una vez que se produce y según se desarrolla el conflicto, la participación era necesaria. Comparto la posición del gobierno socialista en cuanto a Irak y la retirada de las tropas. Pero también creo que lo que no puede hacer España es el “yo me voy, ahí te quedas”, y que no solo ha hecho en Irak, sino también en Kosovo. Este tipo de planteamientos no se entiende, desde el punto de vista de los aliados, y no genera buena imagen internacional. Comparto la decisión de irnos debido a circunstancias de legalidad internacional, pero esas decisiones no se pueden tomar si estás colaborando con otros aliados. Si se forma parte de una estructura militar conjunta, hay que participar.

Vamos a irnos de Afganistán y el país no ha recuperado el pulso.

No sabemos que pasará. Es evidente la debilidad de Al Qaeda, por otras circunstancias –desde luego la muerte de Osama Bin Laden influye–, pero en ese país no se han asegurado los derechos humanos y no existe un escenario estable. Afganistán sigue siendo lo que ha sido durante centurias y tampoco se puede mantener una presencia militar per secula seculorum. En cualquier caso, la presencia militar es obligada cuando uno se compromete en el marco de una alianza defensiva.

A raíz de la crisis económica en la que se han visto inmersos los países europeos, el ámbito de la defensa no se ha librado de los recortes presupuestarios. Robert Gates, ex secretario de Defensa de EE UU, ha hablado de una “desmilitarización” de Europa, un camino muy peligroso según sus palabras, ya que además de mermar las magras capacidades defensivas europeas, podría malograr las relaciones con EE UU en el ámbito de la defensa. ¿Cree que esa política de reducción de gasto en defensa es positiva en esta época de creciente inseguridad?

Si estamos apretándonos en otros sectores –ahí están los recortes–, habrá que reducir también en defensa, no queda más remedio. De hecho, los recortes deberían ser antes en defensa que en otros ámbitos de tejido social que afecten a los ciudadanos directamente. Aunque hablar de defensa es muy genérico, porque defensa también es I + D + i y eso repercute en la evolución de nuestras empresas, que derivan hacia aplicaciones civiles y de investigación, y que refuerzan nuestra economía. Por tanto, se debe buscar un equilibrio, pero que los gastos de defensa sufran recortes es inevitable.

 

Asuntos pendientes

¿Debe España reconocer a Kosovo?

Hace mucho tiempo que España debería haber reconocido a Kosovo. Su empecinamiento no tiene sentido y los aliados europeos no lo entienden. La alineación con Rusia, la toma de decisiones unilaterales, la retirada de tropas… Es un asunto que está asentado en la opinión mayoritaria europea, incluso el Tribunal Internacional dejó clara la posibilidad de independencia kosovar. Las posiciones españolas y rusas quedaron tocadas. Por ejemplo, retirar la representación diplomática solo presenta problemas en el día a día, papeleos entre ciudadanos españoles y kosovares. Eslovaquia tampoco reconocía a Kosovo, estaba en contra, pero mantenía su embajador y su presencia para cuestiones prácticas. España ha ido al cien por cien en este asunto y no se entiende. A los pueblos, en el siglo XXI, no se les puede mantener dentro de un status quo, ni por razones jurídicas ni por fuerza militar. Hay que dar voz a la gente y ésta ha hablado muy claro. Ahora bien, lo que hay que asegurar es el respeto a las minorías dentro de Kosovo, que las hay y muy variadas, desde musulmanes a macedonios.

¿Se puede dar el caso de que Serbia reconozca a Kosovo antes que España?

Serbia no lo va a hacer. Yo encuentro que la única razón que tiene España para actuar así es la similitud dentro de sus fronteras con Euskadi o Cataluña, pero, aunque ese parecido existe, España debe tomar decisiones internacionales en las que no pueden influir sus asuntos internos. Y como he dicho, con una resolución internacional España quedaría a la zaga, terminaría en el ridículo incluso.

El cambio de gobierno en Londres y el previsible cambio de gobierno en Madrid abren la posibilidad de abrir una nueva etapa en la cuestión de Gibraltar. ¿A qué se debe aspirar esta nueva etapa, en lo tocante a los intereses españoles sobre el Peñón?

Hay que dejarse de iconos. Que hable la gente de Gibraltar. Ni España ni Reino Unido pueden obligar a los ciudadanos de Gibraltar a formar parte de su país. Sería un horror y un error. Inaceptable en pleno siglo XXI. La clave está en el pueblo de Gibraltar, y España debe intentar convencerlos de que su futuro y lo que más les conviene es estar junto a España. No se puede olvidar que tienen sentimientos y una voz. No estamos hablando de una roca, estamos hablando de un lugar donde viven personas.

