Desde 2019, una serie de factores geopolíticos y económicos, han propiciado una involución autoritaria en algunas zonas del continente africano. Entre agosto de 2020 y noviembre de 2023, siete presidentes de antiguas colonias francesas –Mali, Guinea, Burkina Faso, Níger, Gabón, Chad y Mauritania–, fueron derrocados por mandos militares. Los golpes se han circunscrito al cinturón del Sahel que se extiende entre Níger y Sudán, pero nadie descarta un contagio más amplio, como indica la deriva reciente de Senegal, hasta ahora un pilar de estabilidad democrática y crecimiento.
En Sudán, la guerra entre el ejército al mando del general-presidente Abdel Fattah al-Burhan y los rebeldes que lidera Hamdan Dagalo “Hemedti” ya ha desplazado a más de siete millones de personas, 1,4 millones de ellos a países vecinos.
Pese a la nueva limpieza étnica que están cometiendo sus milicianos árabes en Darfur, Etiopía, Yibuti, Kenia, Suráfrica y Ruanda han recibido con alfombras rojas a Hemedti. Los golpes revierten progresos políticos y económicos logrados con grandes dificultades en una región en la que 230 millones, la mitad de la población urbana, vive en “slums” (favelas) como los de Nairobi o Lagos.
Dado que la renta per cápita media africana es de 1.700 dólares, el hecho de que en 2050 África vaya albergar a cuatro de cada cinco habitantes del mundo entre los 15 los 24 años, hace que sus problemas sean globales. En 2023, la tasa media de inflación fue del 16%, frente al 7% de la media mundial, y en Etiopía y Nigeria del 25%. Pero en muchos campos, el continente está cada vez más fragmentado entre los países del Magreb y la costa norafricana, los sahelianos y los del sur y el este.
En el Sahel, las asonadas militares son más populares que antes pese a que la Unión Africana (UA)…