Trump accede al Air Force One en el aeropuerto internacional Louis Armstrong de Nueva Orleans, Luisiana (EEUU), el 14 de enero de 2018. TIA DUFOUR/WHITE HOUSE

Trump: dos años de (no) política exterior

Carmelo Mesa-Lago
 |  29 de enero de 2019

Elementos cardinales para poder entender la política exterior de Donald Trump son: su egocentrismo, la expansión de sus negocios y el cultivo de su base política para satisfacer a los otros dos elementos y mantenerse en el poder. Trump es un constante abusador que apabulla a quien lo critica, a quien es débil o competidor. Por el contrario, es sumiso con líderes autoritarios, especialmente si tienen información comprometedora en su contra o pueden darle cobertura mediática universal. Agreguemos su vasta ignorancia sobre cuestiones científicas y globales, su incapacidad de concentrarse mucho tiempo en un asunto importante, el desdeño por lo intelectual, la mentira consuetudinaria, así como su perfil autoritario, racismo, corrupción financiera y sexual, arrogancia y narcicismo. Bajo este prisma, su lema “América primero” se convierte en “Trump primero”.

Desde el inicio de su mandato, Trump ha dicho 7.000 mentiras o exageraciones. Más aun, ha creado una cultura de transgredir la verdad, cuyo ejemplo principal es él mismo, rodeándose de funcionarios que mienten para taparlo o por temor a ser despedidos. Varios de sus colaboradores están siendo encausados por el fiscal especial Robert Mueller. Irónicamente, Trump desprestigia y acusa de propagar “noticias falsas” a los medios de comunicación que reportan la verdad, tildándolos de “enemigos del pueblo”, como hizo Stalin.

Es iluso buscar principios, valores, guías morales, normas éticas, conocimiento o experiencia probada que guíen la conducta del presidente. No le interesa un diseño de política exterior bien pensada, ambiciosa, coherente, sistemática y que defienda los intereses de Estados Unidos y sus aliados, ya que eso sería una camisa de fuerza a sus decisiones improvisadas, con frecuencia provocadas por una perreta, la envidia a otro dirigente mundial o la necesidad de apaciguar su base minoritaria. Sus acciones, tipificadas como “mucho garrote y ninguna zanahoria”, las cambia a menudo de forma radical dando razones absurdas. Este enfoque explica el descalabro colosal ocurrido en la política exterior de EEUU durante los últimos dos años.

Un ejemplo de cómo Trump toma decisiones clave. En noviembre de 2018, criticó la política de la Reserva Federal estadounidense de continuar subiendo la tasa de interés –“un problema mucho mayor que China”– porque ello podría provocar una desaceleración económica y la caída en la bolsa de valores, perjudicando a sus negocios. “No estoy contento con la Fed –dijo–. Están cometiendo un error porque yo tengo agallas que me dicen mucho más de lo que cualquier cerebro pudiera contarme”. Históricamente, la Fed ha empleado a los mejores economistas del país, pero las tripas de Trump son más sabias.

Es asombroso que el Partido Republicano, supuestamente basado en normas morales y principios como el libre comercio, el equilibrio fiscal y la reducción de la deuda externa –todos vulnerados por Trump–, guarde un embarazoso silencio y no actúe contra sus acciones. Esto sugiere que bajo esa fachada, se esconde una conducta tan reprobable como la del presidente: aceptar todo a fin de mantenerse el poder.

En este artículo aportamos evidencia sobre lo anterior, analizando las acciones de Trump y sus efectos en el mundo, especialmente en América Latina.

 

Ataques a democracias y contubernio con autócratas

Trump ha sido un constante abusador de dirigentes demócratas occidentales. El pasado verano en la cumbre del G7 en Singapur se negó a firmar el comunicado final. Allí dijo que Alemania “estaba totalmente controlada por Rusia” a causa del petróleo, y acusó al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, de “declaraciones falsas…, de ser muy deshonesto y débil”. En la reunión de la OTAN, el presidente calificó a la organización de obsoleta, denominó a la Unión Europea “enemiga comercial” y recriminó a los países miembros de la OTAN por no aumentar su gasto en defensa. Trump criticó a la primera ministra británica, Theresa May, por no haber seguido su sesudo consejo de cómo hacer el Brexit (plantear una demanda legal a la UE), y agregó que Boris Johnson –que acababa de salir del gobierno británico– sería un excelente primer ministro. También lanzó una serie de tuits fustigando al presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien en su discurso de conmemoración del centenario del final de la Primera Guerra Mundial defendió el globalismo y criticó los nacionalismos, una alusión directa a Trump que le enfureció.

