Pobre David Cameron. Entre el 28 y el 29 de mayo, el primer ministro británico ha realizado un tour europeo en busca de apoyos para renegociar la posición del Reino Unido en la Unión Europea. Pero las reacciones en los cuatro países que ha visitado (Holanda, Francia, Alemania y Polonia) oscilan entre la tibieza y el rechazo. Con la UE acosada por problemas de primer orden tanto dentro como fuera de sus fronteras, el desiderátum de Cameron –una renegociación de los tratados europeos, que permita a su país permanecer en una Unión más descentralizada– se presenta difícil de alcanzar.
No es la primera vez que el euroescepticismo de Cameron levanta ampollas al otro lado del Canal de la Mancha. Hace exactamente seis años, el entonces líder de la oposición sacó a sus eurodiputados del Partido Popular Europeo, integrándolos en un pequeño grupo anti-federalista. Hace un año intentó, con nulo éxito, impedir el nombramiento de Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea.
Durante su primer mandato, el primer ministro ha navegado entre la eurofobia de parte de su partido y el ascendente UKIP, y el europeísmo de sus socios liberales en el gobierno. La mayoría absoluta cosechada por sus conservadores el 8 de mayo permite a Cameron contentar a los primeros, con medidas como la Carta de Derechos Británica (que permitiría a Londres romper con la legislación de derechos humanos europea) y un referéndum sobre la pertenencia a la UE, que se celebrará en 2017.
La posición de Cameron, a pesar de todo, continua siendo débil. La UE es el principal mercado de las exportaciones británicas, y Londres su núcleo financiero. Tras un hipótetico Brexit, Reino Unido seguiría condicionado por la UE, pero sería incapaz de hacerse oír en Bruselas. En su reivindicación de la patria chica, el primer ministro se ha subido a un tigre que no es capaz de embridar. Ante la pregunta que formulará el referéndum (“¿Desea usted que el Reino Unido permanezca en la UE?”), el primer ministró se inclinaría hoy por el “sí”. Esto le coloca en una situación incómoda, similar a la de Felipe González en su referéndum sobre la OTAN.
Los dirigentes europeos están al tanto de estas contradicciones, por lo que su apoyo a Cameron será mínimo. Ewa Kopacz, primera minista polaca, ha dejado claro que no colaborará con los intentos británicos de limitar la inmigración intraeuropea. Aunque las recientes elecciones presidenciales en Polonia muestran un auge del euroescepticismo, los 800.000 polacos que residen en Reino Unido son garantía de que Varsovia no dará su brazo a torcer en este frente.
François Hollande se ha mostrado dispuesto a colaborar con Cameron, siempre y cuando Reino Unido abandone su política exterior provinciana. Pero su apoyo será limitado. París evitará formular nuevos tratados europeos hasta que finalice el siguiente ciclo electoral, a mediados de 2017. Ocurre lo mismo con Berlín, La Haya, e incluso Madrid. Como señala José Ignacio Torreblanca, reformar los tratados europeos se presenta extremadamente difícil: “Eso supondría abrir la caja de los truenos de la opinión pública que tanto costó cerrar en la década pasada”.
Existe una solución para combinar la autonomía de Reino Unido con el proceso de integración europeo. Consistiría, como propone Wolfgang Münchau en el Financial Times, en establecer una división clara entre la zona euro y el conjunto de la UE. Esto permitiría a los miembros del euro continuar su integración, y al resto de la UE mantenerse al margen, o distanciarse si así lo desea. Pero no será fácil obtener el beneplácito de Alemania, la gran beneficiaria de diseño actual de la UE.
Las agenda euroescéptica ahondará las fracturas que dividen el país. El Partido Nacionalista Escocés, europeísta y socialdemócrata, controla hoy 56 de los 59 escaños escoceses en la cámara baja. Con Londres embarcado en un proyecto conservador y euroescéptico, el nacionalismo escocés continuará ganando fuelle, poniendo en tela de juicio el futuro de Reino Unido. Para Cameron, incluso la victoria más contundente –e improbable– será pírrica.