China ha protagonizado en las últimas décadas la mayor revolución económica de la historia de la humanidad, en el sentido de que nunca una población había cambiado de forma tan intensa sus condiciones materiales de vida en un periodo de tiempo tan corto. La revolución de su economía, su modelo se sintetiza en la tasa media anual de crecimiento, un 10 por cien, lograda en este periodo.
El crecimiento económico chino se ha basado, como es bien sabido, en las exportaciones e inversiones. Ahora se plantea un cambio de modelo, necesario para que su economía pueda mantener un crecimiento equilibrado y sostenido a largo plazo. Este “reequilibramiento” de la economía tiene amplias consecuencias, sobre China y sobre la economía internacional.
China ha dedicado normalmente más de un 40 por cien de su PIB a la inversión. La producción industrial representa casi el 50 por cien de ese PIB, mientras que los servicios no llegan al 40. La tasa de ahorro de los hogares es muy elevada, mientras que el consumo representa un 35 por cien del PIB, una participación muy baja en relación con la mayoría de los países.
Esta estructura de la economía china está relacionada con algunos de los asuntos que causan fricción en sus relaciones económicas internacionales. China ha producido mucho más de lo que ha consumido, y la diferencia ha ido destinada a la exportación, gracias en buena medida a un tipo de cambio que muchos consideran infravalorado. De esta forma, ha obtenido unos superávit comerciales elevados con numerosos países, que han provocado descontento y conflictos. Igualmente ha obtenido un elevado superávit en su balanza por cuenta corriente, que ha servido para transferir un importante volumen de capitales al exterior, por ejemplo a través de la compra de bonos del Tesoro de Estados Unidos.
La crisis de los últimos tres años ha retardado en alguna medida el cambio de modelo. El gigantesco paquete de estímulo que las autoridades chinas pusieron en marcha en otoño de 2008 para contrarrestar los efectos de la crisis económica, se instrumentó en un aumento de créditos a empresas estatales, con los que estas han financiado inversiones, así como inversiones en proyectos de infraestructura. En menor medida, el paquete de estímulo se dirigió a impulsar el consumo. De esta forma, la participación de la inversión en el PIB incluso aumentó en 2009.
Perspectivas de la economía china
¿Hacia dónde se dirige el reequilibramiento de la economía china? Básicamente en tres direcciones. En primer lugar, hacia un mayor peso del consumo, en detrimento del ahorro y la inversión. En segundo, hacia un menor peso de la exportación, que debe ser compensado por una mayor demanda doméstica. Y en tercer lugar, hacia un mayor peso de los servicios, en detrimento de la producción industrial.
Para propiciar esos cambios, y en particular para fomentar un mayor consumo y un menor ahorro, el país tiene que desarrollar servicios sociales básicos, en especial educación y sanidad. Si los ciudadanos chinos ahorran tanto, se debe principalmente a una cuestión de precaución frente a los riesgos, a que tienen que ahorrar con el fin de estar preparados para afrontar gastos sanitarios (que pueden ser muy elevados). Igualmente tienen que ahorrar para financiar la educación de sus hijos.
La estructura de la fiscalidad también debe cambiar, reduciendo relativamente su carga sobre el consumo y aumentándola sobre las empresas. Una mayor imposición empresarial reducirá sus beneficios y por tanto sus inversiones. Una menor carga fiscal sobre las personas aumentará la renta disponible y el consumo.
Asimismo, el sistema financiero debe reformarse, con el fin de reorientar la financiación desde las empresas hacia los consumidores. Los tipos de interés de los préstamos a las empresas estatales son muy bajos, lo que incentiva un elevado nivel de inversión, y en ocasiones la puesta en marcha de proyectos poco rentables. Por su parte, el crédito al consumo, así como el hipotecario, están poco desarrollados, lo que limita la expansión del consumo doméstico.
