La presidenta argentina, Cristina Fernández, ha criticado a los organismos financieros multilaterales por aplicar en Grecia los mismos programas de ajuste que condujeron su país a la crisis en el cambio de siglo. “Ningún país –dijo en una reciente reunión del Banco Central– debe pagar más de lo que sus posibilidades económicas le permitan”. Cuando Argentina declaró el default en 2001, el Congreso lo celebró con una ovación.
Hoy en las plazas griegas ocupadas por los aganaktisménos (indignados) hay un eslogan ubicuo: “No debemos nada, no venderemos nada, no pagaremos”. Los argentinos casi lo lograron: tras cinco años de negociaciones, los acreedores tuvieron que aceptar quitas por un valor promedio del 70% de su inversión en bonos soberanos argentinos. Los paralelismos entre los casos de Argentina y Grecia son evidentes: partidos políticos clientelistas; incontinencia en el gasto público; evasión impositiva endémica; una extensa economía sumergida y una historia de suspensiones de pagos. En los años noventa, la convertibilidad entre el peso y el dólar produjo un efecto similar al de la introducción del euro en Grecia: la bajada de los tipos de interés que provocó una moneda más fuerte, generó una acumulación masiva de deuda privada.
Paralelamente, una política fiscal temeraria desbocó el gasto público mientras las exportaciones perdían competitividad. En ambos casos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) optó por medidas paliativas para ganar tiempo. Pero abordar una crisis de solvencia con inyecciones temporales de liquidez no resuelve el problema ni genera confianza en los mercados.
En junio de 2001, Argentina dobló sus apuestas con un gigantesco swap de bonos para postergar los vencimientos de su deuda. No sirvió de nada. Seis meses después, y a pesar de una inyección adicional de 8.000 millones de dólares del FMI, Argentina declaró el mayor default de la historia, con deudas por valor de 100.000 millones de dólares (54% del PIB), la tercera parte de la actual deuda pública griega (150% del PIB).
El desenlace de la crisis griega podría ser el mismo. Si el Banco Central Europeo (BCE) deja de aceptar bonos griegos como colateral, la banca griega colapsará y habrá una fuga masiva de depósitos que obligaría a declarar al default, imponer un “corralito” y abandonar el euro, siguiendo el guión argentino. El líder conservador griego, Antonis Samaras, coincide con Fernández al decir que a “un enfermo no se le puede curar con el veneno que le está matando”. Sin embargo, las diferencias son tan relevantes como los paralelismos.
Grecia es un país desarrollado sin antecedentes hiperinflacionarios y puede contar, hasta cierto punto, con la solidaridad europea. Sin embargo, la situación financiera mundial es más volátil y hoy nadie puede garantizar una reestructuración “ordenada” del pago de la deuda soberana griega. El contagio a otras economías podría ser fulminante porque los seguros contra impagos (CDS) de la deuda soberana de los países periféricos de la zona euro están en buena parte en manos de grandes bancos de inversión de Estados Unidos.
Tampoco Argentina encontró una solución en el default: 10 años después, el país no ha conseguido regresar a los mercados de capital internacionales y aún debe 9.000 millones de dólares al Club de París. Incluso si pudiera volver a emitir deuda, probablemente tendría que pagar tipos de interés que duplicarían los actuales de Brasil por bonos a 10 años (4,5%).
Grecia tampoco cuenta con la principal ventaja que ha permitido a Argentina crecer a una tasa medial anual del 8% desde 2003: su poder exportador de productos agrícolas de gran demanda en los mercados asiáticos. El grueso de la economía griega está en los servicios y el país tiene un crónico déficit comercial. En el momento de su default, el déficit fiscal argentino era del 3,2% del pib; el de Grecia es hoy del 10,5%.
Desde que en 2006 saldara su deuda con el FMI (de 9.800 millones de dólares), Argentina no ha vuelto a recurrir a sus créditos, lo que le ha permitido mantener los subsidios, aumentar la demanda interna y generar un superávit fiscal. Mientras esté en el euro, esas salidas están fuera del alcance de Grecia. Las soluciones tendrán que venir de medidas como la conversión de parte de su deuda nacional en eurobonos, en una especie de Plan Brady para la Unión Europea.
Para más información:
Economía Exterior 43 (invierno 2007-2008) dedica el número a la economía Argentina. Para acceder al número, haga clic aquí.
José Enrique de Ayala, «Carta de Europa: Estrangulamiento económico de los países periféricos». Política Exterior núm. 142, julio-agosto 2011.
Charles Wyplosz, «La zona euro y España durante 2011». Política Exterior núm. 140, marzo-abril 2011.
Wolfgang Münchau, «¿Es posible que Martin Feldstein tenga razón?». Política Exterior núm. 135, mayo-junio 2010.
José Enrique de Ayala, «Carta de Europa: El rescate de Grecia». Política Exterior núm. 134, marzo-abril 2010.