El lecho del lago de agua dulce más grande de China, Poyang, está expuesto debido a las altas temperaturas y la sequía. 19 de agosto de 2022, Jiujiang, provincia de Jiangxi, China. (SHEN JUNFENG/VCG/GETTY)

2022, el verano más cruel de Asia

La ola de calor de este verano en China ha sido la mayor de la historia. El nivel del lago Poyang, el más grande del país, es hoy un tercio del habitual. En varias provincias el caudal de los ríos se ha reducido tanto que ha colapsado el fluido eléctrico. Y cada vez que China tiene problemas de suministro eléctrico, recurre al carbón, alimentando el círculo vicioso del cambio climático.
Luis Esteban G. Manrique
 |  19 de septiembre de 2022

Los registros del Copernicus Climate Change Service muestran que las olas de calor de este verano en Europa fueron más intensas y duplicaron en duración y alcance territorial a las de 2013, hasta entonces las de mayor magnitud registradas en el Viejo Continente. Desde 1884 las islas británicas no vivían un verano tan tórrido.

Pero sus dimensiones y efectos ­–colapso de glaciares, incendios forestales– palidecen al lado de lo que han soportado China, Pakistán, India, Bangladesh, Irán y otros países asiáticos y de Oriente Próximo, una región esta última en la que las temperaturas están aumentando a un ritmo que duplica la media mundial.

Las emisiones de gases de carbono de 12 de los 19 países de la región, que albergan a más de 400 millones de personas, ya superan las de India o la UE . Se trata de zonas muy áridas que reciben una media de 254 milímetros de agua de lluvia anuales, un 20% menos que hace 30 años.

En The New York Times, Matthew Bossons, editor canadiense residente en Shanghai desde hace años, describe su reciente viaje de vacaciones a Sichuan en busca de sus fértiles valles surcados de ríos que bajan de las cumbres del Himalaya (हिमालय, donde vive la nieve, en sánscrito). Encontró, en cambio, paisajes desolados, cauces fluviales secos y ciudades paralizadas por los cortes de luz.

 

«Este año, el Yangtsé, el tercer río más largo del mundo, bajó hasta seis metros de sus niveles habituales en algunos tramos, haciéndolo impracticable para la navegación»

 

Las tierras bajas y húmedas del suroeste chino y ciudades como Chongqing, Nanjing y Wuhan, ya famosas por sus sofocantes veranos, se habían convertido en un horno por una ola de calor que se prolongó desde fines de junio a finales de agosto y que llevó a los 45º la temperatura en varias de las 262 estaciones meteorológicas del país, destruyó cultivos, desató incendios forestales y provocó miles de muertes por golpes de calor.

Cada nuevo verano, escribe Bossons, es peor que el anterior. En el de este año, el Yangtsé, el tercer río más largo del mundo, bajó hasta seis metros de sus niveles habituales en algunos tramos, haciéndolo impracticable para la navegación. Un 80% del comercio mundial se realiza en algún punto por vía marítima o fluvial, el triple que hace 30 años.

En Sichuan, varios caudalosos ríos de montaña se redujeron a arroyos que se podían cruzar a pie, lo que colapsó el fluido eléctrico en una región que genera el 75% de la energía que consume en represas y plantas hidroeléctricas. Las calles de Chengdú, la capital de 20 millones de habitantes de la provincia estaban desiertas de día por la calor y la humedad y casi oscuras por la noche por las restricciones.

 

Sequías, tormentas de arena y monzones

En junio, Review of Geophysics publicó un estudio que advertía que hacia finales de siglo en Egipto, Kuwait y Arabia Saudí, entre otros países, las temperaturas podrían aumentar cinco grados, lo que provocará olas de calor, sequías y tormentas de arena más intensas desde las playas libanesas a los desiertos iraníes, elevando los riesgos de guerras en disputa por el control de las aguas y fuentes de origen de ríos como el Nilo, el Tigris o el Éufrates.

En el Sureste asiático, los fenómenos climáticos extremos están interrumpiendo con mayor frecuencia las cadenas de suministro globales. Maximiliano Herrera, meteorólogo que mantiene estadísticas históricas de las temperaturas mundiales, asegura que, por su duración, extensión e intensidad, la ola de calor de este verano en China oriental fue la mayor de la historia.

Las comunidades más vulnerables son, como siempre, las más pobres. En Pakistán, que apenas contribuye al cambio climático, un monstruoso monzón alimentado por el calentamiento de las aguas superficiales del Índico, provocó este año lluvias torrenciales que triplicaron el volumen medio de los últimos 30 años. Las inundaciones, que llegaron a cubrir un tercio del territorio, se cobraron un millar de vidas, destruyeron campos y sumergieron viviendas a lo largo de las riveras del Indo, obligando a desplazarse a 3,1 millones de personas.

Pakistán tiene tres o cuatro periodos lluviosos al año. Este año fueron ocho. En Sind se perdió la cosecha entera de algodón y gran parte de la de caña de azúcar. Unos 3.000 kilómetros de carreteras y 130 puentes desaparecieron. Los daños de las inundaciones oscilan entre 15.000 y 20.000 millones de dólares (5% del PIB).