El tipo de cambio tiene un papel clave en la transformación del modelo de crecimiento. Un tipo de cambio infravalorado supone un subsidio a la exportación y favorece en este sentido las empresas (y la inversión), perjudicando a los consumidores. La apreciación del tipo de cambio de la divisa china permitiría un aumento del nivel de renta de los consumidores y reduciría la competitividad exterior de los productos chinos. De esta forma se favorecería una reorientación de las bases del crecimiento desde la exportación hacia el consumo doméstico. Progresar hacia un tipo de cambio más acorde con las fuerzas del mercado contribuiría además a reducir los conflictos de China con sus socios comerciales.
Con la prudencia y gradualidad que caracterizan las transformaciones en China, estos cambios ya se están produciendo. En 2010, las importaciones crecieron un 38 por cien, por encima de las exportaciones (un 31,3 por cien). El superávit comercial descendió hasta 181.100 millones de dólares, frente a 196.100 millones de 2009. El saldo por cuenta corriente de la balanza de pagos también se redujo, y el yuan se apreció suavemente frente al dólar. En fin, en 2010 se marcaban con claridad unas tendencias que previsiblemente serán la norma en los próximos años, y que irán reflejando el cambio estructural de la economía china y, en especial, su menor dependencia de las exportaciones para el crecimiento.
En diversos aspectos de la política económica se percibe una actuación de las autoridades que buscan empujar este cambio estructural: aumentos del salario mínimo, subvenciones al consumo de una serie de productos en las zonas rurales, progresiva extensión de los sistemas de Seguridad Social, etcétera.
Este proceso de reequilibramiento de la economía, que parece tan conveniente como irreversible, tendrá una amplia repercusión, no solo sobre China sino sobre la economía internacional. Sin duda supondrá, en determinados aspectos, retos y dificultades para las empresas extranjeras. Pero también podría abrir nuevos nichos de oportunidad, al crear oportunidades en sectores como los servicios financieros, servicios médicos, bienes de consumo, turismo, estudios, etcétera, cuya demanda por parte de los consumidores chinos crecerá con fuerza impulsada por el crecimiento y su cambio de modelo.
Nuevos atractivos, nuevas barreras
Con el proceso de reforma de los últimos 30 años, la economía china se ha transformado profundamente, y también ha cambiado su relación con el exterior, en múltiples formas. Pero en estos últimos años se está asistiendo a algunos hechos relevantes en esa relación exterior. Uno de los más importantes es que China se ha convertido en una destacada fuente de financiación para el resto del mundo, incluidos los países industrializados y entre ellos España.
Hasta hace poco las empresas extranjeras tenían que ofrecer financiación para poder acceder al mercado chino. Por ejemplo, para las españolas de ingeniería y maquinaria, durante un largo periodo de tiempo fue imprescindible que sus ofertas estuvieran respaldadas por créditos concesionales del Fondo de Ayuda al Desarrollo (FAD). Sin contar con financiación (y financiación concesional, además) lo más probable es que las propuestas de las empresas españolas, desconocidas en China, no hubieran sido tenidas en cuenta. De ahí el gran esfuerzo que la administración española ha realizado, desde hace más de 20 años, mediante una serie de protocolos financieros que han contemplado una importante suma de créditos concesionales en apoyo de la actuación de las empresas españolas.
Hace algunos meses se anunció la alianza de Repsol con la empresa china Sinopec en Brasil. La base de este acuerdo es la aportación de financiación por parte de Sinopec. Repsol necesita capital para el desarrollo de las actividades de exploración y producción de petróleo de su filial en Brasil. Sinopec lo aporta. Otras empresas españolas están también buscando, y obteniendo, financiación en China para proyectos que desarrollan en España o en otros países, lo que constituye un cambio drástico en relación a situaciones anteriores. Incluso, España como país se ha beneficiado de la compra de su deuda por China.
Por otro lado, el gigante asiático se ha convertido en un gran mercado para bienes de consumo de lujo. Pocos hechos pueden ilustrar como este la radicalidad de la transformación que se está registrando en China, un país en teoría comunista y que ya es el primer mercado mundial para muchos productos de lujo. En los últimos dos o tres años, el mercado chino ha salvado las cuentas de numerosas empresas internacionales de bienes de consumo de alto nivel, desde coches hasta confección. Atrás queda la caracterización del mercado chino de consumo como el mercado característico de un país en vías de desarrollo, para productos de primera necesidad.
