Netanyahu elige la temeridad.
Indiferente a lo que ocurre a su alrededor, Israel no ceja en su empeño de lograr, con su habitual estrategia de hechos consumados, el control total de Palestina. Aprovechando que la atención internacional está centrada en las revueltas árabes, el gobierno de Benjamin Netanyahu aprobó la expansión de los asentamientos ilegales de colonos judíos en los territorios ocupados utilizando como pretexto el asesinato de una familia de colonos en Cisjordania el 12 de marzo.
Aunque a corto plazo ese paso pueda reportarle alguna ventaja táctica, esa política sólo puede traerle problemas mayores a Israel en un escenario mucho más volátil. Tras 40 años de construcción ininterrumpida de nuevos asentamientos, parece claro que Israel no necesita más argumentos que los derivados de su propia fuerza para seguir adelante con su política de impedir que exista alguna vez un Estado palestino viable.
El 18 de febrero, la administración de Barack Obama utilizó por primera vez su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para evitar una condena a Israel por su política de colonización ilegal de Palestina. Con ello ha quedado claro que Netanyahu ha logrado abortar los planes de paz de Obama. Sin Israel no congela –al menos temporalmente– la construcción en los asentamientos, la Autoridad Nacional Palestina no puede justificar ante su propia población la vuelta a la mesa de negociaciones.
Esa misma ceguera se percibe en relación con lo que ocurre en el mundo árabe. Las primeras reacciones del gobierno israelí ante las revueltas egipcias, mostraron un claro apoyo al régimen de Hosni Mubarak, garante de la “paz fría” con Israel y decidido colaborador en el bloqueo a Gaza. Desde 1979, con los acuerdos de Camp David, Israel ha podido concentrar toda su atención en contrarrestar las amenazas procedentes del resto de los países árabes circundantes. Pero Egipto podría abrir ahora una puerta a los palestinos de Gaza, lo que cuestionaría la viabilidad del asedio israelí contra la franja.