 

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Frente al trato ignominioso de las democracias, Trump ha manifestado su simpatía por dictadores y autócratas, como el norcoreano Kim Jong-un, el húngaro Víktor Orbán, el filipino Rodrigo Duterte, el turco Recep Tayyip Erdogan y el polaco Andrzej Duda. Su empatía con Vladímir Putin es la más inaudita tras la anexión de Crimea en 2014, la desestabilización de Ucrania, el derribo de un avión de pasajeros que sobrevolaba territorio ucraniano en julio de 2014, diversos envenenamientos a ciudadanos rusos en Reino Unido, y la intervención militar en Siria apoyando a Bachar el Asad. En el encuentro del G7, Trump pidió el regreso de Rusia a dicho grupo, del cual había sido excluida tras su anexión de Crimea.

 

Sumisión con regímenes fuertes

Ante el encuentro entre Trump y Putin en Helsinki el pasado julio, el presidente de EEUU corría un riesgo por su habitual falta de conocimiento y preparación frente a un exmiembro de la KGB, astuto y con la experiencia de lidiar con tres presidentes estadounidenses. En vísperas de la partida de Trump a Helsinki, el fiscal Mueller acusó a 12 miembros de la inteligencia rusa de inmiscuirse en las elecciones presidenciales de 2016.

En la rueda de prensa tras el encuentro bilateral, un periodista preguntó a Trump si el presidente Putin había negado tener algo que ver con la intervención en la elección de 2016, pese a que las agencias de inteligencia estadounidenses han concluido que Rusia lo hizo. “¿A quién cree usted?”, preguntó el periodista. Trump respondió: “Dan Coats [director de Inteligencia Nacional] y otros me dijeron que ellos creen que es Rusia y el presidente Putin ahora me ha dicho que no es Rusia (…) No veo una razón por qué lo sería (…) Yo tengo gran confianza en mis agentes de inteligencia, pero el presidente Putin fue extremadamente fuerte y poderoso en su negativa hoy”.

En su última declaración pública, John McCain señaló: “Trump ha demostrado no solo ser incapaz de enfrentarse a Putin, sino que parece que ambos leían el mismo guion (…) Es difícil calcular el daño infringido por su ingenuidad, egoísmo, falsa equivalencia y simpatía por los autócratas (…) No hay un presidente en la historia que se haya rebajado de forma tan abyecta ante un tirano”. Otros dirigentes estadounidenses acusaron a Trump de traición. En noviembre, el abogado del presidente Michael Cohen confesó que Trump ofreció regalarle a Putin un apartamento valorado en 50 millones de dólares en una nueva Torre en Moscú, a cambio de que aquel animase a oligarcas rusos a comprar el resto de los apartamentos del edificio.

Durante la campaña electoral, Trump afirmó que no eran necesarias las sanciones contra Rusia por la anexión de Crimea, un gesto conciliatorio para facilitar sus negocios con Putin. En noviembre de 2018, navíos de guerra rusos atacaron a tres barcos ucranianos en aguas territoriales de este país, capturaron los barcos y a sus 23 tripulantes, una demostración por parte de Putin de hasta dónde puede llegar.

 

Retirada de acuerdos internacionales

Trump retiró a EEUU del Acuerdo Transpacífico (TPP, en inglés), lo cual aprovechó China para expandir el comercio y la inversión en países de la región. Asimismo, rehusó firmar el Acuerdo de París para controlar el calentamiento global y ha derogado las medidas promulgadas por Barack Obama para proteger el medio ambiente tras el informe ordenado por el Congreso, preparado por 300 científicos y suscrito por 13 agencias federales que demuestra dicho calentamiento y los nefastos efectos que ya causa en EEUU. En una entrevista con The Washington Post, Trump afirmó que “hay mucha gente como yo, que tenemos muy altos niveles de inteligencia”, a lo cual el entrevistador espetó: “¿Cómo es posible entonces que no crea en el calentamiento global?”. Trump respondió con dos frases incoherentes: “Si observa nuestro aire y nuestra agua, ahora registran un nivel récord de limpieza”, y concluyó: “En cuanto a si [el calentamiento global] es causado por el hombre, no lo veo”.