 

Lenguaje visual del cambio climático

Según James Dalton, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, la pérdida de glaciares, ríos y lagos es “el lenguaje visual del cambio climático”. Los desastres naturales no hacen distinciones políticas, pero pueden ser especialmente dañinos para regímenes autoritarios que basan su prestigio en su supuesta omnisciencia y control social.

Si las olas de calor siguen comenzando cada vez más pronto y terminando más tarde, los riesgos de la “fábrica del mundo” se harán más visibles. En Chongqing, una metrópolis de 20 millones de personas, los termómetros llegaron por primera vez a los 45º, una temperatura que hasta ahora solo se registraba en las zonas desérticas de Xinjiang.

El calor extremo, la evaporación y las sequías amenazan el suministro hidroeléctrico de zonas del sur en las que se concentra el poder industrial chino. El nivel del lago Poyang, el más grande del país, es hoy un tercio del habitual, lo que ha hecho emerger estatuas budistas que habían estado sumergidas durante más de 600 años.

Según la consultora Landau Group, las turbinas hidroeléctricas de Sichuan están funcionando al 20% de su capacidad en medio de un aumento sin precedentes del consumo de aire acondicionado. Las reservas de las grandes represas del sur están a la mitad de sus niveles normales. Las provincias de Sichuan, Chongqing y Hubei, que albergan a 174 millones de habitantes, exportan electricidad a la costa este.

 

«Las turbinas hidroeléctricas de Sichuan están funcionando al 20% de su capacidad en medio de un aumento sin precedentes del consumo de aire acondicionado»

 

La represa de las Tres Gargantas y otras cientos de menor tamaño producen el 15% de la electricidad del país, frente al 60% de las plantas de carbón, que China está importando cada vez más de Rusia. El uso de camiones en lugar de barcos fluviales, a su vez, ha aumentado los costes de transporte de los alimentos.

Las autoridades están recurriendo a medidas desesperadas. Según escribe Elisabeth Braw en Foreing Policy, algunas de ellas han sido verter 1.000 millones de metros cúbicos de agua en el Yangtsé, utilizar camiones cisterna para regar cultivos e inyectar yoduro de plata en nubes para hacerlas llover. Pero no existen balas de plata. En 2021, Israel, uno de los pioneros en “sembrar” nubes, abandonó sus programas tras 50 años de esfuerzos infructuosos.

 

Riesgos crónicos

La crisis medioambiental tampoco hace distinciones entre las viejas y nuevas tecnologías. En Chengdú, debido a las restricciones, quienes quieren recargar las baterías de sus coches eléctricos tienen que esperar largas horas y hasta una noche entera. Las autoridades locales ordenaron el cierre por más de dos semanas de las plantas locales de Toyota, Vokswagen, CATL y Foxconn.

En agosto, Changan Automobile produjo 100.000 vehículos menos por el cierre de su planta en Sichuan. Según el Shanghai Metals Market la producción de carbonato e hidróxido de litio se redujo en 1.250 y 3.050 toneladas, respectivamente, en agosto.

Cada vez que China tiene problemas de suministro eléctrico, recurre al carbón, alimentando el círculo vicioso del cambio climático. El actual consumo energético per cápita chino es menos de la mitad de muchos de países industrializados, por lo que su demanda difícilmente alcanzará el pico al menos en una década más.

Sichuan había atraído a industrias de alto consumo energético ofreciéndoles electricidad abundante y barata, lo que provocó derroche y desperdicio. Si los fenómenos climáticos extremos se hacen crónicos en China, se tensará aun más el comercio mundial, que desde hace 14 años se mantiene casi plano en relación al PIB global.

 

Concentración del riesgo

Un reciente estudio de los asesores económicos de la Casa Blanca propuso fórmulas para impulsar la fabricación de semiconductores en Estados Unidos. El Congreso incorporó muchas de ellas en la reciente Chips and Science Act, que concederá ayudas al sector por valor de 52.000 millones de dólares. En uno sus capítulos, el informe advirtió que la actual concentración de la industria la ha hecho más vulnerable al cambio climático, las guerras y las pandemias.

Y no es la única en peligro. En 2018 la Organización Mundial de Comercio señaló que el comercio de alimentos es especialmente vulnerable a los daños de infraestructuras y al proteccionismo. India, el mayor exportador mundial de arroz (40%), ha anunciado restricciones a sus exportaciones de trigo, arroz y azúcar para asegurar el abastecimiento de su mercado interno. En 2020-2021, India exportó arroz por valor de 8.800 millones de dólares.

Vietnam y Tailandia, otros grandes productores de arroz, podrían seguir pronto sus pasos, exacerbando la crisis alimentaria global provocada por la guerra en Ucrania. Más de la mitad de los granos que se comercializan internacionalmente atraviesan al menos unos de los 14 cuellos de botella (choke points) marítimos globales: los canales de Suez y Panamá y los estrechos de Malaca, Ormuz y el Bósforo, entre otros.

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