No estamos hablando de potencialidad, sino de una realidad que ya tiene un peso determinante. China ha sido para muchas empresas de bienes de consumo de lujo su tabla de salvación en los dos últimos años. Así, según datos de CLSA, consultora de Hong Kong, el mercado chino representó en 2010 el 28 por cien de las ventas de Swatch, el 18 por cien de Gucci, el 14 por cien de Bulgari o el 11 por cien de Hermès.
El cambio es espectacular, como ha sido la pauta de China en los últimos tiempos. Se estima que en 2000, el número de “ricos” (definidos como personas que tienen una fortuna superior a 1.000 millones de yuanes, aproximadamente unos 110 millones de euros), era de 24; en 2010 ascendía a 1.363…
Para las empresas extranjeras, el principal motivo para invertir e implantarse en China ya no son sus bajos costes laborales, sino el atractivo de su mercado. En 2010, según una encuesta del US China Business Council (la cámara de comercio estadounidense en China), el principal objetivo citado por las empresas para su estrategia era el acceso al mercado, un objetivo que señalaba el 96 por cien de las empresas.
Las oportunidades que ofrecen el dinamismo y el crecimiento económico de China se ven, sin embargo, matizadas por una serie de incertidumbres y dificultades. Desde hace poco más de un año, desde diversos medios empresariales se ha constatado un sensible deterioro del marco de negocios en China para las empresas extranjeras. Casos como los conflictos de Google, los empleados de la minera Rio Tinto condenados por sobornos, las nuevas normas anunciadas para favorecer las tecnologías locales, el mantenimiento de restricciones a las inversiones extranjeras en numerosos sectores, la discrecionalidad y arbitrariedad en las decisiones de las autoridades, etcétera, han provocado que entre los medios empresariales surja la preocupación de que en China pueda estar aumentando el nacionalismo económico.
Según un cierto planteamiento, estas restricciones a las empresas extranjeras serían en parte una consecuencia de la potencia económica de China: contando con amplias reservas de dinero, con empresas fuertes que invierten por todas partes del mundo, China ya no necesitaría como antes a las empresas extranjeras y puede, por tanto, limitar con mayores restricciones su capacidad de actuación en su mercado, discriminando positivamente a las empresas autóctonas.
Otro enfoque ve esta situación de forma distinta: existen problemas, nacionalismo y proteccionismo, pero se trata de un fenómeno irreversible, y en mayor o menos medida siempre presente en China. El mercado chino sigue ofreciendo buenas oportunidades de negocio. La clave para aprovecharlas es, antes, ahora y en el futuro, ser competitivos y diseñar una estrategia adecuada, en la que se otorgue la importancia debida a factores como las relaciones con las autoridades, el estudio de las características del mercado, la adaptación a las condiciones locales, etcétera.
En última instancia, la cuestión clave es: ¿son rentables las operaciones en China? Sobre este asunto se habla mucho, circulan numerosas historias y leyendas muy negativas sobre las experiencias de las empresas extranjeras. Los datos objetivos disponibles ofrecen sin embargo un panorama positivo. Por ejemplo, según la última encuesta de 2010, del US China Business Council, un 87 por cien de las empresas señalaban que sus operaciones en China eran rentables. ¿Y en comparación con otros países? Un 68 por cien afirmaba que en China la rentabilidad de sus operaciones era superior a la media global, un 20 por cien que era igual y solo el 12 por cien indicaba que la rentabilidad era inferior a la media.
Claves del crecimiento chino
La gran cuestión que se plantea cara al futuro, es si China será capaz de mantener las impresionantes tasas de crecimiento que ha logrado alcanzar en las últimas tres décadas.
Es razonable pensar que el milagro económico chino se mantendrá en el futuro. Lógicamente, no será con las mismas tasas de crecimiento, pero sí de todas formas seguirán siendo muy altas. En este pronóstico optimista existe un consenso bastante generalizado entre organismos internacionales y empresas de análisis que han realizado previsiones a largo plazo sobre la evolución de la economía mundial.
Por citar un ejemplo, la consultora PriceWaterhouseCoopers (PwC) prevé, en un conocido estudio de prospectiva, que en 2050 la economía china será la primera del mundo en tamaño y superior a la estadounidense en un 29 por cien. En 2007, la economía china solo representaba un 23 por cien en tamaño de la economía estadounidense.
Los cálculos de PwC se basan en que la economía china mantendrá en las próximas décadas una tasa media de crecimiento de un 6,8 por cien, lo que le permitirá un crecimiento de la renta per cápita superior al cuatro por cien anual. En 2050, EE UU sería la segunda economía del mundo, e India se situaría en un tercer puesto, muy destacada del resto.
Los factores en los que se ha basado el crecimiento económico de China seguirán operando a largo plazo. Entre estos cabría destacar los siguientes:
Disponibilidad de mano de obra abundante y cualificada. China dispone de una amplia reserva de mano de obra, tanto en el sector rural como en las industrias estatales tradicionales, donde todavía existen amplios excedentes laborales. Cuenta además con mano de obra altamente cualificada, sobre cuya base se está produciendo ya un importante desarrollo de las industrias de alta tecnología (y de sus exportaciones).
Un modelo de crecimiento “abierto” a las relaciones exteriores. El modelo de crecimiento de la economía china se ha orientado, como hemos señalado antes, hacia el exterior, hacia la integración en la economía internacional.
El progresivo desarrollo de las fuerzas del mercado. La política de reforma ha impulsado con decisión, aunque de manera gradual y prudente, la liberalización del sistema económico y la implantación progresiva de las fuerzas del mercado, lo que ha constituido un poderoso instrumento para lograr una mayor eficiencia y un elevado crecimiento.
Un marco institucional favorable al crecimiento económico y los negocios. Este marco está configurado por diversos elementos:
– Una atmósfera favorable y positiva hacia los negocios, tanto en el ámbito gubernamental como en el de la sociedad en general. En última instancia, esta atmósfera se deriva del hecho de que, desde que en 1978 se adoptó la política de reforma, el crecimiento económico y la modernización es el objetivo prioritario del país.
– Actitud favorable al consenso y la negociación. Se trata de un rasgo cultural atribuido tradicionalmente a la sociedad china, que ha ejercido una influencia favorable sobre el marco de desarrollo de los negocios.
– Estabilidad política y social. Los indicadores de riesgo político elaborados para China son en general favorables. La conflictividad social es relativamente baja aunque haya aumentado en los últimos tiempos.
– Un proceso de reforma gradual y prudente, que ha evitado convulsiones y costes sociales elevados.
Algunos observadores ven en la evolución política un grave factor de riesgo que amenazaría el crecimiento económico chino, pronosticando inestabilidad, creciente oposición al gobierno del Partido Comunista, riesgos de conflictos violentos, etcétera.
El Partido Comunista chino ha sido la fuerza vertebradora y dirigente en la evolución de la República Popular y, en mi opinión, existen bases razonablemente sólidas para que siga desempeñando este papel en el futuro. Pese a los errores cometidos en las cinco largas décadas durante las que ha gobernado, el Partido Comunista conserva activos de peso frente al pueblo chino.
La legitimidad del Partido se sustenta en dos factores, básicamente. Uno de ellos tiene un carácter histórico: el Partido Comunista devolvió a China la unidad nacional, le permitió superar una larga crisis arrastrada desde mediados del siglo XIX. China se transformó en una potencia temida y respetada en la comunidad internacional, terminando con un largo periodo de debilidad frente al exterior.
El segundo factor de legimitidad está ligado a la etapa de reforma que ha caracterizado a China en los últimos 30 años. Desde que se abordó la política de reforma, el Partido lidera un gran proceso de transformación económica que ha producido una mejora espectacular en las condiciones de vida de la población, así como una notable liberalización en el marco de sus libertades personales.
El sistema político chino tiene por ello una estabilidad muy superior a la que perciben quienes pronostican que las convulsiones políticas en China serán inevitables.