 

Cooperación al desarrollo

España se situó en 2008 a la cabeza de los países donantes, escalando hasta el sexto puesto al año siguiente. Los Presupuestos Generales para 2011 han reducido la ayuda al desarrollo en más de 918 millones, lo que sitúa a la cooperación española en cifras inferiores a las de 2007. ¿Habrá que seguir reduciendo las partidas para la cooperación? ¿Cómo seguir haciendo más con menos?

Todos los actores lo tienen asumido. En nuestro programa hay un capítulo extenso sobre esto. Cuando se habla de reajustar todo el presupuesto y de las perspectivas económicas a corto y medio plazo, vemos que el plan de evolución de crecimiento de la cooperación internacional española no va a poder cumplirse, y eso lo saben todos los interesados. Hay que mantener el compromiso, no puede ser la primera partida a desaparecer. Se debe mostrar una vocación de solidaridad y entiendo que los presupuestos públicos han de mantener el peso de las partidas dedicadas a la cooperación internacional, al desarrollo de los objetivos del milenio… Otra cosa es el montante absoluto, que igual que cualquier otra partida deberá ser retocado.

En el ámbito de la cooperación internacional, la asignatura pendiente de España es un control de esos fondos. Se aporta mucho dinero, pero no hay unos mecanismos de control con los que se puede ganar más voz.

Destinar a la cooperación el 0,7 por cien de la renta nacional española para 2012 era uno de los compromisos del último Plan Director. En la actualidad, la cantidad ha bajado del 0,5 al 0,4 por cien de la renta nacional bruta. Según Intermón Oxfam, “la única manera de hacer creíble este compromiso sería garantizar por ley el cumplimiento obligatorio del 0,7 por cien para 2015”. ¿Apoya una iniciativa de este tipo?

El PNV en la presidencia fue de los primeros en impulsar el asunto del 0,7 por cien y mostrarlo en los presupuestos. En cualquier caso había un plan para alcanzarlo, pero en este momento es irreal. Hay que intentar que el peso relativo no disminuya.

 

Derechos humanos

Mientras España se ha mostrado muy activa en la defensa de los derechos humanos y la democracia en los foros y escenarios multilaterales, estos principios y valores han tendido a quedar ausentes en las relaciones bilaterales. Los casos de China y Rusia son ilustrativos. ¿Debería mostrarse España más firme en la defensa de los derechos humanos, aún a riesgo de enturbiar sus relaciones con estos gigantes mundiales?

Un poco inevitable sí que es, pero tenemos que intentar que no lo sea. En ámbitos multilaterales es más sencillo porque vas en grupo, y parece que el daño puede ser menor. Los discursos diferenciadores en foros multilaterales y bilaterales deberían desaparecer. Tampoco se entienden actitudes que rozan la pleitesía, como en el caso de la líder uigur, Rebiya Kadeer, que solicitó por dos veces una entrevista con alguien del ministerio de Asuntos Exteriores, no con el ministro ni un secretario de Estado, con un funcionario de rango medio, y se le ha negado las dos veces. Es ridículo. Hay que mantener una cierta dignidad, sabemos que tenemos relaciones comerciales con China, pero también habrá que defender –y no solo de boquilla– los derechos humanos. El presidente Obama ha recibido al Dalai Lama y en China hubo mucho ruido, pero no pasó nada. Hay que ser un poco más valiente en los gestos.

 

Servicio exterior

Para terminar, quería que me hablase de la siempre pendiente reforma del servicio exterior. ¿Cuáles son las claves de esa reforma?

Debería ser más ágil. Estamos todavía con un modelo que no es capaz de adaptarse a los nuevos tiempos, que cambian con una facilidad asombrosa. Y hay dos claves: debemos crear un servicio diplomático europeo fuerte y tiene que haber una apuesta española. Hay algunas presencias diplomáticas que entiendo, y otros países donde no tienen mucho sentido. Tal vez se podrían readecuar los recursos. El servicio diplomático europeo podría dar una presencia indirecta en algunos países que serían interesantes, pero en estos momentos es un erial en  cuanto a relaciones e información vía diplomática. En definitiva, el servicio debería ser ligero, más simple, adaptable y no fiarlo básicamente en las embajadas. Hay otros actores sobre el terreno mucho más diversos que podrían formar parte directamente del servicio diplomático, y ayudar a que se adaptara más sobre el terreno.

Entrevista realizada por Pablo Colomer y Áurea Moltó.


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *