Brexit: ¿del desencuentro al encuentro?

Darío Valcárcel
 |  22 de febrero de 2016

Allí estaban los 28, aunque 27 de ellos miraran de reojo al protagonista, David Cameron. La última cumbre europea, celebrada en Bruselas el 18 y el 19 de febrero, trataba de evitar la salida de Reino Unido de la Unión Europea, lo que pondría patas arriba el proyecto comunitario. La canciller alemana Angela Merkel fue la máxima interlocutora de Cameron. Después François Hollande en nombre de Hollande defendió a una Unión necesitada de avanzar sin romperse. Después nadie. Después Italia, España, Holanda y Polonia. Matteo Renzi se dijo federalista pero votó a favor de todas las decisiones del viernes 19. La tensión en torno al conocido como Brexit (exit en inglés, salir de) alcanzó cotas altas. “Los tres líderes”, británico, alemán, francés, “trataban de cerrar los últimos flecos”. Quedaron en pie los dos grandes interlocutores, Merkel y Cameron, de nuevo reforzados tras el encuentro.

Entre las concesiones de los 27 a Reino Unido, destacan tres. Primero, Londres podrá aceptar o no los avances en integraciones políticas inscritas en los Tratados; segundo, los británicos podrán discriminar a los trabajadores por país de procedencia; y tercero, podrán defender a la City frente a lo que consideren perjuicios por avances en la cohesión de la zona euro. En estas y otras concesiones, la UE reconoce el estatuto especial de Reino Unido.

 

 

Se trata de una victoria de Cameron, quien tendrá la posibilidad de aplicar el freno de emergencia durante siete años en política de inmigración. Reino Unido estará en el mercado único sin depender del euro ni de Schengen. El primer ministro británico puede así volver a casa a hacer campaña a favor de la permanencia. “Abandonar UE sería una amenaza para nuestra economía y nuestra seguridad –repetirá Cameron–. Gracias al estatus especial, Reino Unido será un país más seguro, fuerte y próspero en una UE reformada”.

 

Enemigo en casa

No lo tendrá fácil Cameron para vender el acuerdo, pese a las concesiones. Tiene a cinco ministros de su gobierno en contra, empezando por el de Justicia, Michael Gove, tan próximo al premier. El alcalde de Londres, Boris Johnson, se ha erigido en líder de la campaña a favor del Brexit bajo el lema Recuperar el control. Las fuerzas armadas británicas han defendido activamente la salida del país de la UE. Pero no todos son enemigos. Entre sus principales aliados, Cameron cuenta con Jeremy Corbyn, líder laborista. Se comprobará su utilidad.

Según una encuesta del 20 de febrero en The Guardian, el 48% de los británicos se opone al Brexit, con un 37% a favor. Entre estos se camufla un voto de protesta contra el status quo.

 

 

Haciendo números

Las cifras también juegan a favor de Cameron. Según los cálculos de un gran banco italiano, el Brexit costaría a los británicos un 6% de su PIB. Un alto porcentaje de transacciones de mercancías, capitales y servicios pasa por la City y sus incontables ramificaciones. El comercio entre Reino Unido y la UE se reduciría en torno a un 25%. Una parte de la inversión extranjera directa en Reino Unido por parte de sus socios europeos optaría por otro destino. Algo equivalente ocurriría en la relación financiera y comercial con Estados Unidos.

Londres es el primer centro financiero de Europa, pero es dudoso que pueda mantener esa posición si sale de la UE. Los partidarios del Brexit creen que el pleno acceso al mercado único podrá seguir proporcionado beneficios crecientes a la economía británica, libre de las rigideces de la legislación comunitaria. Pero los intereses de la zona euro se acabarán imponiendo: en un pasado reciente los tratados se han mostrado flexibles a la hora de salvaguardar los intereses británicos. La mayor parte del negocio operado en euros se controla desde la City. Cuando el Banco Central Europeo intentó cambiar esa situación en busca de una mayor estabilidad financiera, los tribunales comunitarios dieron la razón a la City en atención al principio de no discriminación.

 

Crisis, crisis, crisis

Europa sufre presiones crecientes desde hace meses, ya como consecuencia de la crisis de los refugiados, ya desde la perspectiva de la ruptura real entre la UE y Reino Unido. Entre tanto, millares de sirios, iraquíes, afganos, intentan saltar de Turquía a las islas griegas del Egeo. Mientras que no pocos libios y argelinos cruzan el mar desde Libia hacia la Lampedusa y Sicilia.

La Unión, dicho sea resumidamente, hace frente a tres desafíos: primero, ante una comunidad fundada hace más de medio siglo, con un tratado sobre una integración cada vez más estrecha entre sus miembros, an ever closer union. Los británicos no quieren ni oír habar de esos vínculos, para ellos asfixiantes. Segundo, sobre los tortuosos caminos en los que la economía europea se entrelaza con las finanzas y el comercio global no ya de capitales y mercancías, sino de servicios sobre todo. Así como el desarrollo y la expansión tecnológica. Si a este doble frente se une el flujo continuo de refugiados inmigrantes, hay algo, Churchill dixit, inexplicable: por qué la Unión atraviesa en los últimos cinco años una fase más trágica de lo que cabría esperar.

En Europa había un proyecto de vida en común que no existe ya, según Xavier Vidal-Folch. ¿Libre circulación? Habrá circulación, pero no libre. ¿Una unión cada vez más estrecha? Este lema no regirá ya para Reino Unido.

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