Trump canceló el acuerdo nuclear con Irán (“Un desastre (…) Uno de los peores en la historia”) causando un perjuicio a la economía iraní: “Su economía está destruida (…) Su moneda ha colapsado, hay revueltas callejeras todas las semanas”, afirmó el presidente. Aunque la economía iraní ha sufrido, Trump exagera y la mayoría de los países signatarios del acuerdo nuclear, incluyendo la UE y China, se proponen mantenerlo.

Por otra parte, dio 60 días a Rusia para cumplir con el Tratado de Armas Nucleares Intermedias (INF, en inglés), amenazando que, de no hacerlo, EEUU lo abandonaría. Putin advirtió de que tomaría represalias.

En diciembre retiró 2.000 tropas estadounidenses estacionadas en Siria y la mitad de las estacionadas en Afganistán, sin consultar con la coalición de países que participan allí, ni con el secretario de Defensa, James Mattis, quien renunció a continuación. En su carta de renuncia, Mattis acusó al presidente de debilitar las alianzas esenciales para la seguridad nacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, además de criticar las relaciones con gobiernos autoritarios. Putin prontamente lo felicitó. Ese mismo mes, el secretario de Estado, Mike Pompeo, arremetió contra la ONU, la UE, el Banco Mundial, el FMI, la OMC, la OEA y la Unión Africana, reafirmando el nacionalismo estadounidense.

 

Mentiras y exageraciones

Trump atacó repetidamente al presidente de Corea del Norte, a quien apodó “el hombre cohete”. Sin embargo, tras la cumbre de 2018 dijo que se “amaban,” que Kim era “muy talentoso” y proclamó: “íbamos a tener una gran guerra y millones de muertos (…) [Ahora] tenemos una buena relación (…) No más misiles (…) No más pruebas [nucleares]”. Supuestamente, Kim “trabajaría por una completa desnuclearización”, pero los servicios de inteligencia estadounidenses han probado que continúa fabricando material nuclear y misiles intercontinentales y expandiendo una base clave de lanzamiento. Trump tuvo que cancelar una segunda reunión con Kim debido a la reacción adversa de los ciudadanos estadounidenses, pero se ha anunciado un encuentro a finales de febrero.

 

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La relación amistosa inicial con el presidente chino, Xi Jinping, advino en guerra comercial. El equipo trumpista está dividido en dos facciones antagónicas: una favorece un compromiso y la otra la mano dura. Trump vio la meta china de sobrepasar a los EEUU en 2049 como un peligro a la seguridad interna y decidió hacerle frente. Denunció que China devaluaba su moneda, robaba tecnología estaounidense, ejercía espionaje industrial y ganaba un excedente comercial, de modo que impuso tarifas a la importación de productos chinos: 10% primero (por valor de 250.000 millones de dólares), un alza a 25% a partir de 2019 y una expansión a todas las importaciones, si no hubiese un acuerdo. China, por su parte, impuso 110.000 millones de dólares en tarifas, dejó de comprar gas natural licuado y redujo un 40% las adquisiciones de soja. El conflicto perjudicó a ambos países: a pesar de las bravuconadas de Trump –“la guerra comercial será fácil de ganar” y “China necesita el acuerdo de mala manera”– la bolsa estadounidense sufrió graves pérdidas en 2018, los granjeros de ciertos productos sufren por las tarifas y se teme que estas provoquen una recesión, mientras que la economía china se había enfriado ya antes del impacto de las tarifas.

Al final del G20, los dos dirigentes anunciaron una tregua de 90 días, Trump suspendió las nuevas tarifas, pero mantuvo las existentes. Faltó un comunicado y cada parte interpretó lo discutido a su manera. Un Trump jubiloso aseveró: “Es un acuerdo increíble (…) Si se confirma será uno de los mejores acuerdos jamás hechos (…) Los granjeros serán los grandes beneficiarios (…) [China] comenzará a comprar productos agrícolas de inmediato”, removerá la tarifa de 40% a las importaciones de automóviles y comprará productos estadounidenses por valor de 1.200 millones, 10 veces lo vendido en 2017. Los chinos dijeron que la reunión había sido “muy exitosa”, pero no mencionaron nada de lo alegado por Trump (salvo la tregua) y declararon que ambas partes trabajarían para gradualmente reducir el desequilibro comercial. El director del Consejo Nacional Económico comentó que no estaba seguro acerca de lo que se refería el presidente. Tras 48 horas, Trump trocó la retórica y amenazó a China con un aumento de tarifas si no cumplía. El caos desatado provocó un desplome de más de 3% en la bolsa estadounidense, el cual se expandió globalmente. En un nuevo cambio de tono, Trump afirmó que Pekín estaba enviando “señales muy fuertes” positivas.

