¿Qué fue del Partido Demócrata?
Nueva York, octubre de 1936. Franklin Roosevelt afronta su reelección sabiendo que tiene a los poderes fácticos alineados en su contra. “Son unánimes en su odio hacia mí –proclama el presidente de Estados Unidos– y yo doy la bienvenida a su odio”. Tras una victoria demoledora, Roosevelt presidirá sobre una redistribución de riqueza sin precedentes, propiciada por su New Deal y amplificada por la Segunda Guerra mundial. El resultado será el mayor periodo de prosperidad en la historia de las las clases medias estadounidenses.
Ochenta años después, los líderes del Partido Demócrata ya no cultivan el odio de banqueros y especuladores. Lo que buscan, cuando visitan Nueva York, es su dinero. En 2008, Barack Obama consiguió que Wall Street donase más a su campaña que a la de su rival republicano, John McCain. ¿Qué le ha pasado al “partido del pueblo”? En Listen, Liberal, el escritor y periodista Thomas Frank examina esta contradicción en profundidad. Acostumbrado a centrar sus dardos sobre el Partido Republicano (por ejemplo, su muy recomendable ¿Qué pasa con Kansas?), Frank ha optado esta vez por una autocrítica lúcida, dolorosa y necesaria. Su exposición es impecable, escrita en una prosa mordaz y amena. ¡Lee, liberal! (En EE UU, “liberal” es sinónimo de progresista, no de amante del libre mercado.)
De la socialdemocracia al socioliberalismo
Frank sostiene que la clave en la evolución del partido es su abandono de la clase trabajadora y sus sindicatos –la coalición que propulsó a Roosevelt, forjó la New Deal y dominó la política estadounidense de posguerra–, en favor de clases profesionales urbanas. Médicos, abogados, ingenieros e incluso ejecutivos: votantes socialmente progresistas, económicamente conservadores y, ante todo, bien educados. No constituyen esa plutocracia del 1% a la que veneran los republicanos, pero sí el 10% más afluente de la sociedad estadounidense. La mayoría de los gurús demócratas provienen de esta clase, y vuelven a Wall Street o Silicon Valley tan pronto como terminan de asesorar al gobierno.
En la coalición electoral que ha otorgado dos victorias a Obama también destacan los votantes jóvenes, las minorías étnicas y las mujeres. Pero los profesionales mantienen una posición hegemónica. Es su concepción del mundo la que los demócratas se esfuerzan por poner en práctica, priorizando la meritocracia sobre la solidaridad, la educación técnica (y concertada) sobre la enseñanza pública y la tecnología como panacea contra la pobreza. La redistribución no es prioritaria para combatir la desigualdad económica, el “problema determinante” de nuestra época, según el propio Obama.
Valga el caso de Massachusetts, bastión demócrata al que Frank dedica un capítulo inmisericorde (y donde, casualmente, vive este reseñista). El estado se encuentra entre los más desiguales del país, cortesía de políticos empeñados en fomentar la “economía de la innovación”. Boston se ha convertido, tras gastar cientos de millones de dólares en subvenciones para el sector farmacéutico, en el principal hub de biotecnología en EE UU. Luce un “distrito de la innovación”, un “instituto de startups” y demás cursilerías para agasajar a “creadores de riqueza”. Mientras tanto, nuestro sistema de transporte público, permanentemente quebrado, se cae a pedazos. En la ciudad malviven 17.000 “sin techo” (Madrid, por poner el problema en perspectiva, tiene 3.000). El ayuntamiento, demócrata desde 1930, plantea cerrar el 40% de los colegios públicos para ahorrar dinero.
El caso de Massachussetts se repite a escala nacional. Frank sostiene que los demócratas abandonaron su compromiso con el New Deal a partir de los años setenta, pero fue Bill Clinton quien fulminó el legado de Roosevelt. Los grandes logros del presidente (NAFTA, la “mano dura” en comunidades negras y el desmantelamiento del Estado del bienestar) fueron, ante todo, golpes demoledores a su partido. Al tiempo que castigaban a sus bases, los nuevos demócratas se reinventaron agasajando a Wall Street, desregulando el sector financiero y sembrando la crisis de 2008.
El rearme de la izquierda
Ni la crisis de 2008, ni la consolidación de un sistema policial racista que encarcela a más personas que ningún otro país del mundo, ni el resentimiento ante la fuga de puestos de trabajo al extranjero han templado el entusiasmo por el legado de Clinton en Washington (ciudad repleta, conviene señalar, del tipo de profesionales que el Partido Demócrata corteja). Obama se abstuvo de disciplinar al sector financiero, presidiendo sobre un aumento inexorable de la desigualdad económica. De Hillary Clinton, cerebro político de Bill, podemos esperar más de lo mismo, con un extra de beligerancia en política exterior.
El relato de Frank también es aplicable a Europa, donde la socialdemocracia, desnortada por la tercera vía de Tony Blair y Gerhard Schröder, ha permitido la aparición de rivales a su izquierda y, lo que es más preocupante, el auge de la extrema derecha. Un fenómeno que el bipartidismo de EE UU camufla, pero que tiene sus equivalentes, respectivamente, en Bernie Sanders y Donald Trump.
El talón de Aquiles de Listen, Liberal tal vez sea el pesimismo de Frank. Hay vida más allá del establishment demócrata. La izquierda estadounidense, hoy por hoy, se encuentra revitalizada. Movimientos sociales como Black Lives Matter y Fight for 15 están logrando replantear la lucha contra el racismo y el aumento del salario mínimo. El mensaje de Occupy Wall Street ha calado en gran parte de la sociedad. Sanders, socialista septuagenario aupado por el voto joven, ha estado cerca de desbordar a Hillary durante el proceso de primarias. Algo va mal en la cúpula del Partido Demócrata, pero en sus márgenes fermenta una rebelión prometedora.