Esos 90 días pactados son un periodo muy corto para lograr los cambios estructurales en China que EEUU lleva demandado desde hace décadas, y se teme que Pekín utilice la tregua para ganar tiempo. Trump ha nombrado como negociador a Robert Lighthizer, quien representa la línea dura contra China. El embrollo ha empeorado con el arresto y probable extradición a EEUU de la directora financiera e hija del fundador del gigante de comunicaciones chino Huawei. El investigador de la Academia China de Comercio Internacional Mei Xinju piensa que “debemos prepararnos para una prolongada guerra comercial”.

 

Predominan los negocios y la amistad

Desde que era candidato, Trump ha criticado a las agencias de inteligencia estadounidenses. Justo después de que el director del FBI James Comey declarase ante el Congreso sobre la intromisión rusa en las elecciones, Trump lo despidió para restaurar “la confianza del pueblo”.

Trump ha aceptado la palabra de Putin frente a la evidencia de los servicios de inteligencia de su país. Un informe de la CIA demuestra que el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, ordenó el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en la embajada de Arabia Saudí en Turquía. La mayoría de los gobiernos democráticos han presionado al príncipe para que investigue el suceso, y un grupo de senadores de los dos partidos en el Congreso de EEUU ha aceptado el informe de la CIA. Tras un largo titubeo, Trump decidió que no importaba lo que dijeran los servicios de inteligencia: el asesinato no es razón para cortar los lazos con los saudíes (que suponen 450.000 millones de dólares en comercio) ni los negocios del presidente, con un total desprecio por los derechos humanos. La razón esgrimida por Trump: “[Salman] niega totalmente haberlo hecho. Me lo ha negado en tres ocasiones”.

La relación de Trump con Benjamin Netanyahu ha sido excelente, por ello decidió cambiar la sede de la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, confirmando así a esta ciudad como la capital de Israel. La decisión revirtió décadas de la política exterior estadounidense, así como de consenso internacional sobre el estatus de Jerusalén; además, provocó la furia de los palestinos y el fin del intento, encargado a su yerno y asesor Jared Kushner, de lograr la paz entre palestinos e israelíes. El procesamiento de Netanyahu por cargos de fraude y corrupción podría terminar con su carrera y afectar a las relaciones con Trump, aunque en las elecciones anticipadas de abril marcha como favorito en las encuestas.

 

América Latina: insultos y abandono

Al anunciar su candidatura presidencial en 2015, Trump vituperó a los mexicanos inmigrantes como asesinos, violadores y traficantes de drogas, prometió deportar a 11 millones de ellos y construir un muro a lo largo de la frontera con México. Esto fue la impronta de su racismo y desdeñosa actitud sobre la región. Durante sus primeros dos años de gobierno, ha ignorado a América Latina, salvo su campaña contra la migración y confrontación con los regímenes autoritarios en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Su primera acción fue retirarse de TPP, afectando a los países latinoamericanos del Pacífico, la segunda fue amenazar con la salida del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, en inglés). Imputó a México y Canadá de aprovecharse de EEUU por sus superávit comerciales; y persistió en que México debía pagar el coste del muro. Trump no ha logrado que los republicanos aprueben fondos para el muro y será aún más difícil ahora que los demócratas controlan la Cámara.

 

 

La primera visita de Trump a la región fue su asistencia a la cumbre del G20 en Buenos Aires. Al comenzar el evento, se quitó el audífono que trasmitía lo que decía el presidente Mauricio Macri –confirmando su incapacidad de prestar atención por mucho tiempo– y alegó que podía entenderle mejor en español, que por supuesto desconoce. En otro evento con el presidente argentino, después de estrecharle la mano, Trump se marchó dejando impávido al anfitrión y obligando a un agente a correr para buscarlo. No obstante, se anotó un triunfo preliminar al lograr la firma de Enrique Peña Nieto y Trudeau de la revisión del Nafta, ahora llamado T-MEC. No hay gran diferencia entre los dos tratados, si bien una mejoría es que los ganaderos de EEUU podrán vender más productos lácteos en al mercado canadiense.

A pesar del optimismo de Trump, el T-MEC confronta una difícil aprobación por la Cámara de Representantes, controlada por los demócratas desde las elecciones de medio mandato de noviembre pasado. Hay autoridades que creen que el tratado debería haber ido más lejos, por ejemplo, obligando a México a imponer incrementos obligatorios de los salarios para evitar su competencia con EEUU. Por el contrario, son muchos los que critican que el tratado ponga demasiados límites en el libre flujo de bienes y servicios entre los tres países norteamericanos. Las reclamaciones de revisar T-MEC fueron rechazadas por el presidente de México, Manuel López Obrador, quien en su inauguración, el pasado diciembre, prometió hacer una profunda y radical transformación del país. También lo rechazó Trudeau, molesto por la imposición de tarifas a la importación de acero y aluminio canadienses.

La política anti-inmigratoria de Trump se probó cuando dijo que los inmigrantes noruegos serían mejor bienvenidos en EEUU que los de “países de mierda” como Haití y los africanos. En 2017 cerró el programa Dreamers (800.000 jóvenes que llegaron con sus padres de forma ilegal cuando eran niños y a los que Obama permitió quedarse en EEUU) e intentó deportarlos, pero 15 Estados demandaron al gobierno federal y un juez detuvo la orden. Inexorable, Trump lanzó su programa Cero Tolerancia, que llevó a la separación de 3.000 niños de sus padres detenidos; dispersó a los primeros sin trazar sus destinos y, después de una enorme oposición nacional e internacional, canceló el programa, dejando en el limbo a centenares de niños. En octubre, unos 7.000 centroamericanos, amenazados por la violencia y pobreza en sus países, marcharon hacia EEUU. Trump tildó esta caravana de “invasión” de maleantes, prometió enviar 5.000 guardias a la frontera y, al llegar los primeros migrantes, fueron atacados con gases lacrimógenos. El colmo de la hipocresía: Trump ha empleado a latinoamericanos indocumentados en su campo de golf en Nueva Jersey.

Por otra parte, Trump ha inspirado a acólitos de extrema derecha en varios países o ha apoyado a dirigentes o jefes de movimientos con quienes comparte ideas, aupando un populismo de derechas que está erosionando el liberalismo democrático que por mucho tiempo ha predominado en el mundo. El más reciente es el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Un exmilitar y gran admirador de Trump, que pregona “Hagamos Brasil grande de nuevo”, adora las armas, tilda el calentamiento global como una conspiración marxista y tacha de noticias falsas a la prensa crítica; su prioridad es establecer una relación estrecha con EEUU.

 

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Fuente: Pew Research Center

 

Entre el enojo y el desconcierto

Trump pregona repetidamente que, debido a su política exterior, “América es respetada de nuevo en el mundo”, otra mentira desenmascarada por las encuestas de Gallup y Pew: la visión de EEUU en el exterior se desplomó desde que él asumió la presidencia. Según Pew, en 25 países, el 70% de los encuestados no tiene confianza en Trump (90% en Alemania, 91% en Francia y 94% en México). Ninguna de las acciones internacionales de Trump cuenta con apoyo en EEUU: el 54% desaprueba su actuación y en las elecciones de medio mandato –interpretadas como un referendo de sus políticas– los demócratas ganaron la Cámara de Representantes por amplio margen. Aunque los republicanos mantuvieron la mayoría en el Senado, lo hicieron con el 42% del voto popular.

Los dirigentes mundiales están desconcertados, enojados y angustiados por las acciones trumpistas y sus efectos aciagos. En su discurso ante la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2018, el presidente afirmó: “En menos de dos años, mi gobierno ha conseguido más que casi ningún otro en la historia de nuestra nación”. Una carcajada general resonó en el recinto.

Trump ha provocado un creciente aislamiento de EEUU con sus aliados tradicionales y ha generado vacíos en política exterior que están siendo llenados por China, especialmente en América Latina. Se necesitará una estrategia de política exterior coherente y efectiva, por muchos años, para reparar el enorme daño que Trump ha causado a EEUU y al mundo.

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